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Bandera de Cuba

CUBA

Experiencias de un viaje de 14 días a Cuba

Diego Martínez
Published on Travel date: 2009 | Published on 31/07/2009
Last updated: 04/2022
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Introducción

Este viaje lo realizamos dos matrimonios amigos jóvenes de Santander entre el 16 y el 30 de mayo de 2009.

Los doce días de nuestra estancia en Cuba fueron muy, pero que muy intensos, tanto física, como psicológicamente, con un montón de experiencias, anécdotas, aventuras, sentimientos encontrados y un poco más enriquecidos que antes de salir de España.

Habíamos tenido contacto con una Cuba muy desconocida para la mayor parte del mundo, pues nada tienen que ver unas noticias de veinte segundos en un telediario con vivir en directo el día a día de la gente.

Casi con toda seguridad ha sido el viaje en el que más contacto hemos tenido con la gente. Bien es cierto que el compartir idioma ayuda mucho, pero también lo hace la predisposición de la gente a hablar sobre su realidad y su afán por conocer cómo vive el resto del mundo que a ellos les parece tan lejano y desconocido.

Así disfrutamos de unas vacaciones a las que calificaría como "diferentes".


DIARIO DE VIAJE A CUBA

Día 1 - Inicio del viaje

Nuestra aventura caribeña comenzó en el aeropuerto de Bilbao, el sábado 16 de mayo, donde tomamos avión con destino a París, pues por cuestiones económicas nos resultaba mejor volar con Air France, vía París, hasta La Habana por ahorrarnos algo de dinero. Salimos de Bilbao a las 10.15 y llegamos a París a las 12.00. El vuelo París - La Habana salió con puntualidad a las 13.50. No os voy a engañar, pero las casi 10 horas de vuelo fueron un auténtico infierno, pues al volar de día nos fue imposible dormir nada en todo el trayecto y al final te acabas agobiando de todo. Air France nos pasó una nota en el aeropuerto en la que decía que por incidentes recientes sufridos entre sus clientes, prohibía el consumo de bebidas alcohólicas personales a bordo del vuelo, lo cual no impidió que para comer nos dieran, sin pedirla, a todos y cada uno de los pasajeros, una botella de vino pequeña, de la cual se podía repetir sin problema. Debía de ser que a las cuestiones de marketing no afectaba la prohibición de consumir bebidas alcohólicas.

A las 17.35 llegamos al aeropuerto José Martí de La Habana. Nada más bajar ya vimos una especie de teatrillo muy típico de regímenes comunistas obsesionados con la seguridad, con dos o tres enfermeras y demás personal sanitario con batas y mascarillas esperando al grupo de apestados europeos, como si todos tuviésemos la famosa gripe A. Te dan un formulario para rellenar con unas preguntas sobre tu estado de salud y el sitio donde ibas a estar alojado. ¿Alguien se arriesgaría a que lo pusieran en cuarentena por escribir en la hojita que ha volado con fiebre o con tos persistente o algo parecido?.

El control de pasaportes lo hicimos sin mayores contratiempos. Tras esto esperamos nuestras maletas, que por suerte llegaron todas en perfecto estado y antes de salir del aeropuerto tienes que pasar otra especie de seudocontrol donde un funcionario/a te recoge el formulario que has rellenado anteriormente y de paso como llevábamos un par de bolsas de aeropuertos españoles con revistas pues te piden alguna para tener algo de información del exterior. Evidentemente ya contábamos con ello y les dimos un par de ellas. El resto las repartiríamos entre las propietarias de las casas particulares en las que nos alojamos, detalle que agradecieron mucho.

Tras esto, pasamos por la Cadeca que hay en el aeropuerto y cambiamos algo de dinero para ir tirando esa primera tarde. Nos cambiaron a 1,1927 CUC por euro. El cambio al día siguiente en la Cadeca que hay en Vedado, en La Rampa, estaba a 1,2135 CUC por euro. Como curiosidad solíamos cambiar cada cuatro días más o menos y cada vez obteníamos mejor precio. La última vez cambiamos a 1,2456 CUC por euro.

La primera sensación al traspasar la puerta del aeropuerto es de bochorno horrible. Hay una humedad altísima, aunque la temperatura en esos momentos no era de más de 23º C, pues acababa de caer una tormentilla, pero aún así la ropa se pegaba al cuerpo de manera insoportable. Salimos del aeropuerto y nos dirigimos a la zona de taxis. Preguntamos al primero lo que nos cobraba por llevarnos hasta nuestra primera casa particular, en Vedado, Casa Hortensia, calle 25, entre H e I. El hombre nos dijo que 25 CUC. Le dije que hasta luego. Decidí ir seis o siete coches más hacia atrás y al siguiente que pregunté me dijo que 20 CUC. Le contesté que 15 CUC y la cosa se quedó en 17 CUC, aunque al final, cosas del oficio, al ir a pagarle los 17 CUC, el hombre no tenía cambio de 20 CUC (qué casualidad!) y le dimos los 3 CUC sobrantes de propina. Primera vez que nos la cuelan, aunque ésta, consentida.

En apenas 25 minutos llegamos a casa de Hortensia. Se trata de una casa grande, de planta baja, espaciosa, con varias habitaciones, aunque para alquilar a turistas sólo son dos habitaciones pues es el máximo que permite el gobierno cubano. La noche nos costaba 30 CUC la habitación y el desayuno 4 CUC por persona.

Dejamos nuestras cosas, nos pegamos una ducha y salimos a inspeccionar el terreno. Estábamos a tres minutos de la famosa heladería Coppelia. Pasamos por delante, vimos las colas en las puertas y nos dirigimos al restaurante La Roca (Calle 21 No. 102 esquina M, en Vedado) porque teníamos un hambre canina. Creo recordar que cada uno de los cuatro pidió una descarga distinta para probarlas todas y tomamos nuestra primera cerveza bucanero. El precio de la descarga te incluye viandas fritas (boniato) que nos gustó a todos mucho, arroz, del cual no nos libraríamos en ninguna comida, y un postre en el que no hay nunca mucha variedad, pues siempre es helado, y a veces sólo hay de un sabor. En fin, que por 4 CUC por persona tampoco se puede pedir mucho más. De ahí nos volvimos de nuevo a la casa porque estábamos realmente cansados después de un día de viaje tan largo y nuestros cuerpos no daban para más.


Día 2. LA HABANA

Madrugamos sin necesidad de despertador, pues amanecía pronto y anochecía también antes que en España. Desayunamos a base de fruta (piña, frutabomba (papaya), mango y plátano), un huevo frito, tostadas con mantequilla y mermelada, un zumo natural de fruta y un café exquisito. Para mí lo mejor el zumo natural, que cada día lo tomamos de una fruta distinta. El más rico el de mango. Casi salíamos a tres zumos de mango por día.

Era nuestra primera toma de contacto real con la ciudad de La Habana. Fuimos andando desde Vedado hasta la Habana Vieja. Nos sorprendió mucho el mal estado en el que están casi todas las construcciones de la ciudad. Son edificios imponentes, de principios de siglo, pero que no tienen ningún tipo de cuidado ni restauración. Viéndolo en vivo uno se puede hacer una idea de lo que debió de ser esta ciudad en los comienzos del siglo XX. Todos sus edificios del centro tienen valor arquitectónico y son preciosos, pero repito, todos necesitan una rehabilitación urgente. Muchos de ellos ya han perdido cornisas, balcones, ventanas. Algo está haciendo la UNESCO y el famoso Restaurador de la Habana, pero ni todo el dinero llega donde tiene que llegar, ni es suficiente.

Paseamos durante toda la mañana por el centro visitando, entre otras cosas, el Callejón de Hamel, donde mantuvimos una conversación interesante con uno de los chicos que trabajaban en el taller del pintor Salvador González, el cual suele andar por allí atendiendo a su clientela. Conversamos con el propio artista durante un rato. Podría entenderse este tramo de calle lleno de pinturas en las fachadas y esculturas en plena calle como un tributo a la cultura afrocubana con un claro guiño a la santería. Le preguntamos el precio de sus pinturas, que por supuesto están a la venta. Todas estaban muy por encima de nuestras posibilidades. Nos despedimos amablemente y continuamos camino. Entramos en un par de agromercados en los que se puede encontrar todo tipo de frutas y hortalizas frescas que se cultivan en la isla, con la peculiaridad de que los precios de los productos están también expuestos en una tabla de precios máximos de cada producto a la entrada del mercado.

En nuestro paseo dimos por casualidad con la Casa de Cantabria en La Habana y entramos a tomar algo. Preside el lugar una foto de nuestro ilustre a la par que archiconocido y televisivo Presidente, Miguel Angel Revilla y en las paredes cuelgan emblemas, banderas y fotos de diversos municipios de la provincia. Tomamos una cervecita rápida y salimos al calor sofocante de la calle.

Llegamos hasta el Capitolio, el Teatro de la Habana, que es el edificio situado justo al lado. Este primer día no teníamos intención de entrar a visitar ninguno de ellos, pues sólo queríamos hacernos una idea un poco general de la ciudad y seleccionar aquello que visitaríamos al día siguiente. Pasamos por delante del Floridita, que a esas horas estaba cerrado, llegamos por la calle Obispo hasta la Plaza de Armas, una de las más famosas de La Habana vieja. A continuación fuimos hasta la Plaza de la Catedral (para mí la más bonita, por su encanto). Son casi todas calles peatonales, con bastante gente por ellas en las que te puedes encontrar a los más variados personajes, disfrazados de cualquier guisa con la intención de que les des alguna moneda por hacerte la foto con ellos. A la puerta de la Bodeguita del Medio te puedes encontrar sentada, mañana, tarde y noche a la famosa Abuela de La Habana, que al salir su foto en una guía de viajes, la mujer se ha hecho famosa, acompañada en todo momento de sus dos escuderas, que son las que reclaman el dinero por hacer las fotos (curiosa estampa); También anda por allí un imitador del personaje que ilustra la portada de la anterior guía de viajes, pues el original falleció hace algún tiempo, así como algún otro personajillo peculiar.

La Bodeguita del Medio decepciona un poco, pues se trata de un local de no más de 10 m², abierto al exterior, en el que en menos de tres metros de barra hay cinco camareros inusualmente rápidos preparando mojitos, y en el que te clavan una pasta por tomar cualquier cosa. Por supuesto preferimos pagar unos bien merecidos 4 CUC por un mojito en la terraza exterior del Hotel Nacional, con unas vistas del Malecón alucinantes, antes que en un local pequeño sin ningún encanto. Pero como siempre, esto es para gustos.

Se acercaba la hora de comer y optamos por seguir la recomendación de algunos foreros y comer en el paladar Nerei, en Vedado, calle 21, entre J y K. Tomamos cada uno un plato distinto para así probar de todo un poco, pero la verdad, la relación calidad-precio creo que tampoco es para tirar cohetes, porque al igual que en toda la isla, la variedad es escasa. No te puedes salir del arroz, de distintas formas y colores, pollo, puerco, camarones y langosta. En total pagamos casi 80 CUC por los cuatro. Algo caro para lo que nos dieron.

Esa tarde decidimos acercarnos hasta la zona de la Plaza de la Revolución y la Necrópolis Cristóbal Colón, ambas en la misma zona de Vedado. Cogimos un taxi en la Rampa, que es como popularmente se conoce a la calle 23 de Vedado. Por 2,5 CUC nos llevó hasta la Plaza de la Revolución, que no es que esté precisamente lejos de allí. Era domingo y el museo que se encuentra en los bajos estaba cerrado. Preside la plaza un imponente monumento a José Martí. Esta plaza, que en realidad no tiene mucha forma de plaza, pues es casi rectangular es el lugar que habitualmente utiliza la propaganda del partido para congregar a los fervorosos ciudadanos que acuden voluntariamente y entusiasmados a aplaudir los logros del Régimen Revolucionario, representado por la figura del compañero Fidel. Justo enfrente del monumento se encuentra el famoso edificio del Ministerio del Interior, con la imagen del Che y la famosa frase Hasta la victoria siempre. Nos hicimos las fotos de rigor y continuamos camino de la necrópolis de la Habana.

Subiendo por la avenida que da acceso a la Necrópolis Cristóbal Colón, nos encontramos con la calle cortada porque en la Iglesia que se encuentra a tan sólo 500 m. del cementerio se estaba celebrando un funeral militar de alguien que intuíamos debía de haber sido una figura importante porque había una gran concentración de militares, con un pelotón armado luciendo crespones negros en el brazo, banda de música, coches oficiales, coche fúnebre militar descubierto para transporte del ataúd, etc. La poca gente que se había concentrado en las aceras miraba la salida del féretro de la Iglesia con caras que expresaban una mezcla de resignación, pasotismo e incluso algo de temor. No quisimos desaprovechar la ocasión de presenciar un acontecimiento de este tipo y nos dirigimos hacia el cementerio al mismo tiempo que todo el cortejo fúnebre.

Por entrar al cementerio nos querían cobrar 4 CUC por persona que era la tarifa oficial, creo recordar, pero como era tarde, negociamos un precio más módico y la cosa se quedo en 2 CUC por cada uno. Nos comentó el responsable de la puerta que el fallecido era un general del ejército cubano que había servido en mil y una guerras. Nos llamó la atención que la comitiva fúnebre estaba compuesta por apenas 50 personas, de las cuales casi todas eran familiares, y unos pocos militares de alta graduación, y ocho o diez curiosos y turistas como nosotros que pasábamos por allí. Eso sí, la escenificación fue digna de un funeral de Estado en toda regla, con ceremonia de recogida de bandera, doblado, salvas militares, música, etc. Lo más destacable fue el discurso que alguien leyó al final del funeral relatando las virtudes del fallecido y la impagable labor prestada al Partido Comunista y por ende a la causa revolucionaria, destacando el valor y coraje del hombre, las guerras en las que había participado, las condecoraciones que le habían entregado. En fin, que la parafernalia, digna de una película.

