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Bandera de Japón

JAPÓN

Diario de viaje de dos mochileras en Japón

Eva Rexach
Published on Travel date: 2008 | Published on 30/09/2008
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Introducción

Japón es uno de los países más fascinantes del planeta. No solamente por su cultura y su riquísima historia, sino también por haberse convertido en una potencia mundial que, sin embargo, mantiene muy vivas sus tradiciones y costumbres.

Aunque existe el tópico de que es un país caro, lo cierto es que viajar por Japón y, sobre todo, dormir y comer, resulta mucho más económico que cualquier itinerario por Europa. Vale la pena comprobarlo.


Ficha técnica del viaje

Fecha del viaje

Del 28 de Julio al 14 de Agosto de 2008.

Itinerario

Día 1: Barcelona - Helsinki - Nagoya - Fukuoka
Día 2: Fukuoka - Yufuin - Beppu - Fukuoka
Día 3: Fukuoka - Monte Aso - Kumamoto - Fukuoka
Día 4: Fukuoka - Nokonoshima
Día 5: Fukuoka - Hiroshima
Día 6: Fukuoka - Miyajima
Día 7: Miyajima
Día 8: Miyajima - Kyoto
Día 9: Kyoto
Día 10: Kyoto - Nara
Días 11-12: Kyoto
Día 13: Kyoto - Tokio
Día 14: Tokyo - Hakone
Días 15-16: Tokio
Día 17: Tokio - Nagoya
Día 18: Nagoya - Helsinki - Barcelona

Presupuesto y gastos

+ 831 € (vuelo Finnair)
+ 280 € (JR Pass 2 semanas)
+ 150 € (otros transportes)
+ 500 € (alojamiento, coste aproximado)
+ 200 € (comidas, coste aproximado)
= 1.961 € (total aproximado por persona, gastos privados -regalos, etc.- no incluidos)

Presupuesto diario - Lo más económico en Japón es la comida: la cena más cara nos costó 3.000 yenes (18 euros) por persona en el barrio de Gion, en Kyoto. Las bandejas de o-bento cuestan entre 500 y 2.000 yenes (3 - 12 euros), y los billetes de metro, que se tarifa por zonas, entre 120 y 200 yenes por trayecto (0,75-1'25 euros). Las entradas a los templos suelen salir por unos 300-600 yenes (1'90-4 euros), y las bebidas de las máquinas expendedoras de la calle (las hay por todas partes), salen por 80 yenes los vasos y los 150-180 las botellas (0,50-1 euro respectivamente).

Moneda

La moneda oficial es el yen, que equivale, más o menos, a la peseta. Apenas se utiliza la tarjeta de crédito, ni siquiera en los restaurantes, y la mayoría de cajeros automáticos no funcionan con tarjetas extranjeras; conviene llevar siempre dinero en efectivo.

Salud y seguridad

Japón es uno de los países más seguros del mundo. No solamente porque el transporte es absolutamente fiable, sino porque el concepto "vamos a robar a un turista" no existe. El único inconveniente que nos encontramos a lo largo del viaje fueron los mosquitos de Kyoto.

Transporte

Es imprescindible sacarse el JR Pass, una especie de Interrail para viajar por todos los trenes de Japón, alguna compañía de ferry y algunas rutas de autobuses urbanos e interurbanos. Hay que comprarlo fuera del país y existe en tres modalidades: 7, 14 o 21 días. Nosotras estuvimos 16 días y compramos el de 14; únicamente tuvimos que comprar el último trayecto en tren Tokyo-Nagoya, que nos salió por unos 60 €. Los taxis, mejor evitarlos: son realmente caros (cruzar Tokyo, por ejemplo, cuesta alrededor de 5.000 yenes).

Alojamiento

Para viajar barato lo mejor son los albergues. Son cómodos, más o menos bonitos y, sobre todo, muy baratos, más que en Europa (en Kyoto, el mejor albergue de todos, pagamos 16 € por una habitación doble por persona). Eso sí, hay que probar un ryokan, el equivalente al bed&breakfast, pero de estilo tradicional. Puede ser un lujo, pero vale la pena.

Clima

El verano en Japón es horroroso. El calor es a ratos insoportable, a ratos horrible. La humedad es extrema y es imprescindible beber agua constantemente e incluso las noches son calurosas. Conviene llevar gorro para protegerse y un paraguas para las lluvias repentinas o para el sol.

