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Bandera de Costa Rica

COSTA RICA

Cuaderno de viaje a Costa Rica

José Antonio García Moreno
Published on Data viatge: 2003 | Publicat el 23/10/2003
2.5 de 5 (223 vots)

DIARIO DE UN VIAJE DE 28 DÍAS A COSTA RICA

2 de Septiembre

Primer tramo, Madrid-Caracas con Santa Bárbara Airlines, una compañía venezolana. Buenas referencias. El avión no va lleno y ¡oh milagro! el asiento de mi lado (sólo son dos en cada fila) va vacío.

Llegada al tránsito de Caracas sin novedad. Primer y familiar encuentro sensorial con el trópico: calor, humedad y ese aroma inconfundible, denso y ácido, de la vegetación y el agua que te hace tomar conciencia de que estás en otra de tus casas en este planeta. Parece que la naturaleza contacta contigo, con tus sentidos, de forma física, táctil. Pequeña espera, y el último tramo: vuelo a San José.

Llego a San José a la caída de la tarde. Lluvia, nubes de tormenta y temperatura muy agradable. Estamos en la estación de lluvias, que hace honor a su nombre. Sin muchas peleas y en un taxi oficial llego al albergue que será mi cuartel general durante mi estancia en este país: el Costa Rica Backpackers. Por los ocho dólares que cuesta la habitación compartida, está muy bien: café y té gratis, Internet gratis, piscina, salas, cocina, servicio de lavandería y ambiente mochilero. Hay poca gente. Es temporada baja, lo cual creo que es una ventaja en un país ya muy turístico como es Costa Rica.

Muy tempranito, a las nueve de la noche, me voy a dormir. No hay que olvidar que para mi cuerpo son ya las cinco de la madrugada del día siguiente.


3 de Septiembre

Salgo a desayunar y primer encuentro con la gastronomía tica: contundente desayuno a base del plato nacional, el gallopinto, o sea, arroz con frijolitos negros, y chicharrones. Precio razonable: dos euros y medio.

La mañana la dedico a algunas compras y gestiones, a cambiar dinero y a pasear por San José. Cambio euros a colones en el Banco Nacional de Costa Rica. También se puede hacer esta operación en las casas de cambio pero no, sorprendentemente, en el resto de los bancos. Atraco a mano armada como siempre que se topa uno con la banca en cualquier parte del mundo: 10% de comisión. Menos mal que descubro que las casas de cambio realizan esa operación con unos costes más razonables.

En Barajas consulté en Internet para ver si habían localizado a algún guía para hacer la travesía a pie de la Cordillera de Talamanca. Se trata de recorrer a pie, durante unos ocho o diez días, y a través de una montañosa zona de bosque tropical húmedo, el camino que usaban antiguamente los indígenas para pasar de la vertiente atlántica a la pacífica o viceversa. Es quizá el principal objetivo que me he marcado en este viaje. Aquí sigue sin arreglarse o cerrarse el asunto de los guías para la travesía transcontinental.

Callejeo por el centro de San José: el Teatro Nacional, la Catedral, las zonas peatonales llenas de comercios... Pocos turistas. Es una ciudad pequeña, o mejor dicho, asequible, que descansa sobre una verde meseta rodeada de montañas, y agradable para callejear. No tiene grandes monumentos ni hitos urbanos, pero es una buena base para recorrer el país. Tiene de todo, es agradable, está en el centro de Costa Rica y es el centro neurálgico de comunicaciones.

Entro en la catedral en la que asisto a la celebración de la eucaristía, y en alguna otra iglesia. Contraste absoluto con España. Es un día laborable por la mañana, y las iglesias están llenas de gente que entra un rato a orar y se va. Veo gestos que rozan el fanatismo, pero creo que debo de respetar una religiosidad que es profunda, y que parece compatible con una sociedad democrática y relativamente liberal como es ésta.

Bien es verdad que las plazas públicas están llenas de charlatanes que golpean sin misericordia a los ciudadanos con sus soflamas religiosas que anuncian grandes catástrofes, y para las que todo está mal y parece que irá a peor. De todas formas, no parece que la gente les haga mucho caso.

Como corresponde a la estación en que estamos, la mañana es muy agradable. Hay nubes, pero todavía no llueve. Puedo cumplir tranquilo un rito que nunca falta en mis viajes: sentarme en una plaza a leer el periódico (hoy ha sido así) o algún libro, y ver pasar los retazos de vida delante de ti. Estoy en la plaza del Teatro Nacional: bullicio, gente de todas clases que se sienta un momento a hacer un alto en sus trajines, mientras que un organillo tocado por un par de abuelos pone un fondo de música de la tierra. Todo apacible hasta que aparece el vocero de turno anunciando el fin del mundo por capítulos, que precede a relatarnos uno a uno y a voces,

Como un poco de ensalada y fruta y, cuando empieza la tarde, hago una visita detallada al Museo Nacional. Está situado en un antiguo cuartel militar, y bien podría ser un símbolo de lo que tanta gente soñamos: que el lugar de las armas, del ejército, del símbolo del miedo y de la falta de concordia entre las personas, pase a albergar la cultura, la historia, el discurrir de un pueblo. A Costa Rica tenemos que agradecerle que haya dado un paso que en muchos otros lugares parece que es completamente irrealizable: desde la Constitución de los años cuarenta del siglo pasado, este país no tiene ejército, y, curiosamente, en todo este tiempo ha sido el país más estable, más desarrollado y con mayor nivel cultural de toda Centroamérica.

Por cierto, el Museo Nacional, su contenido, me ha impresionado muy gratamente. Repaso exhaustivo a la historia de Costa Rica a través de sus expresiones culturales. Espectaculares los metates de panel colgante, especie de esculturas que cuelgan desde una base plana, hechas en piedra volcánica con motivos variados y casi abstractos. Parece que están relacionados con la religiosidad y el culto a los muertos y proceden de los primeros quinientos años después de Cristo.

Me impresiona también en el Museo una sala muy sencilla con esculturas que son fotografías a tamaño natural de las diversas razas y orígenes de las personas que forman Costa Rica, y que se resume en una palabra: mestizaje. No mera coexistencia cultural, si no mezcla, convivencia que ha dado lugar a una nueva identidad, en que, se aprecia en las calles, las multiplicidades étnica y cultural son una realidad que no impide esa convivencia. Desde luego que ha habido y sigue habiendo tensiones, pero creo que también en eso este país ha avanzado mucho y nos puede enseñar a los que estamos acostumbrados a vivir en sociedades más puras.

Termino la visita con otra pequeña joya, esta vez natural: la instalación temporal de un jardín de mariposas de las especies que son más propias del valle en el que se asienta San José.