Tras ello, en apenas cinco minutos, allí no quedó nadie, y aprovechamos para visitar el cementerio tranquilamente. Hay muchas tumbas que merecen la pena y en especial destacaría el Panteón de los bomberos.

Una vez fuera del cementerio, tomamos la calle 12 y nos dirigimos hacia La Boca de La Chorrera, una antigua fortaleza reconvertida en cafetería y situada en uno de los extremos del Malecón de la Habana. Por el camino, casi al final de la calle 12, se encuentra el edificio que fue el famoso casino en el que los mafiosos americanos de la época de Batista celebraban sus fiestas particulares.

Tomamos algo en la Boca de la Chorrera porque había empezado a llover. Fue tan sólo una lluvia de diez minutos. Empezamos a andar por el Malecón (8 km de longitud), dirección Vedado. Pasamos por delante del Monumento a Calixto García y llegamos hasta la Sección de Intereses Estadounidenses, un edificio de varias plantas, moderno y celosamente custodiado por militares cubanos con garitas en la propia acera. Más adelante, y justo delante del edificio de la Sección se sitúan unos cuantos mástiles cada uno con una bandera negra, a distintas alturas y justo detrás la Tribuna Antiimperalista. Toda una simbología política. Es curiosa la colocación de los mástiles de las banderas negras, a distintas alturas. Según la versión oficial quieren significar algo así como un homenaje a las víctimas del imperialismo, aunque la verdadera intención es ocultar a la vista los mensajes políticos que desde una pantalla electrónica situada en el edificio americano se emiten frecuentemente. También tengo que decir que pasamos un par de veces por allí y no vimos ningún mensaje.

Continuamos por el malecón hasta el Monumento a las víctimas del Maine, justo delante del precioso edificio del Hotel Nacional. Eran ya casi las 8 de la tarde y nuestros pies estaban destrozados. Habíamos andado durante todo el día y estábamos doblados así que decidimos dejar el resto del malecón para el día siguiente. Volvimos a cenar al restaurante La Roca y de cabeza al catre porque no podíamos con nuestros cuerpos.


Día 3. LA HABANA, MIRAMAR y PLAYAS DEL ESTE

Como de costumbre, madrugamos de nuevo. Hoy habíamos quedado con un taxista que conocía la propietaria de la vivienda para que nos viniera a buscar y recorrer la zona de Miramar, con sus embajadas, residencias señoriales y llegar hasta las Playas del Este.

El hombre se llamaba Tony, tenía 40 años, como nos contó. Llegó tarde, pero prometió compensarnos su retraso. Partimos hacia Miramar, paramos en varias ocasiones para fotografiar algunos de los edificios que albergan embajadas y consulados porque son realmente impresionantes. Nos llevó hasta la zona de las residencias oficiales donde suelen alojarse los dirigentes políticos cuando vienen a la Habana a celebrar cumbres de Jefes de Estado. Le pedimos que nos dejara un rato por allí y que aprovechara para hacer alguna carrera por la zona. El tío era un currante nato y le molestaba ver a compañeros taxistas sin hacer nada. No desaprovechaba la más mínima ocasión para ganar un CUC. En el rato que estuvimos andando por la zona entablamos conversación con el jardinero de una de las mansiones. El hombre nos explicó la historia de muchas de las casas, algunas de las cuales habían pertenecido a la misma familia. La casa que él cuidaba, pertenecía, en palabras suyas, a la familia de Clara Sánchez, una guerrillera que lucho junto a Fidel en la Sierra Maestra y a la cual se llegó incluso a relacionar sentimentalmente con éste, la cual es tenida por prototipo de mujer cubana, imagen de la revolución. Charlamos con el jardinero unos diez minutos porque al hombre se le veían pocas ganas de trabajar y bastantes más de parlamentar con nosotros.

Cuando apareció Tony a recogernos le contamos lo que nos había relatado el jardinero y nos miró asombrado y algo molesto y nos preguntó quién nos había dicho esa mentira. Nos dijo que la casa de Clara Sánchez era otra, que estaba en la calle 12, cerca del cementerio de Cristobal Colón y por delante de la cual habíamos pasado el día anterior, cerca de la que había una escolta militar de manera continua. Posteriormente nos llevaría hasta allí para mostrárnoslo. En fin que, esperemos no haber firmado la inclusión del pobre jardinero en la lista negra, pues el tal Tony se mostraba muy afín al régimen y gran defensor de las ideas revolucionarias, aunque su comportamiento diario demostraba una doble moral más que condenable, pues su único objetivo era el ganar el máximo dinero posible, pero no para el pueblo, sino para sus bolsillos.

Desde Miramar nos dirigimos hasta el Club Náutico Internacional Hemingway, una marina donde hay atracados bastantes yates de recreo, muchos de ellos americanos y donde los dueños no tienen mucho interés en que se fotografíen sus embarcaciones y mucho menos grabarlos en video. Desde aquí pasamos por el Parque de la Habana, un lugar lleno de vegetación en el que estuvimos paseando un rato. No es un parque a la usanza europea, pues no hay senderos delimitados, ni bancos, ni nada de eso. Se trata de vegetación en estado puro. Por los alrededores pasa un río y en un lugar apartado pudimos contemplar un rito de santería. Un hombre estaba arrancando el cuello a unos pollos y vertiendo la sangre en un recipiente, junto a una mujer embarazada. Por supuesto no tenemos ni idea del significado, pero llamaba la atención.

Desde aquí continuamos camino de las Playas del Este. Son unas cuantas playas que se extienden a lo largo de varios kilómetros, situadas a tan sólo quince minutos en coche desde la capital. Como no teníamos ni idea de a cuál de todas dirigirnos, pues son unas siete, nos dejamos aconsejar por Tony. Nos dejó en la playa de Santa María del Mar. Serían como las 14.00 horas y le dijimos que pasara a buscarnos sobre las 17.00 horas. Al principio ponía un poco de mala cara porque habíamos pactado un precio por toda la excursión de 75 CUC y en principio le habíamos dicho que serían solo unas 5 o 6 horas y la cosa se iba a alargar algo más. Le convencimos diciéndole que tenía tres horas para hacer unas carreras extra.

Lo primero que hicimos fue comprar un poco de cerdo, pollo y arroz en un chiringuito al aire libre que había a la entrada de la playa. Por la zona no se veía ningún turista, tan sólo unos cuantos lugareños, pero la cola para pedir en el chiringuito era considerable, y al ritmo que servían aquello se eternizaba. Para hacer más amena la espera compramos unas cervecitas y unos tetrabrik pequeños de mojitos y daiquiris que vendían allí mismo, y por cierto que todo se podía pagar en moneda nacional, de la que por suerte teníamos algo porque el primer día cambiamos 5 CUC por si podíamos usarla.

La media hora que estuvimos esperando a que nos atendieran la pasamos a pleno sol tomando cervezas y tetrabriks y entre el calor que hacía ya a esa hora, el tiempo que había transcurrido desde el desayuno y el ambiente festivo, pues acabamos con una medio cogorza buena. Entramos en la playa con la caja de comida, bueno comida, comida, lo que se dice comida, no es que fuera mucho porque era un filetito de carne para cada uno, un poco de arroz y medio pollo que compartimos entre los cuatro. En la playa había bastante gente. No faltaba un chiringuito con música y bar. Nos acoplamos en unas hamacas y un par de sombrillas. Allí que llega el encargado de las hamacas y nos pide 2 CUC por cada hamaca. Le digo que son las 14.30 y que sólo vamos a estar un par de horas. Le doy 5 CUC por todas. Aprovecho que es el mismo que pone los mojitos en el chiringuito y le pido la carta de bebidas. Los mojitos y piñas coladas eran a 2,5 CUC. Inicio el tradicional regateo y le digo que vamos a tomar un par de rondas, que somos cuatro, etc. Me dice que me los deja a 2 CUC cada uno. Tomamos la primera ronda y nos pegamos un baño. El agua estaba calentita y con la cocida que llevábamos encima me pareció el paraíso. Tomamos la segunda ronda. Esta vez cambiamos a piñas coladas por lo de variar un poco y otro baño, para hacer más llevadero tanto sofoco.

Echando un vistazo alrededor de nuestras hamacas se veían bastantes casos evidentes de jineterismo, sobre todo chicas cubanas muy jóvenes y esculturales con hombres europeos no tan jóvenes, cosa que en otras playas fuera de La Habana no vimos tan descarado, y eso que en la propia playa sí vimos a un policía paseando por los alrededores. Según nuestra guía de viajes en estas Playas del Este está muy vigilado el tema para mantener la prostitución a raya, pero no es esa la impresión que daba. Aunque pensándolo bien ¿quién puede juzgar el amor de dos personas?. Cada uno se enamora de quien le da la gana, o no?. En fin, sin comentarios.

Al poco rato de acabar las bebidas pasa por allí otro hombre vendiendo ron servido en un coco y mezclado con el propio líquido del coco. Le pedimos otro de estos. Total, que ya empezábamos a tener algo de helicóptero por tanto alcohol y poca comida. Se nos pasaron las tres horas que no nos enteramos. A las cinco salimos a esperar a Tony. Para variar llegó 20 minutos tarde pero los aprovechamos para hablar con un par de chicos cubanos que estaban esperando que alguien les llevara a su casa. Nos contaron amargamente su desencanto por no poder tener acceso a nada. Decían que a ellos un Chevrolet o Buick destartalado de los que ruedan por Cuba, con más de 50 años, les puede costar entre 20.000 y 25.000$. Pudimos comprobar algo que sería habitual en todas las conversaciones que mantuvimos durante esos días con muchos cubanos, y es su resignación a la suerte que les ha tocado vivir. La presión que ejerce el régimen es muy fuerte y como muestra uno de los chicos nos contó que había trabajado como conductor de un cocotaxi, que son una especie de motos con forma de huevo y una vez había llevado a unos turistas entre dos lugares y le llamaron de la central y le interrogaron sobre los dos turistas italianos que había recogido a la puerta de tal hotel y que los había llevado hasta tal sitio. En fin que nadie escapa a los tentáculos del régimen.

Al fin apareció Tony y nos llevó hasta la Plaza de la Catedral donde habíamos quedado con dos personas a las que traíamos diverso material desde España, sobre todo medicamentos, ropa y algún regalo. Las dos personas con las que habíamos quedado no se conocían entre ellas, ni nosotros las conocíamos tampoco, pero ambas tenían profesiones en las cuales tienen acceso a mucha información y gente. Pasamos un par de horas charlando animadamente en la terraza de la Plaza de la Catedral, tomando unas cervecitas (a esas horas ya había perdido la cuenta de las que me había tomado en todo el día). Les entregamos lo que traíamos para ellos y al despedirme de uno de ellos me dijo que en Cuba había que tener mucho cuidado con quién se hablaba sobre temas políticos porque muchas veces las apariencias engañan. Creo que se estaba refiriendo veladamente a la otra persona con la que habíamos compartido tertulia. También me dijo que un par de mesas hacia nuestra derecha había un matrimonio que él conocía de vista y que sabía que se dedicaban a informar. Entre la medio resaca que tenía y lo esperpéntico de la situación me pareció estar viviendo una película de espionaje ruso, con KGB incluida, aunque sin tener muy claro cuál era mi papel.

Se hacía ya tarde y decidimos ir a cenar algo al restaurante Hanoi, también bastante recomendado en todos los foros. Por primera vez probamos la langosta grillé, acompañada de un mojito. Esta vez el mojito iba incluido, no es que lo pidiéramos aparte, pues podría parecer cuestión de vicio. Los demás pidieron algo de cerdo, pollo, arroz vietnamita y paella. Yo no sé si sería el hambre que teníamos acumulada o qué pero todo nos supo muy bueno. El precio bastante asequible. De nuevo taxi desde el Capitolio hasta la casa por 3 CUC. Era el precio standard por la carrera que siempre solíamos hacer, aunque ellos te pidieran inicialmente siempre 4 CUC.


Día 4. LA HABANA

De nuevo nos esperaba una jornada maratoniana por La Habana. Para no variar, madrugamos y desayunamos en casa de Hortensia. Cogimos un taxi a la puerta de la casa para ir hasta el Museo del Ron, en la Habana Vieja, siguiendo bastantes indicaciones del foro que lo recomendaban. Llegamos en diez minutos y nos piden 7 CUC por persona por entrar. Nos pareció una exageración, pero pensamos que quizás lo mereciera. Al cuarto de hora nos avisan que la visita en español comienza. Una chica que apenas tendría 18 años y que se había aprendido de memoria las cuatro frases que tenía que soltar nos conduce a través de cinco salas en las que repite cual papago lo aprendido, y en 15 minutos visita concluida. Eso sí, un detalle, la visita acaba en el bar en el que un ajetreado camarero, dormido en la barra (verídico, porque tengo hasta la foto del sujeto), te sirve un minúsculo trago de ron. Seguro que lo hicieron por nuestro bien, porque sabían la cocida que habíamos pillado el día anterior. Resumiendo, que sufrimos la mayor turistada de todo el viaje. El edificio que albergaba el museo jamás fue una fábrica de ron ni nada parecido, tal y como nos contó la guía. Tan sólo habían metido allí unos cuantos toneles de distintos tamaños, alguna máquina que otra utilizada en la elaboración del ron y medio museo lo ocupaba la tienda de souvenirs a precios astronómicos (no el ron, sino el resto de artículos) por la que inevitablemente tenías que pasar camino de la salida, algo que ya hemos sufrido en algún chiringuito de este tipo en otros países. Resumiendo, respeto las opiniones de cada uno, pero yo NO recomiendo esta visita bajo ningún concepto. Se puede aprender lo mismo consultando en cualquier buen libro o incluso en internet.

