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ESTADOS UNIDOS

Relato de un viaje a Nueva York y Washington D.C.

José Mateo
Published on Data viatge: 2007 | Publicat el 09/11/2007
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Introducción

Este es el relato de un viaje de 8 días a las ciudades estadounidenses de Nueva York y Washington D.C., llevado a cabo entre los días 16 y 23 de marzo de 2007.

Por fin había llegado el día en que íbamos a hacer realidad nuestro sueño de conocer The city that never sleeps. Para algunos era un viaje más, no para mí, ya que estas vacaciones significaban el inicio de un sueño largamente esperado.

Pero sin más dilación comienzo con el relato de nuestras aventuras neoyorquinas, nada extraordinarias para la mayoría de las personas que lean estos párrafos, pero muy divertidas e inolvidables para nosotros cuatro.


DIARIO DE VIAJE A NUEVA YORK Y WASHINGTON DC

Día 1: La primera impresión

El avión salió del aeropuerto de Madrid/Barajas a la hora prevista y nada más despegar, el piloto nos anunció que el pronóstico del tiempo en Nueva York era de fuerte nevada, por lo que a medida que nos acercáramos se vería si el vuelo se desviaba o no. Fue un viaje de 8 horas que tampoco se nos hizo excesivamente pesado, gracias sobretodo a las azafatas que nos mimaron con todo tipo de detalles, zumos, almuerzo, merienda, etc. Al final no fue necesario ningún desvío y aterrizamos a la hora prevista. Creo recordar que era sobre la una o las dos del mediodía.

Una vez cumplidos los lentos trámites de inmigración y aduanas recogimos el equipaje y acto seguido marchamos en busca del Airtrain que iba a conectarnos con la parada de metro de Sutphin Boulevard en Queens y que sería nuestra vía de entrada en la Gran Manzana.

Al cabo de hora y media aproximadamente descendimos del metro y subimos a la superficie. Nuestra primera visión de Manhattan fue bastante espectacular, era de día pero aun así, vernos rodeados de teatros en Broadway, algunos de ellos con las luces ya encendidas acompañado de la fuerte nevada que estaba cayendo nos hizo perder la compostura dejando a un lado nuestras maletas y empezamos a hacernos fotos en el medio de la calle.

Ya recuperados de la emoción, enseguida encontramos el Ameritania Hotel y como es costumbre en nuestros viajes nos dieron una habitación con vistas a un patio interior. En otras ocasiones no es algo en lo que me fije en exceso, pero esta vez estábamos en NY, en la esquina de la 54th con Broadway y hubiera sido el no va más tener una ventana con vistas a la calle.

En cualquier caso, despues de deshacer las maletas y planificar qué íbamos a hacer esa tarde, decidimos que nuestro primer destino sería el Bronx, para hacer una visita exterior al mítico Yankee Stadium, donde juega el equipo del mismo nombre y que representa en USA lo que el Real Madrid en España.

Nevaba copiosamente y el fuerte viento hacía que la sensación de frío aumentase bastante, así que nuestra visita al barrio consistió en un rápido paseo alrededor del estadio en busca de un bar, cafetería o algún sitio donde poder refugiarnos del tiempo y descansar un poco.

Paramos en un bar que parecía la sede social de los Yankees (puede que lo fuese, no lo recuerdo) por la cantidad de parafernalia relacionada con el equipo y tras un rato tomando unas cervezas y trozos de pizza decidimos volver a Manhattan y parar en Morningside Heights, al norte del Upper West Side, y visitar la Catedral de Saint John's the Divine, la más grande del mundo parece ser. Fue una visita rápida, igual que la anterior, además, entre que era marzo (menos horas de luz), nevaba bastante y el cambio horario empezaba a afectar a nuestras fuerzas, decidimos ir volviendo al hotel a tomar algo cerca y descansar para el sábado empezar prontito a explorar y descubrir la ciudad. Aun así, fácil que nos acostáramos sobre la medianoche.


Día 2: El día de San Patricio

Era uno de los alicientes del viaje, poder estar este día en NY, que junto a Boston y por supuesto Irlanda, era uno de los sitios del mundo que más irlandeses hay hoy en día.