Cae ya la tarde, y, no mucho, pero vuelve a llover. Termino la jornada en el albergue, y me acuesto temprano.


4 de Septiembre

Me levanto temprano, a las seis de la mañana. En las zonas tropicales el sol sale rápidamente en torno a esa hora, y se pone igual de deprisa en torno a las seis de la tarde. Amanece como ayer: apacible, con nubes y con una temperatura de unos veinte grados.

Salgo a desayunar algo, empezando por tomar un jugo de pipa (parecida al coco) que compro en un puesto callejero. Después me siento a desayunar en una calle peatonal que está en una zona de edificios oficiales, cerca del albergue: instalaciones del Poder Judicial y sede de la Universidad a Distancia entre otras. El desayuno es contundente, a base de un plato combinado con gallopinto, plátano frito y huevos revueltos. Además, tostadas y natilla, una salsa de leche salada que se usa para untar en el pan y en el gallopinto. Todo por un euro y treinta céntimos.

Tras esto, me dirijo a la estación de guaguas Caribe para tomar el bus a mi siguiente destino: Puerto Viejo de Talamanca, en el sur de la provincia de Limón y del país, en la costa caribeña y ya muy cerca de la frontera con Panamá. Se supone que emplearemos entre cuatro y cinco horas de viaje, cruzando la Cordillera dorsal que recorre el país de noroeste a sureste, para descender a la gran planicie central que mira al Mar Caribe. Estación de autobuses del Caribe: limpia, con todos los servicios y cómoda. Las guaguas en la misma tónica: se viaja con reserva de asiento y con comodidad.

Salimos en punto y, enseguida, dejamos atrás San José para introducirnos de golpe en el color de Costa Rica: el verde. Salimos hacia Guápiles, al nordeste, para luego girar al sureste hacia Puerto Limón, donde alcanzaremos la costa. Seguimos la carretera 32, asfaltada, bien señalizada y en buen estado. Limón está a unos 150 kilómetros de San José. Estamos en la meseta entre campos de cultivo y camino de cruzar la Cordillera Central.

Multitud de grandes camiones cargados de enormes troncos. La deforestación también es un problema en este país. Entramos en el Parque Nacional Braulio Carrillo y cruzamos la divisoria continental a unos 2.000 metros de altitud. Valles y montañas de perfiles más bien suaves. El bosque nuboso lo cubre todo. Pasamos a la vertiente caribeña, y, enseguida, vamos dejando atrás la cordillera. Vuelven a aparecer campos de cultivo y prados para la ganadería. Hay vacas y también caballos, muy abundantes en Costa rica. El cuerpo nota que hemos bajado: más humedad, más calor, atmósfera más densa, es el trópico.

Antes de llegar a Puerto Limón, comenzamos a pasar entre grandes haciendas bananeras. Nos cruzamos también con muchos camiones de la compañía Chiquita, la antigua United Fruit Company, que sigue controlando gran parte de la distribución del banano que, junto con el café, es la base de la agricultura tica. A medida que nos acercamos a Limón empiezan a aparecer las preciosas palmeras cocoteras. Recorremos los últimos cincuenta kilómetros hasta Puerto Viejo ya por la costa. Playas de arena negra, palmeras cocoteras hasta la orilla y pequeños hoteles jalonando el recorrido.

Llegamos a Puerto Viejo. A primera vista cliché caribeño: marco muy bello, junto a un entrante en el mar, no muy frecuente en esta costa casi rectilínea. Cabañas junto al mar y lugares donde escuchar y bailar música reggae en la playa. No obstante no me enamora. Es un pueblo turístico. Quizá uno sueña en paraísos perdidos que son difíciles de encontrar si siempre se va a los lugares que están indicados en las guías, aunque sean menos convencionales. Más extranjeros que ticos, surferos, hippies y fauna de ese estilo es lo que abunda, y nunca he sido muy afín a ese personal. De todas formas, el lugar es bello y además, a pesar de ser por la tarde y aunque todo está lleno de nubes, no llueve.

Esperando, paso feliz y tranquilo la tarde en la playa tomando una copa de un espléndido ron nicaragüense llamado Flor de Caña. Bueno, lo de la tarde feliz y tranquila es un decir: cuando pido la cuenta veo que, habiendo bebido dos me cobran cuatro. Lo dicho, los lugares turísticos son cada vez más odiosos. Timar al viajero es parte de lo habitual. De todas formas han pinchado hueso. Exijo la hoja de reclamaciones que naturalmente no me quieren dar. Amenazo con ir de inmediato a la policía a denunciar, y oh milagro, se me devuelve en el acto el dinero.

Por otra parte, siguen sin conectar con el guía que me tiene que llevar al otro lado. Mi primer encuentro con los encargados del contacto, Atec (Asociación Talamanquesa de Ecoturismo y Conservación), tampoco es muy entusiasmante. Al final del día se ha concretado el pateo a través de la divisoria continental. Llegar a este último acto ha sido posible gracias a las múltiples comunicaciones vía Internet, en España y aquí.

Me acuesto temprano. Este pueblo no parece precisamente un dechado de vida nocturna. Bueno, a lo mejor cuando empieza la marcha yo ya estoy sobando.


5 de Septiembre

He ido con una bici alquilada desde Puerto Viejo hasta un pueblito pequeño llamado Manzanillo, a unos 14 kilómetros de distancia. Prácticamente en su totalidad el recorrido está comprendido en la Reserva Nacional de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo, que ocupa el extremo sureste de la vertiente Caribe, hasta el río Sixaola que hace frontera con Panamá. Los ecosistemas terrestres mejor representados en el Refugio son humedales y bosques aledaños, con una enorme riqueza biológica. Riqueza que se incrementa con los ambientes marino-costeros: arrecifes de coral, playas de arena, manglares...

Verdaderamente las playas son espectaculares: arena clara, no muy anchas, con el bosque tropical hasta la misma orilla. Solitarias en extremo. En fin, una delicia. Aprovecho para tomar un baño, el primero de este viaje en el Caribe. Hay zonas de la Reserva en que se permite la edificación: pequeñas casas unifamiliares en medio del bosque, muchas de ellas convertidas en hoteles y casa para alquilar. Hay otras en que el bosque se mantiene intacto desde la misma orilla, sólo violado por la pequeña carretera asfaltada que llega hasta Manzanillo. Tengo ocasión de ver y sobre todo oír a los congos o monos aulladores. Como su nombre indica, pegan unos berridos bastante notables y no especialmente agradables, pero siempre es una alegría y un espectáculo gratificante ver a los animales en libertad. Vuelvo por el mismo camino a primera hora de la tarde. No veo muchos más animales, en la selva no es fácil verlos.