Desde allí museo nos acercamos hasta la Plaza San Francisco de Asís, que está apenas a cien metros, paseamos hasta la Fortaleza de la Real Fuerza, también muy cerca. Decidimos entrar en esta última (entrada 1 CUC). Una amable señora que estaba sola en una de las salas empezó a darnos una explicación, sin nosotros pedírsela, sobre lo que allí había, que no eran más que un par de mapas y alguna pieza encontrada en el foso que rodeaba a la muralla. Por lo menos la mujer ponía interés. Incluso se ofreció a hacernos un par de fotos en un ángulo que según ella salía no sé que luz en las fotos que sólo ella veía. Nos sorprendió su amabilidad, pero claro eso era Cuba y todo se paga, algo que ya habíamos aprendido al poner el primer pie en el aeropuerto, y la mujer ya nos empezó a pedir algo. Al final la dimos unas monedas. Continuamos el resto de la visita sin más guías amables. Las vistas desde la fortaleza son bonitas ya que al otro lado del brazo de agua de la bahía de la Habana están los Castillos de El Morro y la Cabaña.

Desde aquí fuimos a visitar el Museo de la Revolución. La entrada cuesta 5 CUC, pero aquí sí creo que merece la pena, pues es la historia del país, siempre con una visión muy sesgada y falta de objetividad, pero al fin y al cabo, historia (se suele decir que la historia siempre la escriben los vencedores). El museo está compuesto sobre todo por documentos, fotos y bastantes objetos, y relata todos los acontecimientos que han marcado la historia de la Isla, desde los tiempos de la colonización española hasta los más recientes.

Después del museo pasamos por delante del impresionante edificio de la Embajada española, situado en lugar privilegiado. Se nota que no hay tanto resentimiento hacia los antiguos colonizadores, aunque alguna muestra sí que pudimos comprobar, pero ya lo contaré más adelante. Había una cola bastante larga de gente esperando turno para hacer trámites para obtener la nacionalidad española.

Eran ya las dos de la tarde y el hambre apretaba así que repetimos en el restaurante Hanoi porque la cena del día anterior nos había gustado. Después de comer decidimos coger un taxi para ir hasta las Fortalezas de El Morro y la Cabaña, que están situadas una seguida de la otra. Para llegar hasta allí hay que cruzar uno de los túneles que discurren por debajo de la bahía. Buscamos un taxi y por 2 CUC nos acercó hasta allí. Caminamos dando un paseo hasta la entrada de El Morro. En la puerta nos piden 5 CUC por persona por ver los restos de una muralla. Nos conformamos con verlo por fuera. Vamos paseando hasta la otra fortaleza, la Cabaña y tres cuartos de lo mismo. Otros 5 CUC por persona por entrar. Les contestamos lo mismo. Aprovechamos para sacar unas cuantas fotos porque las vistas de la ciudad desde ese lado son espectaculares. Se ve gran parte del Malecón y toda la Habana Vieja. Es por lo único que merece la pena la visita. Quizás el interior de las fortalezas mereciera la pena, pero nos parecía excesivo pagar 10 CUC por ver las dos cosas.

Volvimos en taxi hasta el otro lado y comenzamos el paseo de El Malecón en sentido inverso a como le habíamos recorrido dos días antes y por el tramo que aún no habíamos pateado. Esta parte que empieza en el Castillo de la Real Fuerza, dirección Miramar es la más animada porque es donde se concentra más gente por las tardes. Además tuvimos la suerte de que el mar estaba algo picado y sacamos unas fotos espectaculares de las olas rompiendo y el agua cayendo en la calzada, todo ello con una puesta de sol preciosa. Pasamos por el Parque Maceo, la Caleta de San Lázaro, hasta el Hotel Nacional, donde hoy sí nos íbamos a tomar nuestro mojito en la terracita exterior con unas vistas de todo el Malecón espectaculares. Merece la pena pagar 4 CUC por un mojito sentado en esa terraza, de verdad.

Allí entablamos conversación con dos chicas y un chico alemán, hermanos todos, que estaban también de vacaciones. Hablaban castellano perfectamente porque tenían una casa en Mallorca. Estuvimos veinte minutos compartiendo impresiones sobre los pocos días que llevábamos en el país y lo chocante que nos resultaban tantas cosas. Se hacía tarde así que esta noche optamos por cambiar de restaurante y de comida porque el arroz, frijoles, pollo y cerdo se nos hacían ya muy repetitivos y elegimos el restaurante del hotel Habana Libre. Los precios algo más caros que en otros sitios, pero las pizzas estaban muy buenas.


DIARIO DE VIAJE A CUBA (cont.)

Día 5. VARADERO

De nuevo hoy habíamos pactado con Tony una excursión a Varadero. No podíamos irnos de Cuba sin haber siquiera visto de pasada el sitio y comprobar si la fama que tiene es tan merecida. Para no romper la tradición Tony llega tarde (seguro que le había salido alguna carrera por el camino y no era cuestión de despreciar un par de CUC). Se disculpa y nos dice que para compensarnos nos va a parar en un mirador camino de Varadero. Acto seguido nos empieza a contar que ha llegado tarde porque al ir a recoger a la estación de taxis el coche, no funcionaba y resulta que es que tenía roto no se qué historia del sensor del cigüeñal y que había tenido que buscar la pieza por todas partes y que le había costado 15 CUC el conseguirla tan rápido. El precio de la excursión lo habíamos dejado cerrado el día anterior y le había prometido una propina si lo hacía bien y quedábamos contentos. En cuanto empezó a contarnos la milonga de la avería le corté y le dije: "Tony, me da igual lo que te haya pasado, el coche es tuyo, no nuestro y el problema tuyo, no nuestro. El precio es el que pactamos ayer y no te vamos a dar ni un CUC más, así que no sigas por ahí". Al principio no se lo debió de tomar muy bien porque se tiró quince minutos sin decir nada, pero después se le fue pasando. Si te dejas malear te clavan por todos sitios.

Camino de Varadero me fijé que había un montón de policía por todas partes, cosa que me asustó un poco porque pensé que si eso era así por toda la isla, no nos íbamos a salvar de alguna multa. Otra cosa que empezamos a ver todas partes fueron los famosos carteles publicitarios de Cuba, que tienen la peculiaridad de no anunciar ninguna marca comercial, sino que son todos de propaganda política sobre las virtudes del régimen y de sus dirigentes.

A medio camino de Varadero, hicimos la parada prometida en el Mirador de Bacunayagua. Está situado en el mismo borde de la carretera de Varadero, a medio camino, más o menos. Desde el mirador se tiene una vista bonita del valle situado a un costado y del viaducto que hay un poco más adelante. Hacia las 12:00 llegamos a Varadero. Una cosa curiosa que nos llamó la atención fue que a la misma entrada de Varadero aparece una valla publicitaria, bien, más que publicitaria, yo diría propagandística de las bondades del régimen en la que dice literalmente, y en un tamaño de 30 x 5 m. Todo lo que aquí se recauda es para el pueblo. Cuanto menos, le deja a uno pensativo durante un rato.

Tony, en su línea, nos iba a hacer un pequeño recorrido por Varadero, aunque a primera vista no parecía haber nada destacable, salvo la playa, pero en estas estamos cuando al pasar por delante de uno de los hoteles le hace una señal el botones y el tío pega un frenazo en seco y le pregunta qué quiere. Le dice el botones que tiene unos turistas para llevar no sé donde. Tony le responde que en diez minutos está de vuelta para aprovechar la inesperada carrera que se le había aparecido. Dicho y hecho, nos deposita en una zona de la playa por allí cerca y quedamos con él a las 16:00 para volver a la Habana.

Entramos a la playa y nos sentamos en unas hamacas. No tardó ni dos minutos en aparecer un trabajador del hotel preguntándonos si estábamos alojados en el hotel, porque las hamacas eran del hotel y bla, bla, bla. Le contestamos que no, y el hombre nos empieza a decir que le da pena echarnos. Le digo que vuelva en cinco minutos que tenemos algo para él. El hombre se fue más feliz que una codorniz pensando que ya tenía su mordida del día. Cerca de donde estábamos teníamos un chiringuito bien surtido de todo tipo de bebidas. El camarero no nos dio tiempo ni a que fuéramos nosotros al chiringuito, pues servicial y atento apareció rápidamente por si estábamos sedientos del viaje. Iniciamos el ritual del regateo por los cócteles y los sacamos al precio habitual de 2 CUC.

En cuanto a las playas de Varadero tan sólo podemos decir que las hemos visto mucho más bonitas en la propia isla, sin más. No tienen nada destacable, al menos a nuestro juicio. Pero aquí de nuevo en cuestión de gustos no hay nada escrito.

A las seis Tony esta vez sí que estaba puntual para volver a la Habana, es más, esta vez fue a él al que le tocó esperarnos. Se conoce que no había hecho muchas carreras o que tenía prisa por regresar. Llegamos a La Habana sobre las ocho de la tarde.


Día 6. LA HABANA, LAS TERRAZAS, SOROA, CANDELARIA y VIÑALES

Otro día que tocaba madrugar algo porque a las 9 teníamos que recoger el coche de alquiler en el hotel Habana Libre. El día anterior habíamos decidido cambiar la frutabomba del desayuno de la casa por el desayuno buffet de este hotel. Entramos en el hotel y subimos al restaurante. Preguntamos el precio del desayuno y nos dicen que 10 CUC por persona. Algo caro, pero a la vista de los manjares que había sobre las mesas, aceptamos sin rechistar. Nos lo tomamos con calma y engullimos cómo si se fuera a acabar el mundo.

A las 9 pasamos por el mostrador de Transgaviota, en los bajos del hotel. Nos cobraron el seguro (10 CUC diarios) y el depósito lo hacemos con Visa (350 CUC). En cuanto al seguro creo que se equivocaron, porque según ponía en todos los papeles el seguro diario de un coche medio era de 15 CUC diarios y a nosotros nos habían cobrado 10 CUC, pero tampoco era cuestión de protestar, pues para una vez que parecía que se habían equivocado a nuestro favor mejor dejarlo así. Nos dan el coche, un Peugeot 307 break, con amplio maletero, justo para meter las cuatro maletas. El coche tenía 90.000 km y parecía que había sobrevivido a varias guerras. Cuando el chico me da la hoja con el dibujo marcando las zonas donde tiene golpes veo que tiene cruces por todas partes. En cuanto a lo del depósito de gasolina, a nosotros no nos pasó como al resto de la gente que parece que obligan a pagar el depósito lleno y luego le puedes devolver sin gasolina. A nosotros nos dijeron que era el sistema tradicional, vamos que le devuelves con la misma gasolina que te lo entregaron.

Pusimos rumbo a Viñales. Salir de La Habana no resultó tan complicado como pudiera parecer a primera vista. Preguntando unas cuantas veces alcanzamos la zona de Miramar, y desde ahí enlazamos con la autopista de Viñales, la cual cogimos inicialmente en sentido contrario, pero como ni hay mucho tráfico, ni es difícil cometer imprudencias, pues lo solucionamos sin problemas. Enfilamos camino de Viñales con la idea de parar en Las Terrazas. Yo iba acojonado con el tema de la policía, porque el día de Varadero se veía bastante a lo largo de todo el camino, pero hoy nada que ver. Tan sólo un par de coches a la salida de La Habana y el resto del camino, muy esporádicamente algún punto de control policial, nada más.

Las Terrazas están situadas a la altura del km 75 de la autopista en dirección a Pinar del Río. Esto sí está señalizado. Hay que coger un desvío a mano derecha por una carretera local, recorrer unos 4 km hasta llegar a la entrada del parque. La entrada fueron 4 CUC/persona. En la recepción del parque te dan un mapa y te explican un poco las cosas que se pueden visitar. Lo primero que hicimos fue llegar hasta la zona del antiguo secadero de tabaco, todo al aire libre. Desde allí nos dirigimos hacia el pueblo que da nombre al parque, con un embalse artificial a los pies de la ladera de la colina. Las construcciones son viviendas unifamiliares de planta baja, todas semejantes, esparcidas por las colinas que bordean el lago y con vistas a éste. También se pueden alquilar barcas para dar un paseo por el lago, cosa que no llegamos a hacer por cuestiones de tiempo.

El asentamiento de Las Terrazas fue creado con la idea de repoblar una zona deforestada y dado su éxito fue declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco en 1985. El lugar irradia paz y tranquilidad. Un sitio perfecto para descansar en un entorno idílico. Dentro del pueblo se encuentra enclavado el Hotel Moka, un centro ecoturístico, detalle que se ve al contemplar cómo la arquitectura ha respetado los enormes árboles existentes en la zona, adaptándose el hombre (cosa un tanto anormal) a la naturaleza, y no al revés, que suele ser lo habitual en estos casos.

Desde aquí llegamos hasta la zona de los Baños de San Juan, situada dentro del mismo complejo de las Terrazas, a unos 4 km del pueblo. Esta es una zona de cascadas y pozas preciosa. No hay que pagar entrada, pues está ya incluida en los 4 CUC de la entrada al parque. Cuando llegamos había bastante gente preparando sus barbacoas, pues tiene zona habilitada para ello, y bañándose. No nos íbamos a quedar sin probar el agua del río y nos pegamos un bañito muy reconfortante, pues el calor apretaba de lo lindo.