Despues de desayunar copiosamente (así lo hicimos toda la semana), nos encaminamos por la 54th hacía la Quinta Avenida, donde se iba a celebrar el desfile. Cuando llegamos, la explosión de ruido, gente de un lado para otro y los edificios altísimos por todas partes nos hizo pararnos en seco, no sabíamos hacía donde mirar ni hacia donde ir.

Fuimos bajando hacia la Catedral de San Patricio, que se encuentra entre la 50th y la 51th y enfrente del Rockefeller Center, allí unas fotos (éramos como japoneses, 4 tíos con 4 cámaras) y a buscar un sitio desde donde ver el desfile. Cuando lo encon- tramos y empezaron a pasar diferentes bandas de música vimos un espectáculo que, como no podía ser de otra forma, era típica- mente americano, no en vano estábamos en USA y la opinión de todos fue: Como en las películas. Y es que ese es uno de los tó- picos que sin duda se cumplen en esta ciudad, todo es como lo has visto en tantas y tantas películas y series. Lo bueno y lo malo.

Al cabo de un buen rato y cuando ya no sentíamos los dedos de los pies y estábamos (todo hay que decirlo) un poco aburridos de ver cheerleaders e irlandeses rubios y coloradotes de frío, nos fuimos a un pub a luchar por tomar una cerveza (Guinness por ser el día que era) y comprobar que los americanos son iguales de ruidosos y borrachos que los españoles.

Ya más tranquilos y descansados, continuamos bajando por la Quinta Avenida hacia el Empire State Building, parándonos a hacer fotos a cada pocos pasos. Bastantes fotos después llegamos al Flatiron Building y allí giramos a la derecha para adentrarnos en Chelsea. Ese era otro de mis caprichos neoyorquinos tras el Yankee Stadium. Quería ver el hotel del mismo nombre, donde varias estrellas de la música se habían alojado (Janis Joplin y Leonard Cohen entre ellas) y el lugar donde Sid Vicious (Sex Pistols) asesinó a su novia a cuchilladas. Puede sonar macabro, pero guste o no, es historia de la música.

Tras parar brevemente a comer un perrito caliente enfilamos por la Séptima Avenida hacia el norte hasta llegar a la Estación de Pennsylvania y el mítico Madison Square Garden. Allí, y una vez que nos repusimos de la enormidad del Garden decidimos qué espectáculo deportivo ver. Las opciones pasaban por un partido de la NBA, otro de hockey sobre hielo y uno de lacrosse. Al final elegimos el segundo y por unos 50 dólares por barba nos aseguramos localidades para el siguiente miércoles.

A continuación paramos a comer (serían las 4 y pico de la tarde) y después de descansar un rato proseguimos nuestro paseo por el Midtown hacia el famoso cruce de la 44th con Broadway y la Séptima: Times Square, donde el barullo de gente es espectacular y la nieve caída no ayudó a transitar a través de las aceras. Más tarde y ya con las fuerzas bastante disminuidas dimos un paseo desde la Sexta Avenida hasta la Primera para ver brevemente el edificio de las Naciones Unidas. A continuación vuelta hacia el cruce de cruces para cenar algo ligero. no sin antes pasear por Park Avenue y echar un vistazo a Grand Central Terminal, Radio City Music Hall y poner rumbo al Empire State Building.

Habiamos decidido subir de noche al Empire State Building, el techo de la ciudad, y aunque es espectacular bajamos un poco decepcionados por que debido a la nieve y el hielo, el acceso al mirador exterior estaba cerrado y así las fotos y vistas no fueron lo mismo. Como decíamos nosotros, a esa altura tienes que sentir el viento para darte cuenta de donde estás. Cuando bajamos, con mucho frío, bastante más cansancio y una cara de asombro provocada por las numerosísimas luces de neón de la calle de los teatros, Broadway, nos fuimos andando hasta el que era nuestro hogar esta semana.