Ceno en un restaurante de la avenida principal en el que soy el único comensal. Estamos en temporada baja y, como en todas las zonas turísticas, la competencia es quizá excesiva. Por cierto, que mientras ceno me veo envuelto en una desagradable nube: una persona está fumigando con gases todas las calles. Es para prevenir el dengue. Se trata de otra enfermedad tropical causada por un mosquito y que no tiene vacuna. Puede ser grave y a veces mortal. Me recuerda que, aunque sea molesto y uno tienda a bajar la guardia, no hay que descuidar las precauciones, como la loción antimosquitos, el ventilador en la habitación, no andar por la calle semidesnudo en la noche, a pesar de que el clima lo permite y muchos lugareños lo hacen. n detalle curioso es que en este pueblo de Puerto Viejo mucha gente camina descalza, lo que me permite disfrutar de dos o tres días sin ponerme calzado en ningún momento.

Hablando del clima: hoy es el primer día en que no ha llovido nada. Cielo más bien nublado, algo, poco de brisa y calor, pero soportable. Físicamente he llevado muy bien el pedaleo.

Me voy a dormir en un hotel pequeño, frente al mar, el Maritza, que funciona como albergue juvenil (youth hostel), con una balconada hacia el mar. Las instalaciones son muy básicas, y la habitación espartana: cama, una estantería y un ventilador y ventana con mosquitera que da a la calle. Servicios fuera de la habitación. Ducha más básica todavía con agua fría, por supuesto. Limpieza relativa. Claro que por siete euros que me cuesta, tampoco es fácil pedir mucho más.


6 de Septiembre

Me levanto temprano. Hoy voy a estar todo el día en Puerto Viejo con actividad mínima. Tras un desayuno tranquilo en una soda (casa de comidas) frente al mar, dedico un par de horitas a la lectura. De nuevo a la casa de cambio para ir con colones suficientes a la travesía. En definitiva, tranquilidad. Aquí parece que la estación de lluvias no se lo está tomando demasiado en serio. Amanece casi despejado y el día apunta más caluroso que ayer. Bueno, pues no. En torno a las dos de la tarde tormenta y lluvia fuerte.

El resto de la mañana lo empleo en Atec, cerrando los últimos detalles de la excursión de mañana y consultando el correo electrónico. Comida en la soda de la mañana: pescado fresco y un batido de leche y piña. Todo sencillo. Todo un lujo. Ya en la tarde, duermo una siestita arrullado por el ruido de la lluvia al caer. Me quedo en la galería del hotel disfrutando de esa lluvia y leyendo otro rato.

A las dos horas, como casi siempre por aquí, cesa la lluvia. Son las cuatro de la tarde y aprovecho para dar un paseo por la playa. De frente y a mi derecha el mar, a la izquierda la Península de Cahuita, una punta verde que se interna en el Atlántico. No hace calor, suave brisa, nubes grises de color plomo, del mismo que el mar. El verde del monte suave, pálido y oscuro por la poca luz. Jirones de nubes entre el verde que allí son niebla. Nadie en la playa.


7 de Septiembre

Al fin llega el día de ponerse en marcha y, tras desayunar, a la parada de guaguas a esperar el primer bus que debo de tomar hoy para llegar al punto de encuentro con Zenón y Agapito, los guías. Hace el trayecto de media hora entre Puerto Viejo de Talamanca y Bri-Bri.

El primer tramo me lleva hasta Bri Bri, un pequeño pueblo con aires de frontera, y que efectivamente está junto al río Sixaola que marca la linde con Panamá. Recorrido corto, pero bellísimo: vegetación exuberante, alguna plantación de plátanos, y zona ya montañosa. Valles y montañas forman un decorado espléndido. A partir de aquí el ambiente cambia bastante. Voy a entrar en la Costa Rica profunda, en un sitio en el que oh milagro, no hay turistas. Tras una hora de espera, tomo un segundo bus con dirección a otro pueblo que se llama Suretka, a unos 25 kilómetros. En el autobús soy yo el único extranjero, y hay viajeros que al entrar te dan los buenos días y la mano. Es verdad que los sitios en que la vida es más dura, hacen que la gente se ayude más y sea más solidaria.

Nada más arrancar termina el asfalto, y la pista, en no muy mal estado, se adentra en el purito bosque tropical. De vez en cuando casas construidas en madera y tejados en general de lata, elevadas como palafitos para tener lugar para el ganado, y evitar visitas molestas de culebras y demás vecinos de la zona. Son viviendas sencillas, pero no hay sensación de miseria. El bus nos deja en las orillas del río Teliré. Hay que cruzarlo en una pequeña canoa, y en el otro lado caminar unos quinientos metros hasta una caseta donde tomaremos la última guagua del día hasta Amubri. Hay suerte y un camión nos para y nos deposita en media hora en mi destino motorizado final de hoy.

Desde que salimos de Bri Bri he entrado en la Reserva Indígena Bri Bri de Talamanca. Después, iniciaremos el pateo en la Reserva Indígena Cabecar de Talamanca. Los bri bri y los cabecar son de las pocas comunidades indígenas que perviven en Costa Rica. Me encuentro en el sistema de espacios naturales y antropológicos protegidos más grande de Costa Rica, que continúa al otro lado de la frontera, en Panamá, formando el Parque Internacional de la Amistad. Zona de bosque tropical lluvioso muy bien conservada, y con nulo desarrollo turístico.

Nada más bajar del camión un señor con un machete me conduce a la casa que se encuentra primero: la de Agapito. El machete es parte de la indumentaria de los hombres en las zonas rurales, y tiene una gran importancia tanto para circular por los senderos como para limpiar los campos. Llego a la casa y están la mujer y sus hijos, supongo, niño y adolescentes respectivamente. Me dicen que si hemos quedado, pues que les espere en la casa que ya vendrán. Se trata, como muchas de las de por aquí, de una casa de madera con una especie de porche donde está la televisión, una banqueta y un par de hamacas colgadas e las vigas.

Bueno, por fin aparece el tal Zenón. De entrada, el señor Zenón no me cae especialmente bien, y me da que el sentimiento es recíproco. Muy seco y con muy pocas explicaciones. Lo normal es que me contara un poco el plan que vamos a llevar, pero se lo tengo que sacar con sacatapas. Lo primero que hago, naturalmente, es pagar, y después distribuimos las cosas en tres lotes para las mochilas de las personas que vamos. Zenón viene, pero Agapito, que es su hermano, no. En su lugar viene el yerno de Zenón, cuyo nombre es Jesús. Hacemos la compra que en principio es para seis días, si bien en el contrato estaba estipulado que el pateo duraría entre siete y diez. Confié en el buen hacer de Zenón, y eso fue un craso error en dos sentidos: primero supuse que si él decía que en seis días se podía hacer es que no había problema. Y luego, anduve corto de reflejos porque la compra, para ahorrar peso, era muy escasa y poco variada para marchas de larga duración, lo cual podía a la larga pasar factura.