Continuamos camino hacia Soroa, esta vez retomando la autopista dirección Pilar del Rio. Soroa está a unos 95 km de la Habana. Encontramos sin problemas el desvío y llegamos hasta el pueblo. Sobre el Orquidario habíamos leído en varios sitios que no merecía mucho la pena, así que nos dirigimos directamente hacia la cascada. Había que cruzar un puente para llegar hasta ella y un restaurante al comienzo del puente. Ya vimos allí un cartel de cascada 3 CUC. Nos hicimos los tontos y tiramos para adelante por sí colaba, pero nos dieron el alto y nos dijeron que teníamos que pagar. Ya estaba yo un poco cansado de que nos hicieran pagar por todo y estallé y le dije al tío que era inconcebible que te hicieran pagar por ver una cascada, que es un recurso natural que no precisa ningún tipo de mantenimiento, ni servicio. Nos dimos la vuelta y nos largamos.

Desde Soroa nos dirigimos hacia Candelaria, una población cercana. Nuestra idea era visitar un secadero o una fábrica de tabaco. En Candelaria preguntamos y la gente nos indicó la fábrica de tabaco que había dentro del pueblo. Teníamos la sensación de que por allí no habían visto a un turista hacía bastante tiempo, porque las caras de la gente eran un poema. Nos miraban como a extraterrestres. Nos dirigimos hacia ella. Allí nos dicen que para poder visitar la fábrica hay que tener concertada una visita y eso se hace desde Soroa. Mi amigo improvisa e intenta el plan B, es decir, lo de resolver, expresión con la que ya nos empezábamos a familiarizar, pero nada, ni por esas. Todavía queda gente honesta que no se vende por dinero.

Frustrados por nuestras recientes experiencias partimos hacia Viñales. En la propia autopista, poco antes de desviarnos hacia Viñales y la altura del km 134 vimos en la misma orilla derecha de la autopista un edificio con el tejado de guano, característica construcción de los secaderos de tabaco que ya empezaban a abundar por la zona. Paramos y le pedimos al hombre si nos podía enseñar el secadero. El hombre aceptó encantado. Nos dio unas magníficas explicaciones durante media hora sobre todo el proceso de elaboración del tabaco, sobre todo la parte de la siembra, recolección, secado, empaquetado, etc. Nos dijo que el secadero que estábamos viendo lo había tenido que levantar de nuevo porque los huracanes del año anterior (verano de 2008) lo habían tirado entero. Nos relató que había tenido que pedir un préstamo de 30.000 pesos cubanos para construirlo de nuevo. Nos contó la absoluta dependencia que tienen del gobierno en cuanto a la fijación de los precios a los que les pagan el tabaco, etc. Pasamos un rato muy agradable. Cuando acabó con las explicaciones nos invitó a pasar a su casa. La mujer nos sacó un brebaje que no sé qué era, pero que estaba riquísimo. El hombre nos enseñó su mayor tesoro, un Chevrolet de 1955, impecable, que tenía guardado bajo llave en un garaje anexo a la casa. Tras esto nos ofreció comprar algún puro de los que suele tener para vender a los turistas. Rechazamos la oferta pues ninguno somos fumadores, pero sí le dimos unos CUC por el tiempo que nos había dedicado y alguna cosa que habíamos llevado desde España, como una mochila, un par de camisetas, pasta de dientes, un par de cepillos, algo de jabón y unas pinturas para el hijo pequeño que tenía el matrimonio, que el pobre estaba un poco raquítico por un problema de corazón del cual le iban a operar en breve, tal como nos dijo el padre. Nos despedimos dándoles las gracias por todo y continuamos ruta hacia Viñales.

Se nos estaba echando la tarde encima y teníamos aún unos kilómetros hasta llegar a nuestro destino final. A la entrada de Viñales paramos a hacer unas fotos de los mogotes desde el pequeño mirador que hay en el Centro de Visitantes, situado a 2 km del pueblo. Son impresionantes las fotos que salen de todo el valle de Viñales.

Llegamos a Casa de Lucy y Bartolo, que era el alojamiento que habíamos reservado desde España y al cual habíamos avisado de nuestra llegada ese mismo día antes de salir de La Habana.

El pueblo de Viñales es muy pequeño, con encanto, con construcciones de planta baja, tejado plano con placa de hormigón y porches en hilera, unas pegadas a las otras, todas con sus hamacas en el porche para tomar la fresca. Cuando llegamos ya eran las 7 de la tarde así que tan sólo nos dio tiempo a pasear un rato por el pueblo. Para hacerse una idea de las dimensiones del pueblo baste con decir que todo gira en torno a una calle principal en la cual están situados los tres bares, el supermercado, un par de tiendas, la cadeca y poco más. Casi en uno de los extremos de la calle principal está la plaza del pueblo, en uno de cuyos costados se sitúa el famoso Polo Montañez, lugar típico para pasar unas veladas agradables escuchando música y actuaciones en directo.

Antes de ir a dar el paseo habíamos hablado con Bartolo, el propietario de la casa para que nos preparara la cena. Ese primer día elegimos pescado a la plancha. Bartolo nos preparó de primero una ensalada, arroz moro, viandas fritas y el pescado frito. Teníamos un hambre atroz porque no habíamos comido nada desde el espectacular desayuno en el Habana Libre, así que lo devoramos todo. El pescado nos dijo que era pargo. En nuestra experiencia por la isla nos alojamos en un total de cuatro casas particulares y en dos de ellas escogimos comer en la propia casa por dos motivos, la confianza que te ofrece la comida y sobre todo, que la oferta en los restaurantes es la misma que en las casas, así que siempre será mejor la comida casera, preparada en el momento.

Después de cenar apetecía mucho tomar unos mojitos sentados en las mecedoras del porche comentando las anécdotas de la jornada y preparando la jornada siguiente. En su afán, siempre interesado, por ayudar, Bartolo había contactado con El Chino, un hombre que se dedicaba, de manera ilegal, a realizar excursiones a caballo por el valle de Viñales, así que a las 9 de la noche ya estaba éste explicándonos en qué consistía la excursión. Se trataba de unas 4-5 horas a caballo recorriendo el valle y con la posibilidad de bañarnos en una cueva. El precio era de 20 CUC por persona. Para no perder la sana costumbre que ya teníamos enraizada, le regateamos 5 CUC y quedamos en encontrarnos al día siguiente a las 9 de la mañana.

Estuvimos en las mecedoras un rato, tomamos dos mojitos cada uno, que todo hay que decirlo estaban buenísimos. Este Bartolo era un fenómeno preparándolos, porque además de poner una buena dosis de ron, los hacía con hielo picado, que en ningún sitio en Cuba nos los habían preparado así, salvo en la terraza del Hotel Nacional, en la Habana. Nos ofreció un puro que mi amigo sí se fumó. Al final acabó medio mareado entre mojitos y puro.


Día 7. VALLE DE VIÑALES y CAYO JUTÍAS

Hoy no tocaba madrugar mucho pues habíamos quedado con El Chino a las 9 de la mañana en nuestra casa. Apareció el hombre puntual en su bicicleta destartalada y nos dijo que lo siguiéramos con nuestro coche hasta su casa. Estaba a menos de 2 km de donde nos alojábamos. Cuando llegamos nos quedamos sorprendidos de las condiciones en las que vivían, tanto él como su hija. Era una cabaña, porque no se podría llamar de otra manera, sin agua corriente ni otras cosas básicas y que tras el paso de los huracanes del verano pasado había quedado algo tocada y estaba ligeramente inclinada. Durante el trayecto nos relató cómo pasaron el huracán, nos enseñó un pequeño refugio anexo a la cabaña, de apenas cuatro metros cuadrados y un metro de alto en el que nos contó se habían refugiado casi treinta personas durante el paso de los huracanes y que había durado unas cuantas horas. Todo bastante penoso.

Cuando llegamos ya tenía El Chino ensillados todos los jamelgos. Los pobres animales, más que miedo daban lástima porque eran bastante pequeños y algo esqueléticos. Desde luego nada que ver con lo que estamos acostumbrados a ver por España. Lo primero que nos contó nuestro guía fue el porqué de su apodo y era por sus orígenes chinos, un abuelo suyo que había venido de allí.

Iniciamos el recorrido por el valle de Viñales transitando caminos rurales que usaban los guajiros a diario. El Chino nos contó multitud de anécdotas que le habían ocurrido con los turistas. El hombre no callaba. Era un tipo divertido y simpático. Hablando y hablando y tras un par de horitas de paseo viendo cómo los guajiros araban la tierra con yuntas de bueyes, llegamos hasta nuestro destino, la cueva natural, a la que llamaban los lugareños Cueva del silencio. A la puerta se habían concentrado otros grupos de turistas y nos tocó esperar a la entrada hasta que saliera el grupo que estaba en el interior. Nos tocó esperar casi media hora y estuvimos charlando con los otros guías que se dedicaban a pasear a los turistas en sus caballos y nos contaron cómo la policía cuando les pillaba paseando a los turistas, al no tener la mayoría de ellos permiso para hacerlo, les requisaba los caballos y les ponían una multa. También nos contaron que luego los caballos se los vendía la policía a otros guajiros para que el círculo no se cerrara. A todo esto el pobre Chino se había tenido que ir a esconder los caballos porque se había corrido el bulo desde el pueblo que la policía andaba por la zona, aunque al final todo resultó ser una falsa alarma. Nos dijo antes de largarse que si alguien nos preguntaba dijéramos que habíamos venido andando por nuestra cuenta.

Así, haciendo tiempo, salieron los turistas y llegó nuestro turno. La cueva, al ser natural, carecía de toda iluminación, pero en Cuba siempre hay alguien dispuesto a hacerle la vida más fácil al sufrido turista, así que nada se había dejado al azar. Había dos amables señores que, a cambio de una módica propinilla, te acompañaban al interior de la cueva con unas lámparas para mostrarte el camino. En el interior de la cueva había estalactitas y estalacmitas con formas caprichosas. Tras cinco minutos caminando casi en plena oscuridad llegamos hasta nuestro destino, una poza natural de unos diez metros de larga por dos metros de ancha y muy poco profunda. Nosotros éramos cuatro y el único que se animó a pegarse un chapuzón fui yo. Uno de los hombres que nos acompañaba nos contó que la cueva tenía varios kilómetros de distancia y que él se había adentrado unos diez.

Tras la visita, salimos de nuevo al exterior y allí estaba El Chino esperándonos con los caballos. Partimos de vuelta por un camino distinto al de la ida. Ahora tocaba paradita en casa de otros guajiros que nos ofrecieron una bebida a base de ron que sabía bastante fuerte. También nos cortaron una piña de la que no dejamos ni rastro. Nos hicimos unas fotos con ellos y para no variar nos intentaron vender algo de tabaco. Nos despedimos y continuamos de regreso a Viñales. La excursión duró en total unas cuatro horas y media.

Para este día teníamos planeado una excursioncilla de tarde hasta Cayo Jutías, que no está muy lejos de Viñales, más o menos a una hora de coche. Sorprendentemente en la carretera hacia el Cayo hay bastantes carteles que lo indican, así que es casi imposible perderse. Poco antes de entrar en el cayo hay otro control de policía en el que tan sólo te apuntan la matrícula del coche. A unos 400 m. está la entrada al Cayo en la que hay que pagar 5 CUC por persona. El hombre de la puerta nos pidió un pasaporte o carnet de conducir, pero nos habíamos dejado todo en la casa de Viñales así que no quedó otra que improvisar un número de pasaporte más o menos acercado a la realidad y que fue suficiente. Llegamos a Cayo Jutías y apenas había quince o veinte personas en la playa. Nos situamos en la zona en la que está el bar, donde hay un aparcamiento para coches. Aquí por suerte no había parqueador. Nos agenciamos unas hamacas y sombrillas y nos pegamos un bañito. Había en el agua un pelícano que se le veía al bicho bastante acostumbrado al trato con la gente porque no se alejaba mucho. Me recordó a Pedro, el famoso pelícano de Mykonos, en Grecia, aunque éste último es toda una institución en la isla. A su compañero de Cayo Jutías le quedan todavía muchas batallas que guerrear.

Estuvimos unas tres horitas en la playa, que tampoco nos pareció nada del otro mundo y enfilamos de vuelta a Viñales porque el hambre empezaba a hacer mella en nuestros estómagos. En el camino de vuelta sucedió el acontecimiento luctuoso del viaje y es que a unos quince kilómetros de Viñales, mientras conducíamos por la carretera se nos cruzó un pollo que dudó en el último momento sobre si darse la vuelta o seguir adelante y le costó la vida porque no se pudo evitar el atropello. Por suerte fue el único bicho que matamos en todo el viaje, aunque las opciones de llevarte por delante a algún perro, pollo, gallina, gallo, caballo, vaca, cerdo, etc. son bastante altas porque campan a sus anchas por todos lados y, claro, hay veces que es inevitable atropellarlos. En nuestro caso ni siquiera paramos para ver que había sido del pollo, pues casi con toda probabilidad nadie se habría inmutado por la desgracia.

Llegamos a casa de Bartolo y el hombre ya nos tenía preparada una sopita de verduras que nos supo a gloria, una ensalada, unas viandas fritas, frijoles, arroz y unos filetes de cerdo. Todo muy rico, aunque creo que el hambre ayudó mucho. Para esa noche habíamos comprado en el supermercado del pueblo una botella de crema de ron, de un color amarillo, que tenía buena pinta. Le pedimos a Bartolo unos hielos y nos preparamos nuestros chupitos para tomarlos otra vez sentados en las mecedoras en el porche, como la noche anterior. Posiblemente fueron estos los momentos de mayor tranquilidad y sosiego de todo el viaje porque el ambiente de Viñales a la caída del sol es increíble. Así, poco a poco y trago a trago nos acabamos la botella.