Día 3: La misa gospel

Nos levantamos temprano con la intención de asistir al primer turno de misa de la iglesia baptista más famosa de todo Harlem, creyendo que con ello conseguiríamos evitar la marabunta de turistas como nosotros que querían ser espectadores de lujo de esos coros gospel. Al final perdimos el metro y tuvimos que ir a misa de 11, así que cambiamos el orden de nuestro itinerario y nos dimos un paseo por el barrio, yendo por toda la Avenida Malcom X hasta la puerta del Teatro Apolo, famoso por los concier- tos que muchos músicos de color han dado, entre ellos el recientemente fallecido James Brown. Fotos de rigor y vuelta para coger sitio en la cola para entrar, algo que resultó muy acertado ya que bastante gente (turistas, por supuesto) se quedó sin entrar.

Una vez dentro todo era sorprendente, las gradas en las que nos sentaron que daban forma de plaza de toros a la iglesia y las túnicas de colores tan vivos de los reverendos y coro eran sólo la punta del iceberg de una ceremonia muy vistosa que se prolongó cerca de dos horas. No voy a negar que a ratos se me hizo algo largo, pero la experiencia mereció la pena y os la recomiendo sin dudarlo.

Cogimos el metro de vuelta al Upper West Side ya que el plan del día decía que íbamos a hacer una especie de brunch (unión de desayuno y almuerzo, breakfast + lunch) y a continuación nos meteríamos en el Museo de Historia Natural. Supongo que es demasiado simplificar si digo que me resultó un poco bodrio, pero sí es cierto que habiendo visto con anterioridad el homónimo de Londres, este parecía un poco soso.

Cuando ya cerraban (alrededor de las 6 de la tarde), decidimos acercarnos a Brooklyn y ver el puente del mismo nombre y cruzarlo de vuelta a la isla. Suena a topicazo, pero realmente es una de las mejores vistas que NY puede ofrecer y si a ello le añades el momento del día es inolvidable. Nos cogió el atardecer y con ello el skyline mudó a esa estampa que todo el mundo tiene de la isla con los rascacielos salpicados de luces de oficinas y no dudamos en comenzar a andar para hacer el recorrido de punta a punta de uno de los puentes más famosos del mundo.

Más tarde, y satisfecho por la experiencia vivida, continuamos andando hacía City Hall y de allí callejeando en dirección a Greenwich Village donde habiamos decidido cenar. Se trata de uno de los barrios con más vida tanto diurna como nocturna. Además, tiene una arquitectura totalmente diferente al resto de la ciudad y realmente da honor al nombre, Village (pueblo, en inglés). Una pizzería nos dio cobijo del frío y de allí en metro hacia el hotel.


Día 4: Un paseo por el Bajo Manhattan

Afrontábamos nuestro primer día "laboral" en NY con muchas ganas y con muchos, pero que muchos, puntos en la agenda. Después de coger fuerzas bajamos en metro hasta Battery Park y allí nos acercamos al helipuerto de la compañía Liberty Helicopters para informarnos sobre los diferentes servicios que ofrecían. No nos hizo falta llegar hasta allí, ya que por el camino una empleada suya nos abordó (¡cómo vio desde lejos nuestras intenciones!) y en menos de 3 minutos ya teniamos en nuestro poder un ticket (si amigos, sólo un ticket) que servía de reserva para el día siguiente y 70 dólares menos cada uno en el bolsillo.

Con una confianza ciega depositada en el negocio que acabábamos de cerrar, nos acercamos a la terminal del ferry de Staten Island, era un viaje gratuito por lo que compensábamos en parte (consuelo de tontos) el gasto anterior. La verdad es que las vistas de la Estatua de la Libertad (Lady Liberty para los locales) y el distrito financiero de Manhattan son muy buenas y la experiencia merece realmente la pena. Además, no deja de ser la mayor ganga de la ciudad, por lo que hay que aprovecharla, ya que la ciudad es cara de c*****s.

Una vez que volvimos a Manhattan comenzamos nuestro serpenteante recorrido por el Downtown: el toro de la Bolsa, Trinity Church, Wall Street y el edificio al que da nombre hasta desembocar en el tremendo solar que antes ocupaban las Torres Gemelas y que ahora es una inmensa obra como en cualquier ciudad. Sólo si te paras a pensarlo (por lo menos en mi caso) te das cuenta de lo gigantescos que fueron esos dos edificios. Más adelante, Woolworth Building, City Hall y hacia el norte hasta llegar a Chinatown, con su Canal Street al frente y la cada vez más Little Italy y el antaño muy pintoresco Lower East Side, hogar en el pasado de multitud de emigrantes judíos.