Esa misma tarde hacemos una etapa prólogo de hora y media desde el pueblo en que estamos hasta el que constituía el teórico punto de partida. Zenón desaparece a caballo y yo continúo con Jesús y con un sobrino de Zenón que se nos une. Aquí empiezan las dificultades. Es época de lluvias y los ríos bajan crecidos. Bueno, pues tenemos que atravesar por lo menos cinco, con el agua hasta más arriba de la cintura, la mochila y corriente fuerte. Lecho lleno de piedras, pies descalzos y botas al cuello. Ellos llevan botas de goma sin calcetines, como casi todo el mundo por aquí, que están perfectamente adaptadas, por ejemplo, al cruce a pie de ríos.

Al fin, prácticamente de noche, llegamos a la casa de Jesús, que está junto a la de Zenón, y de nuevo me dejan en el porche y se van. Absoluta falta de hospitalidad. Menos mal que el sobrino que nos acompañaba se queda conmigo en el porche charlando de lo divino y de lo humano.

Ante mi estupor, pasa el tiempo y allí no se cena. Debo de añadir que cuando llegué a la casa primera, desde el bus, a las 12.20 horas, tampoco tuvo nadir la delicadeza de preguntarme si había almorzado. Al final me hacen pasar a la cabaña de Zenón donde me sirven la cena a base de arroz con arroz como es normal. Duermo allí mismo, sin que por supuesto nadie me invite a pasar al interior de la casa. He de decir que la única estancia en la que estoy es una amplia, ciertamente cubierta, que sirve de secadero de ropa.

Pronto a dormir ya que al día siguiente nos levantamos a las tres de la mañana para empezar a caminar hacia las cuatro en la primera etapa entre Coroma, que es donde estamos, y una pequeña aldea situada en el quinto coño llamada San José de Cabecar. Y efectivamente, está a doce horas andando desde donde nos encontramos.


8 de Septiembre

Como estaba previsto, salimos a las cuatro de la mañana, después de un estupendo y energético desayuno consistente en un café negro aguachinado y, adivínenlo, arroz blanco con un trocito de salchichón.

Las dos o tres primeras horas transcurren por un camino razonable ya que se trata de una zona en la que hay bastantes viviendas. Huelga decir que ya en el pueblo del que hemos partido y en todas estas casas no hay luz eléctrica ni teléfono, y que las condiciones de vida son muy precarias.

El camino pronto se hace muy duro. En teoría seguimos río arriba la ribera del río Cohén, hasta cerca de su cabecera, para desde allí llegar a la divisoria continental. Pero el camino tiene un trazado infernal a pesar de que es el único que puede ser utilizado por algunas comunidades pequeñas situadas junto al río para acceder a la civilización. Tenemos que cruzarlo una y otra vez, el río, con el agua hasta la cintura, como antes. Tiene por lo menos treinta metros de ancho, con lo cual, descalzo provoca un destrozo de pies que puede ser un serio problema. Los guías no lo tienen por las botas de agua. Así que tomo la decisión de cruzar el río con las botas y los calcetines puestos, además de ajustarme los guetres que algo ayudarán. El riesgo es que al caminar con las botas y los calcetines empapados, si aparecen rozaduras y ampollas la cosa puede ser patética. El camino, cuando no consiste en cruzar el río va siguiendo su margen más o menos pero con continuas subidas y bajadas dentro de la selva, con barro, tramos casi verticales y muy escurridizos. Hay que poner la mano en la maleza para no caer, porque no hay que olvidar que vamos muy cargados, con el riesgo de que en esa maleza haya algún residente no deseado. Esto en medio de un continuo sudor a chorros que se me mete en los ojos y me empaña las gafas. Mis acompañantes, bien adaptados a la zona y sin un gramo de grasa, apenas sudan.

La cantimplora la relleno directamente del río grande, que baja marrón por la tierra, o de arroyos más claros que salen por los laterales. Asimismo, desde ayer, en las chozas en que estuve, bebo tal cual el agua que me sirven, sin saber muy bien de donde viene, o sea, hago exactamente lo contrario de lo que se supone que se debe de hacer cuando uno está por los trópicos. Todo esto sin haber comido el día anterior y con una muy deficiente alimentación.

El paisaje, de vez en cuando, es espectacular: la cordillera, cascadas, pájaros... Pero realmente no lo disfruto. El agotamiento va haciendo mella, y cuando llevo siete horas estoy al límite. No doy un paso a derechas, me fallan las fuerzas, cada paso es una tortura y además, como me suele pasar en estos casos, me voy poniendo nervioso y cabreándome.

El guía tiene una actitud absolutamente negativa. Ni una sonrisa, ni una palabra de ánimo, se limita a ir indicando el camino, empleando el machete en muchas ocasiones, y hablando a veces con su yerno en la lengua bri bri.

Decido que es suicida seguir las doce horas previstas, y ordeno acampar en el primer sitio que podamos y replantear la excursión. Lo hacemos efectivamente, y mientras Zenón corta unas ramas para hacer un chamizo sobre el que colocaremos unos plásticos que nos servirán de tienda, yo charlo con Jesús. Le cuento que me parece indignante, que la excursión la han montado en función de sus necesidades y no de las del cliente: pocos días porque así cobran lo mismo y están antes en casa, parada el primer día a doce horas de camino porque así saludan a los colegas, total falta de solidaridad que es inaudita en la montaña, y mucho más cuando ésta es dura. Presunta profesionalidad que consiste en mantener las distancias y en soportar malamente el paquete que les ha tocado. Naturalmente le digo que si sólo son profesionales, y no compañeros de camino, pues a cumplir el contrato, que habla de siete a diez días y no de seis. Pero no llevamos comida suficiente, con lo cual estoy atrapado.

Decido hablar todo esto con Zenón, aunque no me apetece en absoluto. Hay que ver como reacciona y replantear el tema: seguir, pero más días, viendo que hacemos con la comida; retornar y suspender la excursión y ya veremos que pasa con el dinero que he pagado (500 dólares); o hacer ruta alternativa.

El paraje, a orillas del río, y con la vegetación selvática cayendo sobre sus riberas es excepcional. Lástima no poder disfrutarlo por la situación.

Hablando de otra cosa, el invento de las botas para pasar ríos durante esta jornada ha resultado, y lo del agua pues parece que por el momento no es un problema.