Gastronomía

Si estáis planeando un viaje a Japón, seguro que habéis comido más de una vez en un japonés. Nada que ver. El sushi es una especialidad de Tokyo y Kyoto, hay otros lugares en los que no veréis ni una sola bandeja. En el sur, Kyushu, se comen muchas brochetas; en Hiroshima es típico el okonomiyaki, una crep rellena de fideos con verduras, huevo y salsa, absolutamente delicioso, y Tokyo es el paraíso del pescado. En lugares como Miyajima es posible degustar la gastronomía más tradicional y creativa.

En resumen: Japón tiene una gastronomía muchísimo más rica de lo que muestran los restaurantes en España. Además, en las estaciones de tren venden bandejas de comida para llevar (llamadas o-bento) que, por menos de 6 euros, son una comida completa a base de arroz, carne de cerdo empanada (tonkatsu), fideos con verduras... Asimismo, no hay que perderse los enormes centros delicatessen de los sótanos de las estaciones, son una delicia para el paladar.

Compras

Realmente Japón es el país ideal para comprar infinidad de cosas diferentes, porque incluso los souvenirs son bonitos. En todas partes encontraréis dulces y galletas de formas variadas, rellenos de crema de té y de judía roja o sésamo negro: son un buen detalle y el embalaje es precioso. En Kyoto, lo más común son los abanicos y los pañuelos artesanos (en Eirakuya tienen modelos preciosos); en Tokyo podéis comprar cuchillos artesanos en el mercado de Tsukiji y té verde en todas sus variedades en Ginza (hay una tienda preciosa en la calle principal, cerca del mercado de Kabuki). Si buscáis algo más friki, en todas partes venden colgantes para móviles con gatos de la suerte, geishas de madera e infinitud de muñequitos Hello Kitty. Y, sobre todo, no os olvidéis de probar los fabulosos mochis en Tokyo; hay una tienda en Shinjuku y otra en Marinouchi, en un centro comercial frente a la estación de tren. Si queréis electrónica hay que ir a Akihabara y Shinjuku, aunque los precios a veces no son tan económicos como se cree.

Guía de viaje

Japón. Lonely Planet. Imprescindible.


DIARIO DE VIAJE AL JAPÓN

Día 1

El vuelo de Finnair con destino Helsinki sale a las 9:45 de la mañana. Tres horas de espera en el aeropuerto Vantaa de Helsinki y luego, 9'30 horas hasta Nagoya. Elegimos esta ciudad no porque sea especialmente bonita, sino porque resulta bastante más económico que viajar a Tokyo.

Aunque a priori pueda parecer complicadísmo, lo cierto es que el sistema de trenes es bien simple y funciona a la perfección. Si tenéis el JR Pass, podéis subir a cualquier tren (modelos Kodama o Hikari dentro de los shinkansen o de alta velocidad, puesto que el Nozomi, el tren bala más rápido, requiere un suplemento especial porque corre que vuela).

Para los vagones reservados de los shinkansen hay que obtener previamente un billete con el asiento reservado en cuarquier taquilla u oficina JR. Para los no reservados basta con mirar el panel de información (en japonés e inglés) y fijarse qué vagones están libres de reserva; normalmente son del 1 al 3. Luego, hay que mirar en el suelo el número de vagón que os corresponde y hacer cola. Cuando falten 30 segundos para que llegue la hora, el tren entrará en la estación, cada vagón se parará delante del correspondiente número y la puerta se abrirá a la hora en punto.

Con el cambio de hora, llegamos a Nagoya a las 9 de la mañana del día siguiente. Nuestra ruta empezaba por la parte más alejada de Japón, Kyushu, de modo que cogimos dos trenes para llegar hasta Fukuoka. La ruta fue la siguiente: Nagoya - Shin Osaka - Fukuoka; en total, unas 5 horas en tren.

En nuestra primera noche en Fukuoka comimos en una taberna al lado del río. Esta ciudad tiene un núcleo urbano bastante delimitado: el río y el barrio de Tenjin. La primera zona es más tradicional, la segunda, más moderna. Los alrededores del río está lleno de pequeñas tabernas donde sirven, sobre todo, brochetas varias (de pollo, de verduras, de carne de cerdo, de vísceras y cartílagos...), que se cocinan a la vista en unas brasas de carbón. Por más sencilla que sea la comida, seguro que será deliciosa.