Día 8. CAYO LEVISA

Nuestro plan para hoy era ir hasta Cayo Levisa. El barco partía del embarcadero de Palma Rubia, el cual dista más o menos una hora de coche desde Viñales. El único problema es que sólo hay un barco al día en cada sentido. Por la mañana, hacia el Cayo, a las 10:00, y la vuelta, de regreso a tierra firme a las 17:00, así que si le pierdes, pues ya sabes, a cambiar de planes.

Salimos de casa sobre las 8:30 para ir con tiempo de sobra y menos mal porque nos equivocamos una vez y perdimos diez minutos preciosos. Llegamos al embarcadero de Palma Rubia a las 9:45 y compramos los billetes. El precio era de 20 CUC por persona e incluía el traslado en barco hasta el Cayo y un bocadillo con una bebida en un restaurante que hay en la playa.

El barco iba bastante lleno para ser el mes de mayo y el trayecto hasta Cayo Levisa dura unos treinta minutos. Llegamos al embarcadero y caminos unos 300 m. por un muelle artificial construido en medio de un manglar. En la cafetería de la entrada del Cayo nos ofrecieron un cóctel de bienvenida bastante malo y ya cada uno se dirigió a buscar unas hamacas y sombrillas porque sin esto es casi imposible aguantar un día de playa.

Nos aposentamos y nos dispusimos a pasar una jornada de playa completa, pues aquí sí que no teníamos posibilidad de escapatoria a ningún sitio. Esto lo digo porque mi amigo y yo no somos mucho de pasar largas horas al sol, aunque nuestras respectivas mujeres lo disfrutaron mucho. Nosotros empleamos el tiempo en dar un largo paseo, buscar algunas conchas, alquilamos un kayak y estuvimos haciendo el clown remando como animales de un lado para otro. El caso era matar el tiempo hasta la hora de volver a casa. Se nos pasó más o menos deprisa el día porque a eso de las tres de la tarde se nubló todo y descargó un chaparrón increíble, así que no quedó otra que meterse en el bar y tomar mojitos y piñas coladas hasta las cinco que salía el barco de regreso.

En el camino de regreso desde el muelle de Palma Rubia a Viñales decidimos dar botella a alguien por el camino. El primero fue un chaval de catorce años que había venido a visitar a su tío y llevaba unos mangos para su madre. Nos ofreció alguno, pero lógicamente rechazamos el ofrecimiento. Poco más adelante paramos a otro hombre que nos dice que se le había muerto la viejita (su madre) y que llevaba desde las cuatro de la tarde esperando para que alguien le llevara al policlínico donde estaba hospitalizada, a sólo 12 km de allí. A todo esto eran las seis de la tarde, así que el pobre hombre llevaba dos horas esperando para poder llegar hasta un pueblo próximo para poder ver a su madre muerta. Y menos mal que lo llevamos porque al poco de recogerlo empezó a llover como si se fuera a acabar el mundo. Después de la experiencia se nos quedó un mal cuerpo a todos tremendo pues la situación de ese hombre era muy triste y dura.

Hoy para cenar Bartolo nos había preparado otra sopa distinta, ensalada, arroz de otro tipo y muslos de pollo. De nuevo todo estaba rico, aunque otra vez, el haber comido en todo el día un solo bocadillo, también ayudó. Esa noche era nuestra última en Viñales y todavía no conocíamos el ambiente nocturno, así que aprovechando que era sábado nos acercamos hasta el centro Polo Montañez, que estaba animadísimo. Había actuaciones de bailarinas, cantantes y espontáneos que aprovechaban para demostrar sus habilidades bailando salsa con las turistas.


Día 9. DE VIÑALES A CIENFUEGOS

Hoy nos esperaba la gran kilometrada del viaje, ni más ni menos que volver desde Viñales a La Habana y desde allí hasta Cienfuegos. Nuestra idea inicial era hacer noche en Playa Larga, pues habíamos reservado una casa particular allí para no hacer todo el viaje en un día. Al final los planes los variamos sobre la marcha. Hicimos el tramo desde Viñales a La Habana en menos tiempo que en el viaje de ida pues no hicimos ninguna parada. Antes de llegar a La Habana teníamos que coger la carretera de circunvalación y preguntando dimos con ella. Al final tras media hora y preguntando varias veces por lo de la segunda opinión que ya habíamos tomado por costumbre, pues nos había dado buen resultado y evitado algún kilómetro a lo tonto, dimos con la autopista central hacia Cienfuegos.

Nos desviamos a la altura de Jagüey Grande, en dirección a Playa Larga. Nuestra primera parada sería para visitar el criadero de cocodrilos de Boca de Guama. Quince kilómetros antes de llegar al criadero paramos a recoger a un chico que está haciendo botella y nos dice que es estudiante de veterinaria y que trabaja en el criadero, pero no en el criadero del Ministerio de Industrias Pesqueras, sino en el de enfrente, en el que supuestamente es más turístico. El nos dice que el criadero del Ministerio no tiene nada interesante, justo lo contrario de lo que recomienda la guía de viajes que llevamos, cosa que nos choca un poco. Le llevamos hasta el mismo criadero y decidimos seguir su consejo y entrar en el que parece más turístico. La entrada nos cuesta 5 CUC por persona. El muchacho se ofrece a hacernos de guía, pues no tenía que entrar a trabajar hasta dentro de un par de horas, así que aceptamos la invitación. Con él recorrimos las instalaciones, nos contó bastantes cosas sobre la forma de vida y costumbres de los cocodrilos, vimos la demostración de un señorín mayor que se dedicaba a atraparlos para que los turistas se hicieran la típica foto con el cocodrilo al hombro o entre los brazos. Nos condujo hacia el recinto grande donde tienen bastantes cocodrilos ya algo más grandes, de unos dos metros de largo y de más edad. Nos explicó el espectáculo que se forma cada vez que les dan de comer, que suele ser dos veces por semana, siempre en horario en que no hay turistas, las peleas que hay entre ellos. Pudimos ver a alguno de los cocodrilos al que le faltaba un trozo de hocico, herida típica de guerra.

No caímos en la trampa de probar la carne de cocodrilo que te intentan hacer comer en el restaurante del chiringuito, pero caímos como tontos en la trampa de los huesos de cocodrilo. Por todo el recinto hay puestecillos donde supuestamente vendían todo tipo de abalorios, collares, anillos, todos hechos con huesos de cocodrilo. El precio era bastante barato y las guajibiyas cargaron con bastantes, muchos para regalar. La sorpresa sería al día siguiente, en Cienfuegos, cuando encontramos en un puesto callejero los mismos collares y anillos. Le preguntamos a la muchacha del puesto de qué estaban hechos y nos dice que de hueso de res. En fin, que nos la metieron doblada de nuevo. Menos mal que no caímos en la de la carne de cocodrilo, porque como alguien nos dijo algún día más tarde, a los cocodrilos de ese lugar les cuidan más que a las personas, como para dedicarse a matarlos para dar de comer a los turistas o hacerles collares con sus huesos.

Tras la visita del criadero nos dirigimos hacia Playa Larga. Llegamos a eso de las tres de la tarde. Buscamos el alojamiento siguiendo las instrucciones que nos habían dado. Lo encontramos y nos dice la señora que allí las casas son de una sola habitación y que tenemos que estar separados, una pareja en una casa y la otra en otra. Le decimos que eso no es lo que acordamos y decidimos seguir camino de Playa Girón y llegar hasta Cienfuegos ese mismo día. Playa Girón está cerca de Playa Larga y lo más destacable es el museo sobre el desembarco. Que nadie se lleve a engaño, pues más que un museo debería denominarse exposición, por el escaso contenido. Hay cuatro documentos, veinte fotografías, seis planos y cuatro artefactos usados en la batalla. Eso sí, la gente que trabajaba en el museo se sentía muy orgullosa de la primera derrota infringida al imperialismo en América. La visita no lleva más de media hora.

Como no había nada más que ver por allí y hacía un calor de muerte en aquel museo sin aire acondicionado, continuamos camino de Cienfuegos, antes de que se nos hiciera muy tarde. El tramo de carretera inicial que va de Playa Girón a Cienfuegos estaba salpicado por los restos de los famosos cangrejos rojos de los que tanto había leído en el foro. No se veían grandes cantidades de ellos pero sí alguno que otro espachurrado en el arcén. Tuve que esquivar a unos cuantos a lo largo de unos quince o veinte kilómetros y en un momento dado nos encontramos con un grupo de unos diez que cruzaban la carretera en grupo. Paramos el coche y nos bajamos a verlos de cerca. En cuanto intentabas tocarlos se ponían en posición defensiva dispuestos a dar batalla. Era divertido verlos a todos siguiendo instintivamente el camino de regreso a la playa.

El tramo de carretera desde Playa Girón hasta Yaguaramas tiene algunas partes en las que había unos socavones de miedo. Hasta pensamos en que nos habíamos equivocado de carretera y al preguntar la gente se reía como pensando "pero qué os creíais yumas, que esto era Europa?".

Llegamos a Cienfuegos alrededor de las siete de la tarde y nos tocaba buscar alojamiento. Las guajibiyas empezaban a amotinarse a bordo porque querían dormir en hotel, aunque sólo fuera una noche, así que nos dirigimos a unos de los hoteles de la zona de Punta Gorda, que es una de las más bonitas de la ciudad. De entrada tengo que decir que nos sorprendió gratamente Cienfuegos, pues los edificios no mostraban ese aspecto decadente de los de La Habana. Llegamos hasta el hotel Palacio Azul, un antiguo palacio de principios del siglo XX, con pocas habitaciones, pero muy acogedor. Hablamos con la señora que lo regentaba, que hacía las veces de recepcionista, camarera, directora, gerente y de arquitecto, porque ella misma lo había rehabilitado unos años antes. Todo muy curioso. La señora nos enseñó dos habitaciones. Los precios de la guía de viajes están algo desfasados. Al final nos enseñó una habitación muy grande, que en realidad eran dos y nos dijo que podíamos quedarnos los cuatro en ella a un precio aceptable, 88 CUC la habitación, con desayuno incluido para los cuatro. Aceptamos sin dudar mucho, pues el edificio era precioso, con unas vistas al mar y teníamos al lado el famoso Club Cienfuegos. La señora nos mostró la habitación situada enfrente de la nuestra y había una placa que decía que allí se había alojado el Sr. Hugo Rafael Chávez Frías, el Sr. Presidente de Venezuela, el día 21 de diciembre de 2007, durante una cumbre petrolera que se había celebrado en la ciudad. Y la habitación grande en la que nos quedábamos nosotros era la que habían usado su servicio de seguridad (así estaban los colchones, que casi tocabas el suelo con el culo). Menudo honor el dormir a tan pocos metros de donde había dormido semejante personaje.

Dejamos las cosas en la habitación y salimos a cenar. Ya que nos habíamos dado el capricho del hotelito, pues decidimos darnos el capricho de cenar en el Club Cienfuegos. En la puerta había gente de seguridad controlando los accesos y además coincidió con una fiesta que se estaba celebrando en una terraza exterior de la planta baja. Nosotros subimos directos al restaurante, donde había sólo tres mesas ocupadas. Tomamos posiciones y oh, decepción!, en la carta lo de siempre, pollo, puerco y arroz. No nos librábamos de esa dieta ni en este Club. Le pedimos al camarero que nos habilitara una mesa en la terraza exterior para disfrutar de las vistas. Disfrutamos mucho de la cena aunque la comida fuera normalita, pero el sitio era fantástico y lo compensó.

Como estábamos algo doblados después de una paliza de coche tremenda, nos acostamos pronto, pero antes hicimos una pequeña excursión a la azotea del hotel, subiendo por una minúscula escalera de caracol que da acceso a una terraza desde donde se tienen unas vistas de toda la bahía y de la ciudad asombrosas.


DIARIO DE VIAJE A CUBA (cont.)

Día 10. CIENFUEGOS y TRINIDAD

Amanece otro día en la isla. Desayunamos tranquilamente en el coqueto comedor del Palacio Azul. La gerente, directora, camarera, recepcionista y arquitecto nos sirve el desayuno con cuidado esmero para que lo disfrutemos al máximo. La comentamos nuestras intenciones para ese día, entre las que estaban subir a El Nicho. Nos dice la mujer que ella estuvo trabajando unos años allí y que la carretera está bastante mal, pero que con nuestro coche se puede llegar perfectamente. Charlamos con ella un rato sobre varios temas, la mujer muestra una ternura especial por la figura de Hugo Chávez. No para de hacer alabanzas hacia su persona. Intento desviar la conversación hacia otro tema porque éste ya me hartaba un poco.

Tras desayunar y recoger las maletas salimos a coger nuestro coche y oh sorpresa!, nos encontramos con que está bastante más limpio que el día anterior, y veo que hay un señorín por allí lavando los cinco coches que había en el aparcamiento. Me digo a mí mismo, vaya por Dios, aquí no hay día que te salves de dar alguna propina, y eso que eran las 9 de la mañana. Para esa hora el calor era ya insoportable.

Nos dirigimos en primer lugar hacia el extremo de Punta Gorda, a unos 500 m. de dónde nos habíamos alojados, donde se encuentran los hoteles más bonitos de la ciudad. Desde ahí vamos hacia el centro de Cienfuegos, aparcamos el coche en una calle adyacente al Parque José Martí y a pie nos dirigimos hacia la Plaza Mayor, con su catedral y demás edificios restaurados y pintados. Camino ya de El Nicho, a la salida de Cienfuegos, hacemos una última parada en el cementerio.