Después, y antes de cenar, hablo con Zenón y Jesús en los términos en que ya lo había hecho sólo con Jesús. Resultado nulo: se excusa y se queda realmente cortado. Le pregunto por su opinión sobre lo que tenemos que hacer y él sugiere que regresemos al día siguiente, porque con el ambiente que se ha creado le parece muy difícil seguir. Lo pienso un poco y no estoy de acuerdo. Tendría que pelearme en Puerto Viejo para que me devolvieran el dinero, y seguir perdiendo días, a lo que no estoy dispuesto. Así que decido que hagamos una ruta alternativa, en que en lugar de nueve horas de caminar al día, lo hagamos entre cinco y siete y que cumplamos al menos los seis días.

Dormimos prácticamente al raso en mitad de la selva: un plástico abajo y otro arriba por si llueve y ya está. En este sentido sigue todo de lo más asilvestrado.


9 de Septiembre

Nos levantamos como hacemos todos los días a las 5.30 de la madrugada con idea de salir a las siete. Desayuno frugal con intento de que sea energético: arroz con salchichón frito y un vaso de Tang de naranja. Es curioso, cuando hay escasez, hasta una bazofia como Tang sabe estupenda. Hoy seguimos un camino similar paisajísticamente hablando al de ayer y supongo que al de los próximos días. De nuevo entrar y salir de ríos y subidas y bajadas, eso sí, más suaves y a ritmo más tranquilo que ayer. La diferencia es que vamos por zona menos transitada y Zenón se tiene que emplear a fondo con el machete para despejar el camino y en ocasiones para abrirlo directamente. El ambiente, agradable y correcto. El día, bueno como los anteriores. La caminata, en línea con lo que les había dicho: cinco horas con paradas para disfrutar del paisaje o contemplar una flor. Por el camino recogemos una especie de plátanos pero que son otra fruta que tomaremos con la pasta del mediodía.

Llegamos al lugar de acampada temprano, montamos el artilugio, y a pasar la tarde. Primero me doy un baño vestido con pantalón y camiseta. Como llevo las mismas prendas toda la excursión, las lavo así y las dejo secar, haciendo mi cuerpo de secadora. Suena un poco cutre, pero en las condiciones en que vamos, si no se hace así, a los dos días estaría todo igual. Comida frugal y baño en el río.

Estoy contento con la excursión, es desde luego aventurera, pero no me llega hondo ni me emociona. La frustración del primer día sigue pasando factura. Observo otra cosa un poco extraña: no vemos casi ni aves, tan abundantes por estos pagos, ni otros animales en teoría tan fáciles de ver como los monos. No sé por qué será, porque la zona está prácticamente deshabitada, y la vegetación es muy densa.


10 de Septiembre

Jornada extenuante y durísima. Ocho horas de caminata, de las cuales casi siete de subida ininterrumpida. La verdad es que la subida es indescriptible, hay que vivirla. Para empezar no hay camino en absoluto. Hay que ir abriéndolo con el machete, y además los guías no lo conocen muy bien, y ya se sabe que en esta selva una equivocación significa una cuesta más. El desnivel es tremebundo, rozando en muchas ocasiones la vertical, todo es puro barro por lo que fácilmente das un paso para adelante y dos para atrás, con peligro continuo de perder el equilibrio y rodar ladera abajo. Cuando tratas de amarrar una rama para ayudarte en la subida, caben tres posibilidades ordinarias y una excepcional. Las tres posibilidades ordinarias son: que la rama esté medio podrida y se rompa al agarrarte a ella; que esté llena de pequeños pinchos invisibles que se te clavan en la mano; y que esté habitada por voraces hormigas que se abalanzan sobre tu mano a pegarte picotazos. La posibilidad extraordinaria es que sea una rama normal y te ayude a subir. Además el suelo es un auténtico compendio de cosas que pueden terminar de completar la tortura: ramas caídas y entrelazadas que te sujetan el pie, pequeñas lianas que te parece que se rompen con un leve tirón, pero de increíble resistencia, que hacen que caigas directamente sobre el barro, hoyos escondidos entre las hojas... Esto, junto con el clima, provoca que sude como un pollo. De manera que se tiene una sensación continuada de agobio y agotamiento que hace que la marcha sea francamente penosa.

Es agobiante, pero también un privilegio ver y sentir en directo un bosque lluvioso; todo eso que son incomodidades me indican que estoy hollando un bosque lluvioso virgen, sin caminos y en perfecto equilibrio. Toda la riqueza biológica que hay está entrelazada y vinculada íntimamente. Todas esas varas y árboles caídos que molestan son los que hablan del equilibrio del bosque: las plantas viejas o más débiles caen, se convierten en hogar de otros seres, y enriquecen el suelo que a su vez, con ese humus alimenta al resto del bosque.

Durante el camino vamos encontrando huellas de tapir, y durante un buen trecho seguimos las huellas claras y recientes del jaguar, el tigre americano. En realidad, las trochas que seguimos casi siempre han sido holladas por estos grandes animales en su deambular por el bosque.

Cuando todavía no hemos terminado de subir la pendiente, surge un nuevo y grave problema: íbamos a subir a lo alto del cerro y a dormir arriba en la seguridad de que no habría problema con el agua. Pues bien, el agua no aparece y la situación empieza a hacerse angustiosa. Con lo que sudo necesito beber al menos cuatro litros diarios, y la cantimplora que llevo comienza a escasear. Empiezo a racionar el agua y definitivamente no encontramos más. Es increíble la irresponsabilidad del guía Zenón. Supongo que él, y su acompañante, tienen capacidad de salir del apuro bajando corriendo a por agua donde sea, pero no parecen en absoluto conscientes del riesgo que puede correr una persona no habituada.

Ante la situación, comenzamos a bajar en busca del agua, pero la noche se empieza a echar encima y no hay más remedio que montar el campamento. Para el campamento se busca una de las escasas zonas en que la vegetación no lo inunda todo, se aclara con el machete, se cortan unos palos, y se coloca un gran plástico negro como tejado y otro como suelo. En principio cualquier bicho puede entrar y salir a su antojo pero normalmente respetan a las personas. Todos menos los tábanos. Al anochecer y al amanecer decenas de ellos runrunean constantemente alrededor, poniendo seriamente a prueba los nervios y consiguiendo romperlos en ocasiones.

Nos disponemos a dormir y a guardar energías para el día siguiente. Tenemos un cuarto de litro de agua para los tres, no podemos por tanto cocinar, y tampoco podemos comer unas galletas hediondas que llevamos que dan más sed. Una vez tendidos, el azar se alía con nosotros: comienza a llover, y el agua a escurrir por el plástico, con lo cual conseguimos cenar y, primero de todo, tomar un café que nos sabe a gloria.