Dormimos en el albergue Khaosan Fukuoka, funcional, barato y cerca de la estación.


Día 2

Fukuoka era el campamento base para descubrir el Japón rural, así que emprendimos la marcha hacia Yufuin en el tren Yufuin No Mori. Es un tren turístico que cubre el trayecto en unas tres horas y que cruza montañas, campos de arroz y ciudades completamente industrializadas. Yufuin resultó ser una localidad turística sin demasiado interés, llena de tiendas de souvenirs, con lagos y un paisaje bastante bonito, pero nada más.

Beppu
Beppu

De ahí fuimos a Beppu, otro pueblito turístico que, sin embargo, tiene un gran atractivo: los infiernos. Se trata de pequeños lagos de aguas termales de colores que brotan de las entrañas de la tierra. En la estación de tren hay una oficina de información turística en la que dan mapas y venden el pase de un día para poder subir y bajar del autobús mientras se visitan los distintos infiernos. Siguiendo las indicaciones de la guía Lonely Planet, subimos hasta la zona de Myoban para poder disfrutar de las vistas (que tampoco son tales) y experimentar lo que siente un huevo cuando lo pones a hervir: el onsen.

Cuando la temperatura exterior alcanza los más de 35 grados meterte en un baño termal no parece la mejor idea. La sensación se encuentra a medio camino entre el "dios, me estoy quemando" y el "creo que me estoy mareando". Eso sí, cuando sales a la calle, estás como nueva.

El procedimiento es bien sencillo: entras, sonríes y con los dedos de la mano, dices: "dos". La mujer te sonríe, te señala el precio, pagas, y te diriges al vestuario (hombres y mujeres están separados). Te desvistes, metes la ropa en una taquilla y te vas a la zona de baño. Te limpias con agua y jabón en una ducha y luego te metes en el agua hasta que notas que empiezas a hervir. Antes de desmayarte, sales, te das una ducha de agua fría, te vistes, le dices arigato a la mujer de la entrada y te vas más fresca que una rosa.


Días 3 y 4

A pesar de que se tiene la idea de que Japón es un país moderno, industrializado y preparado para el siglo XXI, la comunicación con los japoneses no es lo que podría creerse. Muy poca gente habla inglés, y a menudo, los que lo hablan cuestan de entender porque el acento resulta bastante extraño.

Por eso es muy útil que los restaurantes tengan escaparates con menús de plástico en exposición y que la comida esté a la vista. Siempre se puede pedir lo que come el de al lado o aprenderse cuatro palabras básicas (pollo, verduras, cerdo, fideos), lanzarlas al aire y esperar a ver qué traen.

De nuevo desde Fukuoka, cogimos un tren para ir a la zona volcánica del monte Aso. La ruta es larga: hay que ir hasta Yufuin y de allí coger otro tren hasta Aso; también se puede hacer desde Kumamoto, que fue el trayecto de regreso.

Una vez en Aso, hay que coger un autobús hasta la zona volcánica y luego, un teleférico hasta el mismo volcán. Para volver, se puede obviar el teleférico y bajar andando hasta la estación de autobús.

El volcán Aso es de los pocos en activo que se pueden visitar. Esto quiere decir que se está tan cerca de las entrañas de la tierra que se huele el azufre. La verdad es que es bastante impresionante y el paisaje de alrededor es realmente bonito, con sus valles, sus montañas y sus grandes planícies verdes, igualito que la Tierra Media.

Kumamoto
Kumamoto

De regreso a Fukuoka vale la pena hacer una parada en Kumamoto, todo un descubrimiento. Hay un castillo muy bonito (uno de los más importantes del país) y la casa de un samurái (pueden visitarse ambos por unos 600 yenes la entrada conjunta).

La noche anterior en Fukuoka habíamos comido en la calle, en unos puestecitos de comida que se instalan en los alrededores del centro y en los que es posible cenar brochetas por 350 yenes por persona.

Nokonoshima
Nokonoshima

Pero para nuestra última noche en la ciudad, elegimos un restaurante, cuyo nombre desconozco, en el que probamos el espectacular okonomiyaki, un crep cocinado a la plancha teppanyaki y relleno de brotes de soja, fideos, bacon y cubierto con una tortilla. Y por menos de 6 euros.