A pocos kilómetros de Cienfuegos paramos a repostar en el coupet Rancho Luna. ¡Craso error!. Se veía bastante movimiento de coches de alquiler en la gasolinera cuando llegamos, incluso tuvimos que esperar. Cuando me apeo para abrir el depósito el amable dependiente ya tiene la manguera preparada para enchufar la gasolina y me empieza a preguntar por el coche, que si es automático o manual?, que si tiene tracción?, y más chorradas que no venían mucho a cuento, cosa que me chocó un poco, pero no le di mayor importancia. Cuando lo pensaba después todo encajaba. Toda la intención del hombre era distraer mi mirada del surtidor, entreteniéndome con cualquier payasada de conversación. Cuando salimos de la gasolinera ya noté que la aguja del depósito no había subido casi nada, porque teníamos la sana costumbre de repostar siempre la misma cantidad, 20 CUC, como medida de precaución, de forma que así teníamos controladas las rayas del depósito que se tenían que llenar ya que el precio era el mismo en todos sitios, porque ya se sabe que cuando vas de turista por el mundo eres carne de cañón, y Cuba no podía ser la excepción. Total, que algo cabreado di la vuelta y me fui directamente a por el hombre, a reprocharle que nos había engañado vilmente y le amenacé con hacer una denuncia ante la policía de Cienfuegos. El hombre no pareció ponerse especialmente nervioso, me suelta "vamos aquí a la sombra y hacemos números.." Y yo le contesto que no tengo ningún número que hacer, que sé de sobra lo que se tiene que llenar el depósito con 20 CUC, porque los habíamos repostado otras 4 veces antes. Le digo que nos ponga 5 CUC más sin cobrárnoslo y que lo olvidamos. El tío burro que no y que no. Total, que al final, batalla perdida porque como habréis podido intuir no teníamos ninguna intención de perder una mañana en Cienfuegos poniendo una denuncia, y de eso se valen los hijos de p... Como después nos contaría uno de los hijos de la dueña de la casa en la que nos alojamos en Trinidad, debía ser bastante habitual lo que nos habían hecho porque nos dijo que cuando él trabajó allí, el tío que nos la había líado estaba siempre metido en problemas por la misma historia. Así que, aviso a navegantes, evitad repostar en el coupet Rancho Luna, a la salida de Cienfuegos.

Otra anécdota curiosa es que en esa zona los carteles indicadores brillan especialmente por su ausencia. Alguien nos comentó que es la propia gente la que los quita para que los turistas tengan que preguntar la dirección hacia Trinidad, y así los jineteros les intentan llevar a las casas de Trinidad en las que tienen comisión. Nosotros nos colamos de carretera y tuvimos que dar la vuelta porque el desvío hacia Trinidad queda justo detrás de la gasolinera del Rancho Luna y la carretera no es tan fácil de ver viniendo en el otro sentido.

Al final, enfilamos dirección a El Nicho. La carretera por la que transitamos era una tortura y según nos acercábamos hacia nuestro destino la cosa se iba poniendo cada vez peor. El tramo de carretera que va desde Cumanayagua a Crucecitas, de unos pocos kilómetros, es un auténtico infierno. A unas pendientes de más del 15% hay que sumarle unos socavones bestiales que hacían que tuviéramos que ir de lado a lado de la carretera para salvarlos y por supuesto en primera continuamente. Nos empezamos a acojonar un poco. A medio camino apareció a mano izquierda una instalación militar, ya dentro de la Sierra del Escambray en la que tenía pinta de no haber más de un puñado de militares desganados, así como un cementerio de viejos aviones rusos, totalmente en desuso, bien distribuidos por una explanada de monte, para dar la sensación de ser aquello un Guantánamo II. Debe de ser la guerra psicológica con los americanos, por si algún satélite espía localizaba la instalación y dar la sensación de que allí había actividad militar, pero de eso, na de na.

Tras media hora de suplicio llegamos a Crucecitas, una pequeña población en plena Sierra del Escambray. Aquí fue cuando ya nuestra opinión sobre la decisión de continuar hacia El Nicho empezó a cambiar. Desde el pueblecito se tenían unas vistas espectaculares de toda la Sierra. Un paisaje que bien merece las penurias del camino. El tramo de unos 7 km que va desde Crucecitas hasta El Nicho está recién asfaltado, aunque estrecho y con muchas pendientes, pero el firme está muy bien. Una de las guajibiyas llevaba todo el trayecto de subida hasta El Nicho bastante cabreada y asustada, queriendo que nos diéramos la vuelta y tirar hacia Trinidad. Incluso llegó a enfadarse por haber tomado la decisión de subir por esa carretera infernal, aunque el último tramo, repito, estaba bien. Al final, llegamos hasta nuestro destino, un pequeño aparcamiento desde donde se accedía por una senda peatonal hasta las cascadas de El Nicho, pero al ser ya cerca de las cuatro de la tarde y estar empezando a llover, decidimos tocar y darnos la vuelta y volver por el mismo camino, sin haber llegado a ver las famosas cascadas. Así que la cosa se quedó en una medio excursión. Habíamos nadado para morir en la orilla.

En el tramo de carretera entre Crucecitas y Cumanayagua, ya de vuelta, paramos en el arcén, donde un guajiro ofrecía plátanos y mangos en el arcén de la carretera, justo al lado de su humilde casa. Teníamos hambre y decidimos comprarle unos plátanos para comer sobre la marcha. Habíamos cambiado algo de moneda nacional por si presentaba la ocasión de usarla y le empezamos a dar billetes y monedas para comprar los plátanos que estabamos comiendo. En un momento determinado el hombre dijo: "Ya vale, con esto es más que de sobra". No le habíamos dado más que 18 o 20 pesos cubanos, es decir, ni siquiera 1 CUC. Nos llamó la atención esta actitud del hombre de decir a los turistas que no quería más dinero, que era suficiente. Ahí radica la diferencia entre la gente humilde de campo y los jineteros, buscavidas y jetas que hay repartidos por toda la Isla. Entraron en escena los dos críos pequeños, hijos del hombre y la mujer de éste. Los pobres críos descalzos y desnudos. Nos dio tanta pena que allí mismo abrí la maleta y empecé a sacar cosas. Previendo estas situaciones habíamos traído desde España camisetas de propaganda de sobra y les dimos tres o cuatro, un pantalón corto, algún gayumbo, jabón, pasta de dientes, cepillos, la toalla de playa mía y algo de dinero para que les compraran algo a los críos. La escena daba mucha pena. Ellos, agradecidos, nos dieron tres o cuatro mangos para el viaje además de los dos mangos que nos la mujer nos había pelado y cortado sobre la marcha. Partimos del sitio con una sensación extraña en el cuerpo.

Un detalle que también apreciamos por esa zona, y también en algunas otras por las que pasamos es que la gente utiliza mucho vestimenta militar. En la zona del Escambray prácticamente todos los guajiros llevaban pantalones y chaquetas de color verde oliva, militares. Suponíamos que formara también parte de la estrategia de guerra psicológica contra el imperialismo!!. Vaya inocentes están hechos, como si a los americanos los fueran a engañar con cuatro pobres campesinos disfrazados de militares. Cosas del compañero Fidel y su conocida obsesión por la seguridad.

Desandamos todo el camino por la misma carretera del demonio en dirección a Trinidad. Acercándonos a la Provincia de Trinidad por la carretera de la costa ya notamos que la cosa mejoraba en cuanto a que se veía algo de señalización horizontal y vertical en la carretera. Incluso aparecieron los carteles con indicaciones y todo. Este tramo de carretera bordeando la costa es muy bonito. Se pasa por delante de unas cuantas playas, algún viaducto, etc. A la entrada de Trinidad paramos a hacernos una foto en el monolito que han construido con el nombre de la ciudad, dando la bienvenida y el título de Patrimonio de la Humanidad, con una réplica de la Torre de Manaca Iznaga.

A las puertas de la ciudad ya se nos tiraron encima del coche los buscavidas para intentar llevarnos a las casas particulares donde tienen sus mordidas. Ni siquiera nos detuvimos y preguntando llegamos a nuestro destino. La casa que teníamos reservada era Casa Margarita, en la calle Jesús Menéndez. Cuando llegamos la señora nos recibe y nos sale con lo de siempre, que se le han presentado unos familiares de repente y que no puede alojarnos (digo yo, qué costará decir la verdad!). La mujer nos acompaña a una casa que está a cien metros de la suya y que se llama Casa Smith (por el nombre de la pequeña calle donde se ubica). La propietaria es una señora muy simpática llamada Odalis Valdivia. Nos recibe amablemente, nos enseña la casa, con un patio colonial precioso, y las dos habitaciones que están separadas de la vivienda principal, en uno de los extremos del patio. Las habitaciones tienen aire acondicionado, duchas normales (digo lo de normales porque en algunas casas tenían un artilugio en la propia pera de la ducha para calentar el agua, con los cables sueltos y que daba la sensación de que al mínimo descuido te freías. Acojonaba bastante el sistema). Nos gustó la casa, le preguntamos el precio y nos dice que 25 CUC, cuando la casa de Margarita habíamos pactado 20 CUC por habitación. La decimos que nos lo deje en 20 CUC y la señora acepta sin decir nada. Se nota que no estaba la cosa para tirar cohetes y había mucho alojamiento y poco turista. Ya teníamos casa para nuestras dos próximas noches. Odalis nos preparó unos zumos de mango para pasar la sed que traíamos del viaje. Estaban buenísimos. También nos preguntó qué nos apetecía para cenar esa noche. Nos sugiere langosta con salsa de tomate. Le preguntamos si la langosta es de confianza (no porque llevara mucho tiempo en casa con la familia, sino si era fresca). Nos garantiza que todo lo que ofrece a sus huéspedes es recién comprado, porque cada día iba al mercado a ver lo que podía conseguir. La oferta nunca es muy variada. Aceptamos comer la langosta lo cual al final resultaría una elección muy acertada.

Odalis nos ofreció parquear el coche en casa de una familia que tenía un patio cerrado, justo al lado de la Casa de la Trova. El precio era de 2 CUC por día. Al final la cosa se quedaría en 2 CUC por los dos días, no cada día. En cinco minutos apareció un chico que nos guió hasta el parqueo y nos dio las instrucciones para entrar y salir del casco histórico, pues hay vigilantes que no te dejan entrar con el coche si no acreditas que tienes alojamiento allí. Las calles de Trinidad son un poco laberínticas y orientarse lleva un rato.

Deshicimos las maletas y salimos a dar una vuelta por la ciudad. La primera impresión quizás no sea la que uno lleva en mente desde España, pues por lo menos en nuestro caso así fue. Me refiero a que nos lo imaginábamos todo quizás un poco más cuidado y restaurado, pero todas las construcciones están en la situación media de la isla, es decir, pidiendo a gritos y de manera urgente una reparación. Paseamos por las calles adoquinadas del centro, subimos hasta la casa de la música, plaza mayor, y tomamos unas cervecitas en la terraza de las escaleras de la casa de la música, donde a eso de las 6 de la tarde la cosa ya empezaba a animarse con una orquesta tocando música en directo.

Volvimos a casa de Odalis a catar la famosa langosta. Nos había preparado una ensalada, una sopa, arroz de dos tipos distintos, viandas, plátano verde frito, la langosta y no sé que más. Arroz sobró, ensalada, algo también, pero de la langosta con la salsa de tomate no dejamos nada; Comimos langosta hasta que nos salía por las orejas y eso que veníamos con un hambre atroz, porque al igual que el resto de los días, apenas habíamos comido nada desde el desayuno, salvo los plátanos y los mangos por el camino. La langosta estaba exquisita, al igual que todo lo demás. Ahora entendíamos mejor el por qué todo el mundo aconseja comer en las casas particulares, en lugar de hacerlo en paladares, restaurantes y lugares varios. Felicitamos a nuestra cocinera por su excelente trabajo y ella nos confesó que la gustaba mucho cocinar. La mujer estaba deseando darnos conversación, así que empezamos una charla muy interesante siempre intentando aprender algo más sobre la isla y sus gentes.

Después de la tertulia tan animada y en la que nos habían dado ya las 10 de la noche, salimos a dar una vuelta hasta la Casa de la Trova. Ahora sí que las escaleras estaban bastante llenas de público. Es el lugar donde se congregan todas las noches los turistas para escuchar música en directo y los más osados, incluso salir a bailar. No fue este nuestro caso, porque el nivel que se veía era bastante alto y tampoco era cuestión de hacer el ridículo. La gente disfrutaba de lo lindo y los camareros te asaltaban en plenas escaleras con el objetivo de que consumieras cualquier cosa. Nos tomamos unas cervecitas viendo el espectáculo que era muy entretenido hasta la medianoche porque el cansancio de toda la jornada nos pasaba factura y los ojillos se empezaban a cerrar.


Día 11. TRINIDAD

Hoy tampoco tocaba madrugar, pero la costumbre ya se había hecho norma y nos despertábamos pronto sin quererlo. Odalis nos tenía preparado un desayuno abundante a base de fruta, mantequilla, pan, mermelada, miel, mantequilla de cacahuete, pastas, huevos fritos, leche y café. El día anterior a nuestra llegada, Odalis nos vio que traíamos cuatro plátanos que nos habían sobrado y nos pidió si se los podíamos dar para sus hijos, pues desde los huracanes del año pasado, apenas los habían visto por esa zona. Por supuesto que aceptamos y la mujer al día siguiente nos dio las gracias porque al crío pequeño le encantaban.