11 de Septiembre

Este día en principio promete ser un poco menos duro, porque se supone que vamos a bajar todo el rato hacia un río donde acamparemos y podremos por fin aprovisionarnos de agua. El día transcurre como siempre. Disfrutando de la joya natural que estoy recorriendo y sufriendo lo indecible por las condiciones.

La bajada final al río en que tenemos que acampar se hace tremenda: superembarrada, casi vertical, y con el agotamiento de cinco horas anteriores de marcha. Al fin llegamos al río, a un paraje de ensueño. Desembocamos justo donde confluyen dos pequeños riachuelos, encajonados en dos barrancos muy estrechos y exuberantes. Difícil encontrar un sitio para acampar por lo inclinado de las laderas. Tras caminar unos minutos metidos literalmente en el río, como de costumbre, encontramos un lugar donde justito podemos montar el campamento y, efectivamente, lo hacemos. El río, el pequeño altillo del campamento, y la ladera bien parada.

Nada más montar el campamento, se desencadena una tormenta de las habituales en esta época y con lluvia torrencial. Con preocupación, vemos que el río que está a nuestra vera comienza a aumentar rápidamente su caudal. De pronto, la corriente se sale de su cauce habitual e invade rápidamente un pequeño ramal justo unos centímetros por debajo de nuestro campamento. No sabemos el agua que está cayendo más arriba, aquí lo hace a mares, y el riesgo de que el agua arrase nuestra pequeña instalación y a nosotros mismos aumenta por momentos. Ante eso, salimos precipitadamente a situarnos como podemos unos metros sobre la ladera, para evitar el riesgo y observar el cauce. Lo que era un pequeño arroyo cristalino se ha convertido en un río tumultuoso, rugiente y turbio que arrastra toda la tierra en su caída.

Permanecemos así cerca de una hora, y cuando parece que el río puede desbordar un tronco que le impide el paso al campamento, vemos que se detiene y muy poco a poco empieza a bajar. A pesar de que la lluvia sigue fuerte, el caudal se mantiene con lo que decidimos regresar. Afortunadamente, al caer la noche deja de llover, con lo que podemos terminar una jornada más, con sus emociones correspondientes.


12 de Septiembre

La tremenda ladera que bajamos ayer es como su gemela de enfrente que remontaremos hoy. Se supone que subiremos un poco, luego continuaremos a media ladera, para después bajar a otro río donde montar el campamento. Pero como de costumbre, surgen nuevas dificultades no previstas. Un derrumbe en la ladera, ha provocado una especie de brecha que hay que salvar. Esto supone que tenemos que volver a subir hasta la cresta del cerro, otra vez con un enorme desnivel.

Por lo tanto, seguimos por el cordal, en un continuo sube y baja, lo que quiere decir que nos podemos despedir otra vez del agua ya que no nos va a dar tiempo a bajar al río. De manera que, a la caída de la tarde, volvemos a montar el campamento y confiamos en que vuelva a llover. Efectivamente lo hace, pero en cantidad insuficiente. Nos da para llenar las cantimploras, hacer un café y decidir si cenamos o desayunamos, optando por esto último. Ya llevamos además tres días sin poder lavarnos y la situación del cuerpo es muy incómoda: sudor, humedad, ropa y pies permanentemente empapados por los ríos, la lluvia y el roce con la vegetación.

De todas formas, noche agitada y emocionante. La selva es un concierto interpretado por las aves y los demás animales. Durante toda la noche estamos oyendo los pequeños rugidos de un jaguar, no muy cerca, pero tampoco muy lejos. La cosa es inquietante, ya que el campamento está montado exactamente en el carril que hay en un filo estrecho, que es su paso natural. Pero sabes que estás durmiendo en la compañía libre de unos felinos desgraciadamente cada vez más escasos, y esa emoción no se puede describir con palabras, o por lo menos yo no sé hacerlo. Hay que estar allí.

Además, tenemos la animación garantizada por los monos rojos. Movidos por la curiosidad, ya que no debemos de pasar muchos humanos por allí, les oímos zascandilear por las ramas cercanas a donde nos encontramos. Periódicamente, mis acompañantes salen fuera a enchufarles con la linterna y lanzarles piedras para que se alejen. Al parecer, estos monos no tienen a veces demasiado buen humor y podrían arrancar ramas y arrojarlas sobre el campamento. Resultado desigual, ya que siguen rondando toda la noche.

Si todo va bien, es mi última noche en la selva, y me dejo deleitar con su sonido. En ese momento, ya tranquilo y relajado, pienso que valen la pena los sufrimientos y las dificultades. Estoy viviendo un auténtico lujo.


13 de Septiembre

Nos levantamos como de costumbre, dispuestos a empezar la última etapa Empiezo con muchos bríos, pero poco a poco la debilidad me empieza a pasar factura. Hay que tener en cuenta que llevamos seis jornadas comiendo prácticamente dos veces al día un poco de arroz y/o pasta, con algún trozo de plátano frito que cogimos al principio y leche en polvo cuando nos llega el agua.

El camino se complica en una nueva e interminable sesión de subidas y bajadas. Mi cuerpo empieza a pasarlo muy mal. Tengo un pequeño tirón muscular en el muslo derecho, que me hace ver las estrellas cada vez que tengo que hincar el talón para no resbalar en las bajadas. La sensación de debilidad va en aumento, y en algún momento me empiezo a marear y el agua se vuelve a acabar. Es una experiencia muy fuerte. Toda mi misión y concentración consiste en intentar poner un pie delante de otro, voy como un zombi o un borracho. Saco fuerzas de flaqueza y digo que hasta aquí hemos llegado, que no sigo más, y que si hay que avisar a los servicios de emergencia, se les avisa. Primero agua, y después salir del bosque.

Ante mi estupor, Zenón dice que puede conseguir agua. Me quedo con Jesús, y a los quince minutos viene con las cantimploras llenas. Ve que estoy medio muerto, y hasta que no me planto, no va a por agua. En la espera, le planteo a Jesús que esto no puede ser: pues bien, me dice que el tampoco entiende nada. Que estamos yendo de forma que nos quedan horas de marcha, y que por si él fuera ya estaríamos en el pueblo, que hay una forma de ir mucho más rápida y cómoda, pero que no ha dicho nada porque el jefe es Zenón. Le exijo que me saque de allí por ese camino y que se lo diga a Zenón. Éste acepta desconcertado y seguimos por el buen camino. La hipótesis de Jesús es que Zenón quería llegar más tarde porque en el pueblo se iban a dar cuenta de que no se había cumplido el plan inicial y eso sería como un fracaso para él.

Poco a poco vamos saliendo del bosque virgen y, a la caída de la tarde conseguimos llegar a Coroma. En la pulpería compramos tomate, cebolla, ajo y un pollo para freír. Ah, y una coca-cola como final de la caminata. Ya casi ni me acordaba. Previamente nos damos un buen baño en el río.