El restaurante está de camino al albergue, antes de doblar la segunda esquina; tiene una puerta corredera roja.

Al día siguiente el calor y cansancio de los primeros días nos obligaba a un descanso, que decidimos tomarlo en la playa. Fukuoka tiene una costa llena de playas, y elegimos Nokonoshima por ser la más accesible. Un ferry que sale de la estación de ferries de Fukuoka nos llevó allí en 10 minutos.

Nokonoshima es una islita que parece sacada del trópico, con sus palmeras y sus enormes montañas, tranquila y con una zona para hacer barbacoas.

Los fines de semana se pone a reventar, pero al ser entre semana estuvimos casi solas en la playa. Un detalle: hay que pagar 1.000 yenes para entrar y tener acceso a las duchas y el restaurante; a cambio, el shuttle bus desde la estación es gratuito.


Día 5

A primera hora de la mañana cogimos el tren hacia Hiroshima. Dejamos las mochilas en consigna (las hay en todas las estaciones, y cuestan entre 300 y 500 yenes por taquilla) y cogimos un tranvía hasta los restos del edificio de la bomba atómica, conocido como A-dome.

Lo cierto es que resulta un poco difícil imaginarse lo que ocurrió hace 60 años porque está todo reconstruido e Hiroshima es una ciudad grande llena de edificios altos que no parece ser el escenario de una tragedia tan pavorosa. Sin embargo, después de visitar el Museo de la Bomba Atómica, el edificio en ruinas adquiere otro significado, más profundo y dramático. No hay más que ver en la ciudad, así que regresamos a Fukuoka.

Al día siguiente, fuimos directamente a Miyajima; para ello, hay que ir hasta la estación de ferries de Hiroshima (hay un tren que va directo) y coger el ferry, cuyo billete va incluido en el JR Pass. En Miyajima nos esperaba la mejor experiencia japonesa.


Días 6 y 7

Miyajima
Miyajima

Miyajima es una isla santuario llena de templos, montañas y con una puerta sagrada, Torii, que es una de las imágenes más conocidas del país. Vale la pena quedarse allí un par de noches para poder descubrirla con calma y disfrutar del Japón más auténtico. La salida y la puesta de sol son realmente impresionantes, y el paisaje cambia con la subida de la marea.

Nos alojamos en el ryokan Watanabe Inn, con desayuno y comida incluidos: una auténtica delicia gastronómica a base de pescado caramelizado, arroz aromatizado, marisco, verduras de sabores insólitos, sashimi, tempura, carne de ternera con setas, gelatinas de algas, sopas de miso... El ryokan está atendido por la misma familia Watanabe, que dispone para el visitante habitaciones exteriores con suelos de tatami, puertas correderas de papel de arroz, baños de madera de cerezo y kimonos: una pasada.

Desde allí mismo arranca el camino a uno de los templos más importantes de la isla, Daishoin, en realidad, un cúmulo de templos y santuarios que serpentean a lo largo y alto de la montaña.

Miyajima tiene un paisaje espectacular que muere en el Monte Misen. Éste puede visitarse de dos maneras: o bien a pie (una excursión para aventurados en el campo del trekking) o bien en teleférico. La última parte del ascenso al monte hay que hacerla a pie, entre cervatillos y monos. En cualquier alojamiento os darán el mapa completo, con las estaciones de paso, los caminos y las advertencias. Las vistas desde lo alto valen realmente la pena, pero no es necesario agotarse y sufrir una lipotimia; es más cómodo ir en teleférico, aunque seguramente uno se pierde parte del paisaje montañesco.

Al atardecer, visita imprescindible al pabellón flotante Senjokaku y la Torii con la marea baja, entre algas y caracolillos de mar; la misma visita, por la mañana, con la marea alta, adquiere otra dimensión.


Días 8 a 12

En Japón, hay dos tipos de autobuses, los de precio fijo (que rondan los 100 o 200 yenes) y los de precio variable. En estos últimos un marcador encima de la cabina del conductor indica qué parada es y cuánto cuesta; hay que pagar a la salida.

En Kyoto, Tokyo y otras grandes ciudades y localidades turísticas, una amable vocecilla de mujer anuncia las paradas en japonés e inglés. Para los que no tienen megafonía hay que fijarse en los kanjin para saber en qué parada bajarse: de nuevo, la memoria visual será vuestra mejor aliada (eso o conseguir un amigo que hable japonés).