La parada para comer la hicimos en un restaurante chino y ojalá hubiéramos escogido un italiano o incluso un kosher, porqué la experiencia fue para olvidar. Después, y para bajar esa comida lo más rápido posible, continuamos nuestro viaje por los diferentes barrios: Bowery girando a la izquierda hacia el Soho, de nuevo el Village y de ahí a Washington Square tomando la Quinta Avenida desde el principio hasta el final. Cuando llegamos a la altura de Central Park dimos por terminada la jornada y marchamos al hotel.


Día 5: Central Park

Nuestra primera cita era el Met, el famoso Museo Metropolitano de Nueva York y cumplió con creces nuestras expectativas. Bien es cierto que, igual que el de Historia Natural, si has visitado el Museo Británico y el Louvre (como es nuestro caso) se te hace un poco repetitivo, pero realmente valió la pena. Pasamos casi toda la mañana en el museo y cuando salimos nos adentramos en un todavía nevado Central Park a tomar un tentempié. Éste consistía en algo típicamente americano, unos sándwiches de mantequilla de cacahuete. Lo resumiré en pocas palabras y no es por orgullo patrio: nuestra nocilla de toda la vida le da mil vueltas, pero por probarlo una vez no estuvo mal del todo.

Después de reponer fuerzas nos dispusimos a recorrer este extenso parque y sus típicos puntos de interés: Edificio Dakota, Strawberry Fields, Columbus Circle, Woolman Rink, etc. Realmente fue un paseo muy típico, comiendo un perrito caliente al tiempo que caminábamos tranquilamente al calor de un tímido sol que comenzaba a salir. A ese perezoso ritmo cruzamos el parque en diagonal y cuando ya dimos por vista esta zona de la ciudad salimos hacia el sur a la parada de metro más cercana.

Nos fuimos encaminando hacia Penn Station ya que el jueves habiamos decidido dejarlo en blanco para intentar hacer una excursión de un día a Washington D.C. y teniamos que enterarnos de los horarios de trenes y autobuses así como de los precios. Estuvimos mirando y remirando planillas de horarios un buen rato hasta que un amable trabajador de uno de los mostradores nos indicó una dirección donde conseguir un abono para extranjeros por sólo 100 dólares, válido por 3 días y con posibilidad de viajes ilimitados. Era nuestra salvación y como ya era tarde lo pospusimos para el día siguiente.

Continuamos por la Quinta (una de las calles por las que más veces paseamos) y subimos hasta Tiffany's y tras hacernos las fotos de rigor y como el estómago ya pedía lo suyo decidimos cenar en el Carnegie Deli, famoso por sus pantagruélicos sándwiches de pastrami y por sus exquisitas y deliciosas tartas de queso (entre otras). Os daré dos consejos: primero, es preferible coger sándwiches diferentes cada uno de los que vayáis y compartirlos y segundo, dejad sitio para la tarta porque es algo imprescindible de probar. ¡Palabra!.


Día 6: Un día perfecto

Iba a ser un día muy ajetreado, qué raro, porque llevábamos una semana de lo más relajada como habréis podido comprobar. Comenzamos bajando hasta Penn Station y allí dando un paseo hasta el helipuerto que hay al lado del río Hudson. Puede parecer mucho dinero (y lo es) 70 dólares cada uno por 7 minutos de vuelo en helicóptero, pero lo que sí aseguro es que es increíble la sensación de volar en uno de esos aparatos y las vistas de la isla de Manhattan y de New Jersey. Una vez que bajamos flipados, extasiados y demás adjetivos similares nos fuimos a la dirección que nos habían dado a comprar nuestros bonos de ferrocarril para el día siguiente. Nos atendió una chica muy atenta que se dirigió a nosotros en un exquisito inglés y con un ritmo lo suficientemente lento para que cuatro españolitos con nociones básicas de ese idioma la entendiéramos perfectamente.