Duermo de nuevo en casa de Zenón. Casa, como muchas de esta zona, extremadamente pobre. Es un palafito con varias estancias, de madera, y techo de hojalata (otras lo tienen de paja), con la particularidad de que las estancias están prácticamente vacías. No hay muebles, no hay camas ya que se duerme directamente en el suelo, no hay luz ni baño... Esto es otra Costa Rica sin lugar a dudas. Y hay poblados que están a cuatro días de caminata por los senderos que acabo de describir.

Hay que señalar que estamos en tierra bri bri y cabecar. Mis acompañantes son bri bris. Conservan sus formas de vida y cultivo tradicionales, tienen una lengua propia prehispánica que utilizan habitualmente entre ellos, y habitan en zonas remotas como la que estamos. Hay afortunadamente en ellos una conciencia de que su cultura e identidad hay que mantenerlas, pero a medio plazo si no ya tendrán que resolver el eterno problema entre tradición y modernidad.

Esta caminata ha transcurrido entre las cuencas de los ríos Cohén y Lari, en concreto en los cerros aledaños al río Suinxi, en el territorio de las Reservas Indígenas Bri Bri de Talamanca y Cabecar de Talamanca, en la sierra del mismo nombre, provincia de Limón, en el sureste de Costa Rica.


14 y 15 de Septiembre

Regreso al campo base de San José por etapas. Últimas dos horas de caminata atravesando los cuatro ríos del principio hasta Amubri. Despedida cortés pero más bien fría de Zenón y Jesús. Espero el primer bus que me llevará al río junto a Suretka.

Nueva espera en Bri Bri, centro de las comunidades indígenas de la Cordillera de Talamanca, y cinco horas de bus hasta San José. Llego al hotel, repaso el correo electrónico, y a descansar.

El día siguiente es de descanso y recuperación en el albergue. Lavado de ropa, algunas compras en la pulpería, que está abierta, buena alimentación y preparación de la siguiente etapa. Ya he reservado el Trinidad Lodge, un hotelito que tiene muy buena pinta en el noreste del país, en la ribera del río San Juan que es frontera con Nicaragua.


16 de Septiembre

De nuevo a la terminal del Caribe a tomar la guagua que me llevará en algo menos de dos horas a Puerto Viejo de Sarapiquí. Salimos por la ruta que va a Limón y, tras atravesar de nuevo el espléndido bosque nuboso que constituye el Parque Nacional Braulio Carrillo, giramos hacia el norte. El paisaje es sumamente agradable y está muy humanizado. Siempre verde, es una sucesión de fincas no muy grandes con su casa, y dedicadas al cultivo o a pastizales de ganado vacuno.

Llego a Puerto Viejo. Se nota que estamos en la llanura norteña y que hemos dejado atrás los 1.150 metros de altitud de San José, donde estos días hacía bastante fresco. Aquí se vuelve a sentir el calor tropical. Todos estos días seguimos con el clima típico: soleado por las mañanas y lluvias, generalmente fuertes, por las tardes. El pueblo se encuentra a orillas del río Sarapiquí. La misma sensación de vida sencilla y tranquila, mucho comercio, y un aroma de autenticidad que se encuentra en todos los sitios que no están invadidos por el turismo y conservan su identidad. En tiempos, este pueblo fue un importante centro comercial. Siguiendo el Sarapiquí y después el río San Juan, se salía al Océano Atlántico.

Arrancamos como a las 12.30 del mediodía, mientras comienzan las lluvias de la tarde. El bote de transporte público es una pequeña embarcación de madera, cuyos asientos son tablas transversales y con capacidad para dieciocho personas. Suelo plano, para poder navegar con poca y mucho agua. Se llama Torito.

Vamos río abajo hacia la confluencia con el San Juan, encajonados en un pequeño talud. Se ve que lo que antiguamente fue bosque tropical, hoy es una sucesión de fincas bananeras y ganaderas, que en ocasiones incluso han acabado con la vegetación de ribera, llegando hasta la misma.

Estamos acercándonos a la frontera nicaragüense. Dada la enorme diferencia de desarrollo económico de Nicaragua y Costa Rica, la inmigración de los nicas hacia este país es muy grande. Son residentes legales más de 250.000, es decir, el 5% de la población total costarricense, y la inmigración clandestina es muy grande.

Al cabo de unas dos horas, el bote me desembarca en el hotel Cabinas Trinidad. Está situado exactamente en la margen derecha del río Sarapiquí, en la misma esquina en que confluye con el río San Juan. El lugar es realmente de ensueño. Un edificio grande que es vivienda y pulpería. Detrás un comedor en forma de choza redonda. Luego, alineadas frente al río, a unos veinte metros de él, seis cabinas o pequeñas cabañas, con tres camas y baño completo cada una. De frente, un pequeño jardín y la confluencia de los ríos. Pegadito al río un cobertizo que protege del sol y de la lluvia, alberga unas hamacas colgadas de los árboles para tumbarse a contemplar sin más. Todo lo que se ve enfrente es territorio nicaragüense, un bosque lluvioso absolutamente virgen que se extiende por toda la vertiente atlántica de Nicaragua. Río abajo, entraríamos en el lado tico en la Reserva de Fauna Silvestre de Barra del Colorado, que por el sur se une con el Parque Nacional de Tortuguero.

Está en proyecto la creación de un Parque internacional a ambos lados del río llamado Sí a Paz. Sería una iniciativa formidable. Hay que tener en cuenta que, hasta hace pocos años, y debido a la guerra civil entre sandinistas y contras esto era una zona turbulenta. Paradójicamente, ellos contribuyó a su mejor conservación. Como curiosidad, la frontera entre los dos países no pasa por el centro del río como sería lo habitual. Todo el río es nica, y Costa Rica empieza en su propia ribera. A cada lado del río se ven asimismo los puestos de inmigración de ambos países. Es posible desde aquí adentrase en Nicaragua, pero teniendo en cuenta que el transporte por el San Juan es muy irregular.

Me voy a quedar aquí relajado por lo menos dos días completos. El precio de la habitación para uno sólo es de 7.5 euros. La pensión completa no pasa de los 20 euros diarios.


17 de Septiembre

Duermo acompañado por los gritos de los cercanos monos aulladores. Me levanto y afortunadamente el servicio es bueno, y en lugar del gallopinto, desayuno fruta y unos huevos revueltos. Antes de desayunar, sentado un momento a la puerta de la cabina, un colibrí de color azul metálico y oscuro pasa libando de flor en flor.