De Miyajima fuimos a Kyoto, otro de los platos fuertes del viaje. El tren sale de Hiroshima, para en Shin-Osaka y allí hay que coger otro que en 15 minutos hace su parada en Kyoto.

A primera vista, Kyoto es fea: grandes edificios de dudoso gusto arquitectónico, calles de muchos carriles, largos pasos de peatones en diagonal y ni rastro del Japón imperial. Tras el asombro inicial, una descubre que es una ciudad llena de sorpresas, que esconde auténticos tesoros y en la que es posible imaginarse cómo se vivía en el momento de su máximo esplendor.

Tras dejar las mochilas en el albergue K's House (el mejor del viaje, sin duda alguna), fuimos a descubrir Gion, el barrio de las geishas. Ya era de noche, y el paseo fue una auténtica delicia: casitas con persianas y puertas de madera, calles estrechas iluminadas por lámparas de papel, templos sumidos en la oscuridad y, de vez en cuando, una geisha camino de uno de los restaurantes de la orilla del río, en Shirakawa-Minawi-dori, una de las callecitas más bonitas del mundo.

Gion parece sacado de una película y, lo más curioso es que, apenas dos calles más arriba, se descubre una ciudad futurista, llena de clubes nocturnos, bares deslumbrantes y rincones iluminados por luces de neón: es Pontocho, el centro moderno de la ciudad.

En Kyoto hay templos, castillos y tiendas a mansalva, y todo vale la pena. No os perdáis los templos de Kiyomizu-dera, Kodai-Ji (y su impresionante bosque de bambú), Kinkaku-Ji (el Pabellón de oro), el castillo de Nijo-Jo. Hay un pase de autobús que cuesta 500 yenes y permite coger cualquier línea durante todo el día; es aconsejable. También hay una red de metro, cuyas paradas más importantes son Sanjo, Shijo, Higashijama, Kawaramachi y Shijakusho-mae. Es, además, el lugar ideal para comprar regalos y objetos de artesanía que solamente encontraréis aquí; para ello, la calle Karawamachi es ideal.

Por razones que una desconoce, en las grandes ciudades las calles no tienen nombre apenas. Algunos carteles indican un cruce o una gran avenida, pero nada más. Es muy difícil dar una dirección porque ni los mismos japoneses saben dónde están. Para ello, es imprescindible la memoria fotográfica y las señales (la tienda de la esquina, el cartel del edificio de la derecha, etc).

Los mapas, en la mayoría de casos, no sirven para nada porque la mitad de las calles no aparece; si aparecen al no tener nombre tampoco son muy útiles... Lo mejor es fijarse mucho en el entorno, localizar una parada de metro cerca (o preguntarla en el alojamiento) y andar hasta encontrar el lugar, descubriendo, de paso, otras calles.

De noche, Kyoto se transforma en una ciudad moderna y llena de estímulos. Los restaurantes a la orilla del río, en Pontocho, son espectaculares (todos cobran un suplemento por comer en la terraza, de entre 200 y 1.000 yenes; algunos de ellos tienen el salón con vistas al río, de modo que no es necesario sentarse expresamente en la terraza), y los alrededores de la estación de Shijo están llenos de clubes y bares de lo más moderno. Si queréis probar brochetas en un lugar de lo más auténtico, id a Daikichi, en Sanjo-dori (acertada sugerencia de Lonely Planet).

Desde Kyoto es fácil el acceso a Nara, una localidad famosa por dos cosas: el impresionante templo Todai-Ji, con uno de los Budas más grandes del mundo, y el festival de verano, en el que la ciudad se llena de miles de farolillos.

Inari
Inari

Además, no faltan los templos ni las callejuelas estrechas con tiendecitas de lo más pintoresco. El viaje dura más o menos una hora con la línea de JR que sale de la misma estación de Kyoto.

De camino, vale mucho la pena detenerse en Inari, donde se encuentra uno de los santuarios más impresionantes de Japón, con miles de torii rojas creando senderos por la montaña.

Por último, y un poco alejado del centro pero justamente por esto realmente diferente, la zona de Arashiyama y Sagano conserva mucho del Kyoto antiguo.

En los alrededores del templo Tenryu-ji hay tiendecitas, restaurantes y un río en el que se puede ir en barca.