El plan para este nuevo día era ir a Playa Ancón un rato por la mañana y el resto del día ir al Valle de los Ingenios y subir la carretera de Topes de Collantes. El primer destino fue Playa Ancón, situada a unos 10 km de Trinidad. No tiene mucha pérdida llegar, pero preguntar, hay que preguntar siempre. Nuestro coche era el primero en el parqueo y nada más aparcar ya aparece el parqueador para echarnos una mano en tan ardua tarea, aunque nuestro coche fuera el único y sitio sobraba. Nos pide 2 pesos por aparcar y le decimos que a la salida ya hablaremos. En la playa no había mucha gente, tan sólo algunos turistas de los que estaban alojados en el hotel situado al pie de la playa. Mi amigo y yo nos fuimos a dar un paseo por la orilla y vimos a dos o tres personas que vendían unas conchas grandes y de unos colores negro y rosa preciosas. Le preguntamos a uno de los hombres donde las cogían y nos explicó que justo al otro lado de la barrera de coral, que estaba a menos de una milla mar adentro. Tanteamos el panorama de los precios que nos pedían, pues queríamos dar una sorpresa a las guajibiyas y llevarlas un regalito que compensara las penurias que estaban pasando esos días. Tras un entretenido regateo conseguimos un par de ellas por algo menos de lo que nos pedían inicialmente. Tres días después vimos las mismas conchas en La Habana y el precio era justo el doble de lo que nos costaron a nosotros. Por fin podíamos estar orgullosos de una compra (ya era hora de que por una vez no nos sintiéramos tan engañados).

Después de pasar unas horas en la playa salimos a recoger nuestro coche y mi amigo me dice, "ya verás la que le lío al parqueador; El tío nos dijo al entrar que 2 pesos, pues va a tener sus dos pesos". Buscamos entre la moneda nacional que nos quedaba y aparecieron 1,80 pesos cubanos. Mi amigo los lleva en la mano y en cuanto aparecemos por el coche el hombre sale de la sombra a cobrar su esforzado trabajo. Por cierto, el nuestro seguía siendo el único coche en todo el aparcamiento. Mi amigo le dice "¿Cuánto era?", el hombre responde "2 pesos". Y mi amigo le dice "¿Es suficiente con 1,80 pesos?". El hombre responde "Sí, es suficiente". Y va mi amigo y le suelta el peso con ochenta céntimos en moneda nacional. Al hombre le cambió la cara. Intentó abrir la puerta del coche, pero yo ya había arrancado y le dejamos maldiciéndonos con una cara de tonto como la que se nos debía quedar a nosotros cada vez que nos la metían doblada. Poco a poco parece que algo espabilábamos y les pagábamos con la misma moneda.

Nos encaminamos hacia el Valle de los Ingenios. Habíamos leído algo sobre el sitio, pero nos lo imaginábamos de otra manera. Es un valle bonito, pero no hay ningún tipo de cultivo de ninguna clase, salvo por cuatro plantas de caña de azúcar repartidas por allí. Decidimos meternos con el coche por uno de los caminos de tierra que se internaban en el valle, con la intención de conversar un rato con algún campesino. No tuvimos que buscar mucho, pues a menos de 500 m. de la carretera principal ya encontramos una casa. El propietario se llamaba Roberto. Era un hombre de unos cuarenta años, curtido por el trabajo del campo. El hombre, sin apenas, decirle nada, ya empezó a contarnos cómo vivían allí. Nos explicó cómo aquella tierra siempre había sido productora de caña de azúcar, desde hacía más de dos siglos, en la época esclavista. Incluso él mismo había trabajado en la caña algunos años, hasta que un buen día el Gobierno decidió que aquella tierra no era buena para plantar caña de azúcar, sin más explicación y eliminó poco a poco todas las plantaciones. Al hombre le habían dado un pedazo de tierra para que la cultivara. Diez años después, un buen día, sin motivo alguno, igual que se la habían dado, se la quitaron, y el pobre hombre se quedó viendo cómo la tierra que había cultivado con el sudor de su frente se llenaba de maleza, pues no es que se la hubieran quitado a él para dársela a otro, no, era para dejarla en baldío. En fin, algo inexplicable a todas luces.

El pobre hombre se ganaba la vida ahora subiendo a las palmeras a recoger su fruto, jugándose la vida, para dar de comer a los pollos y cerdos que tenía. También nos contó que el ganado se lo robaban frecuentemente y que actualmente tan sólo le quedaban una yunta de bueyes los cuales tenía amarrados a la puerta de casa para que no se los robaran. No se podía permitir dejarlos pastar libremente porque desaparecían, así que los pobres estaban famélicos. Y por la noche tenía que dejar la luz exterior encendida para ahuyentar a posibles ladrones. Una situación lamentable. El hombre nos decía que él estaría encantado de poder trabajar con sus manos esa tierra que veía como se perdía sin remedio, pero que no se lo permitían. Es una situación que cuesta mucho entender, pero lo que sí que parece evidente es que la actitud estatal es la de eliminar el más mínimo signo de progreso de una persona, y es que en cuanto parece que alguien sale adelante, hay que devolverlo a la miseria, no vaya a ser que se convierta en un elemento peligroso para el régimen.

Aparecieron por allí curioseando, entre explicación y explicación, los dos hijos pequeños del matrimonio. Otra vez ambos descalzos y desnudos. El crío tenía la barriga llena de picaduras de mosquitos. Nos dio tanta pena que les dimos un paquete de galletas de un kilo que habíamos comprado dos días antes en un área de servicio de la autopista camino de Cienfuegos, algo de ropa, jabones y dinero. La familia se mostró muy agradecida y querían darnos fruta, pero lo rechazamos de plano, pues su situación creíamos que no se lo permitía. De nuevo, otra experiencia positiva, gente humilde hablándonos abiertamente sobre sus sentimientos, quejándose amargamente de las penurias que tienen que sufrir y resignados a la vida que les ha tocado vivir.

Con un mal sabor de boca ante tanta injusticia continuamos camino hacia Manaca Iznaga, un pueblo cercano a Trinidad que conserva los vestigios de un antiguo ingenio azucarero con una enorme torre desde donde se vigilaba a los esclavos. Tan sólo quedan en pie unos pocos edificios que no permiten hacerse una idea muy clara de cómo debía ser aquello en los años en que estaba a pleno rendimiento. Tan sólo hay unas fotografías antiguas, en blanco y negro, de principios del siglo XX, de cómo era el lugar.

El día avanzaba y teníamos intención de subir hasta Topes de Collantes así que dimos por finalizada la visita al valle de los ingenios aquí, pese a que alguien nos recomendó avanzar un poco más hasta otro ingenio situado un poco más adelante, pero lo descartamos. Cambiamos de rumbo y partimos camino de Topes de Collantes. El día anterior, al llegar a Trinidad, habíamos visto el desvío en la carretera que nos traía de Cienfuegos así que no fue difícil encontrarlo. La carretera de subida tiene un buen firme, pero las pendientes son más que considerables. A unos 10 km de comenzar la subida hay un mirador y un pequeño bar en el que paramos para hacer unas fotos y disfrutar de unas vistas magníficas de toda la zona. Subimos a la parte más alta del mirador y allí estuvimos disfrutando del paisaje durante una media hora porque pese a hacer un día de mucho calor, allí arriba soplaba una brisa que hacía que la temperatura fuera excelente. La carretera continuaba unos kilómetros hacia arriba, pero nosotros, desconociendo lo que había más arriba y pensando que serían más curvas y subidas, decidimos darnos la vuelta. Al volver a la casa nos dijo Odelys que en la parte de arriba había un hospital militar bastante conocido y alguna construcción. Así que de nuevo, nos faltó algo por ver.

Volvimos de nuevo a Trinidad y pasamos otra horita en nuestro lugar preferido, la terracita de la casa de la música tomando cacharros. Sucedió algo curioso, bueno más que curioso yo diría habitual. Se acerca a servirnos el mismo camarero del día anterior, al que le habíamos pedidos dos o tres rondas de cervezas y cócteles. El hombre nos sirve lo que pedimos, que fue lo mismo del día anterior, bucanero para mi amigo, una cristal para mí y para las guajibiyas piñas coladas, porque se habían vuelto unas adictas a este cóctel. Nos cobra la consumición y nos trae mal la vuelta. Se lo decimos y rectifica. Pero no me quedo contento y le pregunto que a cómo es cada cerveza y me dice un precio distinto al del día anterior. Le digo al muchacho: "Vamos a ver, pero si hemos estado ayer una hora sentados aquí mismo, nos has atendido tú y nos has cobrado un precio, y hoy pretendes cobrarnos otro?. Espabila un poco y procura hacérsela a unos que no hablen tu idioma y que sean un poco más tontos". El muchacho agachó la cabeza y nos cobró bien. Pero yo ya estaba cabreado porque era exagerado con qué jeta les devolvían mal la vuelta a los pobres guiris. Ese mismo día por la noche volvimos a ver el espectáculo nocturno y me acerqué a la barra a pedir y aluciné con la que le liaron a un canadiense que no se debía coscar de una el pobre. Y lo mejor es que se reía de las chorradas que le estaba contando el tío de la barra que se la estaba liando. En fin, que lamentable la actitud. Al hablar de esto con Odalis nos dijo que era muy habitual y que esos camareros ganan una pasta cada día haciendo ese tipo de cosas.

Esa noche Odalis nos había preparado para cenar otra sopa distinta a la del día anterior, ensaladita, diversos arroces, viandas y plátano verde frito y hoy tocaba solomillo de cerdo. De nuevo la comida excelente. La fuente donde estaba el solomillo quedó que no hizo falta ni fregarla. Y para terminar la cena nos tenía preparado un trozo de tarta para cada uno, que por esos lares es todo un lujo. De nuevo la felicitamos por sus habilidades culinarias y estuvimos hablando con ella un rato hasta que nos fuimos hasta la casa de la música a pasar nuestra última velada en Trinidad. Más de lo mismo del día anterior, con actuaciones de distintos grupos. Muy animado todo y con más gente que el día anterior.


Día 12. TRINIDAD, CAYO SANTA MARÍA, REMEDIOS y SANTA CLARA

Hoy tocaba de nuevo coche y algunos kilómetros. El primer destino era Cayo Santa María, en el norte. Salimos de Trinidad a esos de las 9 de la mañana y nos dirigimos hacia Sancti Spiritus, dirección Placetas y Remedios. En un momento determinado notamos que las poblaciones por las que pasábamos no estaban en el mapa así que preguntamos y nos damos cuenta de que íbamos mal, hombre no mal del todo, pero no por donde debíamos ir. Debió de ser que en Cabaiguán, en lugar de seguir hacia Placetas, tomamos dirección Yaguajay. Se encienden las alarmas porque el depósito de gasolina está a menos de la mitad y no hay rastros de gasolineras. Preguntamos en una población y nos dicen que la más próxima está a 60 km. Nos ponemos un poco nerviosos. Llegamos a la gasolinera y nos dicen que no tienen gasolina especial. La situación ya es un poco más crítica, pero llegamos sin más consecuencias hasta Caibarién, donde repostamos y respiramos aliviados.

Esta población es la más cercana al comienzo del pedraplén que da acceso a Cayo Santa María. A la entrada del Cayo hay un control policial donde te piden los pasaportes y toman nota del número de matrícula del coche. Hay también un peaje en el que se pagan 2 CUC por el coche y ya sólo quedaba recorrer todo el pedraplén por una carretera en la que no se ve ni un solo vehículo. En todo el Cayo hay unos cinco o seis hoteles muy espaciados. El primero se encuentra hacia el kilómetro 30 y el último es el Barceló Premium. Llegamos hasta éste último y nos vamos dando cuenta que el disfrutar de un día de playa, como era nuestra intención, no nos iba a salir gratis porque no veíamos manera de acceder a la playa sin pasar por los hoteles. Llegamos a la entrada del Barceló y en la garita de seguridad el hombre nos pregunta dónde nos dirigimos. Le decimos que a la playa y nos contesta que pasemos por recepción. Intuyendo que el paso por recepción iba a significar paso por caja, decidimos hacer caso omiso, aparcar el coche y entrar a la playa a través de los bungalows. Así lo hicimos y al llegar y contemplarla pareció que entrábamos en el paraíso. El agua de un color verde, con dos tonos distintos, ni un alga por ninguna parte. En una palabra, maravilloso. No había mucha gente, pero eso sí, todos los que había tenían su pulserita en la muñeca.

Al principio estábamos un poco acojonados por si nos veía el personal del hotel sin la pulsera, igual nos decían algo, pero como tampoco teníamos intención de disfrutar de la barra libre del bar, ni del restaurante, pues así lo dejamos. Era gracioso como intentábamos ocultar las muñecas para que nadie se diera cuenta que andábamos sin la útil pulserita, con lo que se hacía más evidente que intentábamos ocultar algo. Nos agenciamos unas hamacas y sombrillas y nos metimos al agua para hacernos unas fotos en ese mar. Sin duda, a juicio de los cuatro, la mejor playa de todas en las que habíamos estado, y como suele ser habitual en esta vida, lo mejor siempre suele llegar al final. Ahora sí que las guajibiyas estaban en su salsa. Cómo disfrutaban tostándose al sol. Incluso una de ellas cogió una cangrejada buena. Estuvimos allí disfrutando tres horitas y al tener que irnos a las pobres guajibiyas les cambió la cara porque les habíamos dado a probar una golosina y ahora se la quitábamos. Más con la intención de dejarlas contentas que otra cosa, preguntamos en recepción al salir el precio de la habitación doble, pues si hubiera sido asequible habríamos pasado la noche allí, pero los 190 CUC por habitación doble por noche nos desalentaron un poco. Para compensarlas las ofrecimos parar en otro hotel, Villa Las Brujas, situado unos kilómetros más atrás, en el mismo Cayo, que según nuestra guía tenía unos precios un poco más asequibles. Llegamos hasta él y ya vimos mucho coche aparcado fuera, así que nos temimos lo peor. Y así fue, todo completo. Todo nuestro gozo en un pozo pues el precio de 80 CUC la noche en un bungalow, con desayuno, aunque no hubiera régimen de TI, sí que lo hubiésemos pagado. En fin, para otra vez será. Así que tiramos hacia Remedios. Justo antes de abandonar el pedraplén empezó a llover porque se había estado formando una tormenta durante un buen rato antes. Llegamos a Remedios y caía bastante agua, así que nos arruinó la visita. Nos tuvimos que conformar con hacer unas fotos en el centro y tomar un tentempié en el Café EL Louvre, que tal como rezaba una placa, era uno de los más viejos de la Isla.