A continuación a la estación a comprar los billetes y una vez hecho esto, y sin parar ni un segundo, en metro hacia el Museo Guggenheim. Sin duda influyó la exposición que había (una muestra de pintura española desde Velázquez y Goya hasta Dalí, más o menos) y la arquitectura del edificio (lo más destacable de los 2 Guggenheim que conozco), pero fue con mucho el que más me gustó de todos los que visitamos en esta semana.

Después de comer en un Kentucky Fried Chicken una ingente cantidad de alas de pollo rebozadas (estos son los sanísimos caprichos culinarios que nos damos, como veis) y acabar con un postre a base de donuts de la franquicia Donkin' Donuts nos encaminamos hacia el Madison Square Garden para asistir al partido de hockey hielo.

O eso creíamos, porque después de sorprendernos con todos los prolegómenos (los vendedores de perritos por todas partes, el escenario -joder, que estábamos en el Madison-, el himno «están locos estos americanos»), después de todo eso, a los cuarenta segundos de haber empezado a deslizarse por el hielo esos chicarrones comenzó la primera pelea del partido. En dos golpes escasos y con un directo al mentón un jugador local de apellido Orr (¡como olvidarlo nunca!) tiró al hielo a un rival del equipo visitante dejándolo totalmente K.O. e hizo que en una misma noche viéramos hockey y, sobretodo boxeo, en el Garden. Después de ese éxtasis deportivo sólo resta decir que los Rangers vapulearon 5-0 a su rival y que la juerga de todo el estadio fue histórica.

Tras el partido, y aún comentando el golpe, nos encaminamos al hotel sin saber aún que habiamos tenido un día perfecto.


Día 7: El hogar de Jorge Arbusto

Tras lo de ayer y habiéndonos acostado a la 1, el despertador sonó sobre las 4 y media, que palo!, pero bueno, estábamos allí para aprovechar el tiempo al máximo, así que sacamos fuerzas de flaqueza y nos preparamos y fuimos a la estación de Penn. El tren regional era una pasada, con unos asientos mucho más confortables y grandes que los nuestros, supongo que por el tamaño medio de los viajeros.

El viaje a Washington D.C. no se hizo excesivamente largo y una vez que estuvimos allí desplegamos el mapa que habiamos comprado al lado del Garden y empezamos a tachar monumentos ampliamente conocidos por todos, ya que forman parte del paisaje gubernamental americano: el Capitolio, la explanada del Smithsonian, la Casa Blanca, Lincoln Memorial, Washington Memorial, el cementerio de Arlington, hasta al Pentágono nos acercamos, aunque sólo sea por decir que estuvimos allí. Después, y por seguir la costumbre, a media tarde nos acercamos al Chinatown capitalino a comer (¡no escarmentamos!) y de ahí a tomar una cerveza y de vuelta a la estación a coger el tren hacia NY.


Día 8: El viaje de regreso

Se nos acababa el viaje, todo tiene su fin y esto no iba a ser menos. Pero para esa última cita habíamos dejado unos pesos pesados. Comenzamos subiendo al Top of the Rock, dentro del complejo del Rockefeller Center. Está mucho mejor acondi- cionado que el Empire y las vistas no es que sean más o menos espectaculares, es que son diferentes, desde uno ves más el Downtown y los barrios de Brooklyn y Queens, desde el otro ves el Empire y Central Park. Supongo que es cuestión de gustos. Yo recomiendo subir a los 2, uno de día y otro de noche, a elegir.

A continuación nos dirigimos al último punto de la agenda, el MOMA o Museo de Arte Moderno, bastante recomendable y muy frecuentado. Te puede gustar o no esa etapa del arte, pintura, escultura, etc., pero lo que sí es cierto es que las obras expuestas allí son el más claro exponente de una serie de artistas irrepetibles.

Cuando salimos, buscamos un sitio donde comer y más tarde, y para hacer tiempo hasta que recogiéramos las maletas en el hotel para dirigirnos al aeropuerto JFK, gastamos nuestros últimos dólares en recuerdos muy diversos, desde camisetas a llaveros.

Espero con este extenso relato haberos hecho partícipes de lo que ese viaje significó para nosotros 4 en general y para mí en especial, y que con mis palabras hayáis conseguido sentir lo que yo sentí en esa mágica ciudad.


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