Días 13 a 17

El último destino de nuestro viaje era Tokyo. Desde Kyoto, el trayecto dura unas dos horas y media. El impacto al llegar a una de las ciudades más pobladas del planeta es brutal. Miles y miles de personas arriba y abajo, cruzando, corriendo, entrando, saliendo, luces de neón, pantallas de televisión en los edificios, calles llenas a rebosar de tiendas, vías de tren atravesando la ciudad a distintos niveles, grandes avenidas de lujosos escaparates, teatros antiguos... Tokyo parece sacada de una película incluso en lo menos glamouroso: la pequeña calle de los yakitoris, debajo de la estación de Shinjuku, llamada Omode-yokocho, podría ser el escenario de una historia sobre yakuzas; sin embargo, es un lugar de lo más genial para comer bueno y barato.

Conviene saber que en Tokyo, durante la semana, no hay mucha fiesta. Los trenes y metros finalizan a las 12 de la noche y no hay transporte nocturno. La ciudad es enorme y, a menos que estéis cerca de alguna de las zonas de marcha y podáis volver a pie, el taxi os puede salir por un ojo de la cara.

Tokyo es apabullante. Excesiva, deslumbrante y estresante. Conseguir atravesar el cruce de Shibuya sin morir aplastado por miles de personas es toda una proeza (vale la pena subir al Starbucks de Shibuya para pasar el rato viendo cruzar a la gente); y entrar en el metro en hora punta, una heroicidad.

Cabe decir que en esta ciudad hay gente siempre y en todas partes, hay ruido constante (de coches; de gente que grita en las tiendas vendiendo sus productos; de vendedores callejeros con megáfonos lanzando ofertas; de anuncios de televisión, vídeos musicales y noticias emitiendo al mismo tiempo desde enormes edificios de cristal) y la sensación de torbellino es realmente curiosa.

Pero vale la pena pasar cuatro o cinco días allí. Cualquier guía os permitirá haceros vuestro propio itinerario y elegir entre las decenas de templos que hay; pero no debéis perderos el Kinryuzan-Senso-ji, uno de los más antiguos de la ciudad.

Tokyo
Tokyo

Los barrios más importantes de Tokyo son Ginza (el barrio pijo, con espectaculares tiendas de moda, y donde se encuentra el mercado Tsukiji, una visita imprescindible), Shinjuku, Shibuya, Akihabara (para los fans de la electrónica, aunque Shinjuku también está lleno de tiendas), y la zona de la estación central, Tokyo, donde se encuentra el Palacio Imperial (que, sin embargo, no se puede visitar).

También hay museos y galerías de arte; sin embargo, lo mejor de Tokyo es la ciudad en sí, la gente, las tiendas y las calles. Si queréis ver el Tokyo más friki, hay que ir a Harajuku y Roppongi, donde se encuentra el parque Yoyjogi, en el que los domingos por la mañana la gente se disfraza y se pasea a mayor gloria de los turistas.

Una de las excursiones más populares que se pueden hacer desde Tokyo es Hakone, una localidad relativamente cercana que tiene la gracia de combinar varios medios de trasnporte: tren, funicular, teleférico, barco y autobús. Desde el teleférico, si el día está despejado, se ve el Monte Fuji; el resto de la ciudad es para descubrir una localidad turística, pero llena de templos y bonitos rincones. Para comer, nada mejor que el pequeño restaurante de gyozas (empanadillas) cercano a la estación de tren (lo veréis de camino al funicular). La visita a Hakone dura más o menos todo el día, y la mejor manera de aprovecharla es con el pase de dos días, que se compra en la estación de Odawara.

En Tokyo, nos alojamos en dos albergues diferentes porque no había disponibilidad (conviene reservar con antelación en verano): Ace Inn y Tokyo Hostel, ambos funcionales pero con un ambiente algo soso (este último está bastante alejado del centro).


Día 18

El viaje terminaba en Nagoya, de donde partía el avión de regreso.

Nos alojamos solamente una noche en el tranquilo ryokan Meiryu, sencillo pero funcional y con onsen privado. Visitamos un poco el centro y tuvimos la fortuna de probar la famosa ternera de Kobe, en el precioso restaurante Shoya. Realmente, esa carne es de otro mundo. Y es un buen final para un viaje como éste.


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