Continuamos ruta hacia Santa Clara con intención de buscar alojamiento allí. Odalis, la propietaria de la casa de Trinidad nos había recomendado a su vez la casa de un amigo en Santa Clara, así que hacia allí nos dirigimos. No sin dificultad dimos con ella. Era más que una casa, un palacio. Preciosa, con un patio interior, que nos puso los dientes largos y con un olorcillo a pescado porque estaban cocinando la cena cuando llegamos. Pero claro, al ser casi las siete de la tarde, lo tenía todo ocupado. No obstante el hombre hizo unas llamadas hasta que al final nos localizó una casa muy cercana y para allá nos dirigimos. Las propietarias eran un par de hermanas ya mayores, pero muy graciosas y divertidas. Nos enseñaron las habitaciones y nos parecieron correctas, así que allí nos quedamos.

Como eran ya las siete y media y las mujeres no esperaban a nadie esa noche no se mostraron muy por la labor de ponerse a cocinar así que nos invitaron a buscar un restaurante para cenar. Nos orientaron sobre cómo llegar a un par de ellos. Hacia allí nos dirigimos y tras dar varias vueltas viendo cartas y precios, entramos en uno y nos dicen que por esa puerta no, que por la de al lado. Era el mismo restaurante, con dos partes, una para los nacionales y otra para los yumas (extranjeros). Le preguntamos a la camarera si podemos sentarnos con los nacionales y nos dice que no, porque se les "ha acabado la comida" (vaya imaginación que tienen!). Ahora sabemos lo que se siente cuando te discriminan. Nos largamos de allí algo molestos.

Continuamos la peregrinación en busca de un sitio donde comer algo y entramos en un restaurante en el que había hasta cola, cosa curiosa porque el restaurante tenía unas 12 mesas y sólo estaban ocupadas la mitad (hay tantas cosas que no entendimos de ese país). Después de esperar 15 minutos por fin nos toca pasar a sentarnos. El comedor era un poco tétrico, muy sencillo, con consignas revolucionarias, todo un poco raro, pero como había gente pues habíamos pensado que sería porque se comía bien (menudo error el nuestro). Nos traen la carta y la preguntamos a la chica si los precios son en moneda nacional o en divisa. Por supuesto nos dice que en divisa. Es decir, la pareja de cubanos que estaba al lado estaba comiendo lo mismo que nosotros pero a un precio 24 veces menor. No nos pareció del todo justo. La carta exactamente la misma, pero unos pagan en pesos cubanos y otros en CUC. No acabó aquí la cosa, pedimos unos platos de espaguetis y pizza. Los espaguetis estaban asquerosos y eso que no es que seamos nada escogidos con la comida ni mucho menos, pero estaban incomibles y la pizza, que costaba 7 CUC, era como las que ya habíamos probado en algún puesto callejero, que cuestan normalmente 5 pesos nacionales, es decir, una pizza de diez centímetros de diámetro. Le pregunté a la camarera si esa era la pizza de 7 CUC, y lo único que hizo fue llevársela y echarle un poco más de queso. Alucinante la clavada que nos metieron. Como habréis adivinado la propina que dejamos fue el papel en el que habían escrito la cuenta.

Con el mal sabor de boca salimos del restaurante a tomarnos un helado que endulzar algo tanto enfado y que de paso nos quitara un poco el hambre con el que nos habíamos quedado. Nos lo tomamos allí cerca y nos dirigimos de vuelta a la casa.


Día 13. DE SANTA CLARA A LA HABANA

Nos levantamos temprano y las señoras ya nos habían preparado un desayuno completo incluyendo huevos fritos y salchichas. Repusimos energías para compensar la escasa cena del día anterior y partimos hacia el Monumento al tren blindado, por delante del cual habíamos pasado el día anterior al entrar en la ciudad.

Aparcamos el coche justo delante del monumento y nos bajamos con la intención de hacer unas fotos a los vagones y al bulldozer que están expuestos en el parque. Nada más pisar el suelo ya nos viene una señora diciendo que teníamos que pagar por estar allí. La contestamos que si por entrar en un parque público hay que pagar y empieza la discusión. Aparece la superiora y empieza una conversación sobre el tema. La mujer, tremenda defensora de la causa revolucionaria, nos empieza a adoctrinar con el tema de siempre, que si somos unos capitalistas y unos colonizadores, expresión que a mi mujer la sentó muy mal y la cabreó bastante. La intentamos hacer ver que nuestras intenciones no son ni mucho menos colonizarles, que por suerte no hemos vivido esa etapa de nuestra historia y tan sólo pretendemos empaparnos de la cultura de su pueblo, conocer cómo viven, sus costumbres, etc. La comentamos que nuestro viaje no ha sido el típico viaje del turista que tan sólo va a la playa y que hemos querido ver otra realidad (la mujer se empieza a ablandar poco a poco). La ponemos un ejemplo de nuestro interés, como fue el caso de la tarde anterior en la que nos dio por entrar en un local de un Comité de Defensa de la Revolución (CDR) en Santa Clara y preguntar a una persona en qué consistía la labor de esos Comités que están repartidos por todos los lugares de la isla (la explicación, por cierto, bastante superficial, pero no podíamos quedarnos con las ganas de preguntarlo). Tras diez minutos de conversación con la encargada del museo del tren blindado, argumentando e intentando hacerla ver que todo había sido un malentendido porque desde que habíamos bajado del avión todo el mundo nos había intentado sangrar en todas partes y que como suele pasar muchas veces, esta vez habían pagado justos por pecadores, porque en este sitio, en el tren blindado, era el único sitio en el que además de ser el precio de la entrada asequible (2 CUC por persona), te ofrecían un pequeña explicación sobre el tema. Al final, todo quedó zanjado y la mujer rompió a llorar, no sabemos si por nuestros argumentos convincentes o por alguna razón más interior que la hizo reflexionar sobre sus motivaciones y que podríamos acertar a intuir.

Solventado el incidente la señora que se dirigió a nosotros en el primer momento nos hizo una pequeña visita guiada sobre los vagones del tren en los que se habían instalado unos cuadros con fotos y explicaciones de la batalla que tuvo lugar en Santa Clara y que fue clave para el triunfo de la revolución. La mujer se mostraba entusiasmada con su trabajo. Se notaba que la fe en la revolución de las personas que la habían vivido de cerca era muy superior a la de las nuevas generaciones que mostraban una apatía total hacia la causa y en la que no creían en absoluto. En el parque-exposición-monumento al tren blindado hay varios vagones (originales) y el bulldozer utilizado para arrancar los raíles y hacer descarrilar el tren. Sobre la explicación de la batalla hay textos donde se relata mucho mejor que lo que yo podría hacer, así que evito cometer torpezas.

Finalizada la visita, nos dirigimos, aconsejados por la buena mujer, hacia una estatua del Che, que se encuentra a menos de un kilómetro de allí, obra de un escultor vasco, en la que hay múltiples referencias a todas las facetas sociales y políticas de la vida del mediático guerrillero. Desde aquí sólo quedaba de visitar en Santa Clara el famoso Mausoleo del Che. No es difícil de encontrar pues ocupa una amplia extensión de terreno a las afueras de la ciudad de Santa Clara. Se trata de un enorme monumento erigido en honor a su persona, con representaciones a ambos lados, y en los bajos del edificio se encuentra un museo dedicado a la figura del Che, así como el lugar donde descansan sus restos, junto a los de otros 35 guerrilleros. Lo más curioso del lugar es que, además de no cobrar entrada (cosa muy extraña), no se encuentra ni un solo puesto donde vendan recuerdos sobre el Che. La explicación es que él odiaba el hecho de que se mercadeara y se hiciera dinero con este tipo de cosas y afortunadamente sus deseos se han respetado, al menos hasta el día de hoy. Sobre el museo decir que es pequeño, pero interesante. Para poder comprar un libro sobre el Che tuvimos que dirigirnos a una tienda situada fuera del complejo, a un kilómetro del mausoleo.

Después de visitadas las dos cosas más destacables de la ciudad de Santa Clara, cogimos la autopista hacia La Habana. Teníamos por delante 270 km de carretera. A unos 100 km de La Habana se puso a llover a jarros y nuestra intención de pasar unas horas en las Playas del Este se truncó y tuvimos que tirar hacia la capital. Entramos en La Habana con la idea de devolver el coche ese mismo día, en lugar de esperar hasta la mañana siguiente, que es cuando nos correspondería, pero al llegar al mostrador de Transgaviota en el hotel Habana Libre, eran las cuatro menos cuarto y el hombre nos dice que ya está cerrado, que el horario es hasta las tres y media. Por suerte nuestra casa particular está a cinco minutos del hotel, así que llevamos las maletas hasta la casa y parqueamos el coche en un sitio al lado del hotel, hasta el día siguiente que lo devolveríamos.

Volvimos a nuestro cuartel general, Casa Hortensia (en Vedado 25, entre H e I, junto al Habana Libre), nos pegamos una duchita y descansamos un rato. Los días de viaje acumulados empezaban a pasar factura y cada día hacíamos menos y estábamos más cansados. Con este panorama de agotamiento optamos por repetir la experiencia del mojito en la terraza exterior del Hotel Nacional y allí estuvimos casi una hora antes de ir a cenar al restaurante La Roca y ese día prontito al sobre.


Día 14. LA HABANA y vuelo de vuelta a España

Día totalmente de transición pues hay que matar el tiempo paseando por la Habana y haciendo las últimas comprillas.

Lo primero que hacemos es pagar otros 12 CUC por persona y pegarnos otro atracón en el buffet del Habana Libre y de paso devolver el coche de alquiler. Por curiosidad le preguntamos al hombre de Transgaviota cuál era el horario de la oficina, y nos dice que hasta las 6 de la tarde y le comentamos que el día anterior habíamos venido a devolverlo antes de las cuatro y su compañero nos había dicho que estaba cerrado. Puso cara de estar pensando sobre el tema. Ya le dije yo que la mala imagen que transmitían de la compañía no era muy favorable para el negocio.

El hombre echó un vistazo al coche, con el que no habíamos tenido ningún problema, salvo por un ligero incidente con el parachoques que se soltó uno de los días y tuvimos que volverlo a colocar en su sitio y como estaba lleno de golpecillos por todos lados, no hubo ninguna complicación, tan sólo el hecho de que el hombre se quejaba de que si tenía menos gasolina que cuando nos lo había dado y no se qué, sin ponerle mucho empeño, y le dijimos que estaba exactamente igual. Y ahí quedó la cosa. Un apunte al respecto. En muchos foros habíamos leído que el depósito te lo daban lleno y lo podías devolver vacío. No fue nuestro caso, siguieron la regla normal, tal cual te lo entregan, así lo devuelves.

Nos dirigimos paseando por el Malecón hacia la Habana Vieja, pues queríamos comprar unos óleos en el mercadillo que hay todos los días cerca de la plaza de la Catedral. Camino del mercadillo se nos ocurríó dar un paseo en coche de caballos (después de tanto aguantar todos los días que nos dieran la brasa para que nos montáramos al final lo iban a conseguir). Preguntamos a un hombre que pasaba por allí con su carruaje y tras regatear algo nos montamos los cuatro y nos dio un paseo de una horita por toda la zona de la Habana Vieja. Interesante el recorrido y la experiencia de pasear por la ciudad en un carruaje con aire acondisoplado, como lo llamaban ellos. Le pedimos al hombre que al final del recorrido nos dejara en el mercadillo. Nos faltaban por comprar algo para nuestros amigos y allí nos hicimos con unas gorras típicas verdes con las letras de "Cuba" y alguna pulsera para las mujeres. Las guajibiyas cargaron también con más cosas, para llevar las maletas bien repletitas.

Después de hacer todas las compras volvimos en taxi hasta la casa de Hortensia, preparamos las maletas y en taxi hasta el aeropuerto. Ni nos molestamos en regatear con el taxista y pagamos los 20 CUC que nos pidió (estábamos quemados de tanto regatear todos los días y por todo). Menos mal que fuimos pronto al aeropuerto, porque al poco de llegar empezó a llover a cántaros y se levantó un viento infernal. La Terminal de aeropuerto se empezó a llenar de charcos formados por las goteras del techo. Menos mal que el edificio era relativamente nuevo, aunque esto pasa en las mejores casas, porque ayer (17 de junio 2009) ví en las noticias que en Barajas también se había inundado la Terminal por un chaparrón. Así que no echemos la culpa a los arquitectos cubanos.

Ya sólo quedaba facturar y esperar pacientemente a que saliera el vuelo, que llevaba algo de retraso. Pagamos el impuesto revolucionario de 25 CUC por salir del país, gastamos los últimos CUC que quedaban y comimos algo. El vuelo salió más o menos a las 21.00 horas y en mi caso me pasé casi las diez horas de vuelo hasta París durmiendo, despertando tan sólo para avituallarme.


Travel journal from a 14 days trip to Cuba's west region - David Crivillers i Judith Sánchez [2014]
From Santiago de Cuba to Havana, cycling 26 days - Isidre Juvé i Zaida Peris [2007]
Cuba para mochileros: guía práctica - Daniel Masciarelli y Susana Lobo [2007]
Relato de un viaje a Cuba - Juan Francisco Adan Ferrer [2006]
Consejos para viajar a Cuba por libre - Txomin Ruiz [2005]
CUBA - Guide & travelogue of a journey to Cuba - Yolanda & Toni (Viatgeaddictes) [1990]