Después, doy un paseo de una hora por las riberas y campos de los alrededores, y consigo ver en los árboles a unos cuantos monos carablanca. Me acompaña como guía un joven inmigrante nicaragüense sin papeles que trabaja en el hotel.

A última hora decido no ascender el cerro Chirripó, el más alto de Costa Rica. El tiempo está muy revuelto e inestable, todavía me noto algo cansado, y no me apetece acometer otra empresa que puede ser dura yo solo o acompañado por un guía que siempre es una lotería. Termino con una buena cena a base de gambones un día en el que por cierto no ha llovido.


18 de Septiembre

Me levanto temprano y tras un buen desayuno a base que queso y fruta, emprendo con el hijo de la dueña una excursión a pie por el bosque lluvioso ribereño del río San Juan. Camino bien acondicionado y cómodo. El bosque es menos denso que el de la Cordillera de Talamanca, ya que se trata de una zona menos húmeda. Avistamos huellas de tapir, y monos carablanca y araña. Veo también una preciosa rana negra y verde intenso. Esta intensidad del color suele anunciar a otros animales que es venenosa y por consiguiente es mejor dejarla en paz.

Tarde tranquila de lectura que termina como casi siempre en tormenta y lluvia.


19 de Septiembre

Tras un te y unas galletitas, a las cinco de la mañana vuelvo a tomar el bote camino de Puerto Viejo. Recorrido tranquilo, con la neblina que casi siempre se forma al amanecer en los ríos de las zonas tropicales. Al poco rato de llegar enlazo con el primer bus del día que me ha de llevar a San Carlos, también llamado Ciudad Quesada. Son dos horas de trayecto, la primera mitad por terreno llano, y la segunda por un precioso paisaje de colinas que constituyen las estribaciones orientales de la cordillera de Tilarán. Todo el recorrido está bastante poblado, con una continua sucesión de fincas cultivadas, prados y pequeñas o medianas viviendas unifamiliares. El viaje se hace un poco pesado, ya que la guagua para continuamente para recoger gente que va y viene seguramente a trabajar, y multitud de escolares que se distribuyen por las escuelas del recorrido. Por lo que sé no existe el transporte escolar como entre nosotros, lo cual es un gran problema para las familias más humildes, ya que aquí, como en casi todas partes, el coste diario de ese transporte es muy gravoso para las familias.

Llegamos a San Carlos, una muy agradable ciudad situada en un valle entre las colinas, pero de la que no puedo disfrutar porque en media hora sale la siguiente guagua rumbo a mi destino final en Fortuna. Este último tramo discurre entre características y paisajes similares al anterior. Un poco antes de llegar a Fortuna veo, envuelta en nubes, la silueta del volcán Arenal, que está en perpetua actividad desde hace más de veinte años.

Me instalo en el hotel, modesto y céntrico como de costumbre, y tras el chaparrón de todas las tardes, se quitan las nubes bajas y veo el cono perfecto del volcán, echando un poco de humo por el cráter. Fortuna es una ciudad de las que no me gustan: pequeña, pero llena de agencias de turismo y volcada en la visita al volcán y alrededores.

Las autoridades del Parque Nacional de Arenal tienen prohibido subir a la montaña por razones obvias. No hay más remedio que apuntarse a un tour turístico para aproximarse un poco al monte y ver, si es posible, la emisión de rocas incandescentes por la noche. Hacemos un pequeño recorrido a pie por un bosque lluvioso, y terminamos el pateo con una espectacular vista del volcán desde una colina cercana. Ahí, cuando cae la noche, y aunque la cumbre no está del todo despejada, vemos caer por la ladera las rocas iluminadas de rojo. De inmediato nos dirigimos a un nuevo observatorio para tener una mejor visión. Este observatorio está situado junto a una carretera y en una zona llena de luces de hoteles y restaurantes. Es increíble, pero no hay habilitado ningún lugar ni mirador nocturno en que poder gozar en silencio y en la oscuridad del espectáculo de un volcán activo emitiendo lava en la noche. Aún así, vemos caer las rocas por la ladera, lo que hace que, a pesar de todo, merezca la pena.

El fin del tour es un horror: unos baños en unas aguas termales atestadas de gente y decoradas estilo imperio romano. No consigo soportarlo, y afortunadamente me bajo al pueblo con un chófer y consigo librarme de semejante esperpento. Supongo que soy un poco raro o elitista o lo que se quiera, pero a estas alturas de la película, paso de soportar lo que me parecen idioteces, independientemente de que lo sean o no.


20 de Septiembre

El día en Fortuna amanece lluvioso desde primera hora. Tenía previsto un paseo para ver una catarata que está a unos cinco kilómetros de aquí, pero como tampoco es un plan que me entusiasme, decido marcharme a Tilarán, ya en la provincia noroccidental de Guanacaste, bordeando el lago Arenal. Todo el mundo lo llama lago Arenal, pero en realidad no es propiamente un lago, ya que es artificial. Tiene 88 km2, es el más grande del país y suministra una parte importante de la producción de energía eléctrica.

El paisaje es el habitual en este último tramo: colinas suaves y verdes hasta los mismos bordes del lago. Durante la primera parte del viaje no logro ver nada, ya que la niebla y la lluvia lo impiden, pero poco a poco va abriendo, y la tranquila belleza del lago se va presentando al viajero. Hasta llegar a Tilarán, que es el destino de hoy, bordeamos la casi totalidad del lago, y el entorno es netamente turístico. No hay casi fincas de labor, y sí cada cierto tiempo cabinas, hoteles, lodges y toda la variedad posible de oferta alojativa con los consiguientes complementos de aventura: kayak, aguas bravas, senderos, canopy... Aclaro que el canopy consiste en deslizarse en tirolina a través del bosque.

Aunque en uno de los tramos la carretera está muy mal y lleno de baches, sigo constatando que la red de carreteras costarricense es muy buena para los parámetros latinoamericanos. Y una mención también a la red de autobuses: excelente. Son bastante cómodos, llegan a todas partes, funcionan con puntualidad y además son muy baratos. El recorrido más largo, que puede durar más de cuatro horas, no llega a los seis euros. Y otro dato más a tener en cuenta: los conductores son prudentes, por lo que, además de todo lo anterior, viajar en guagua en Costa Rica es seguro.

En cualquier núcleo de población de un cierto tamaño es posible conectarse a Internet por un euro la hora más o menos. Por otra parte, gratuito o pagando son cada vez más los hoteles que incluyen este servicio a sus clientes. Las comunicaciones interiores las hago por teléfono: reserva de hoteles, contacto con guías, gestiones varias. En todas partes, hasta en las más alejadas, hay teléfonos públicos que funcionan con tarjetas numeradas que se pueden comprar en cualquier parte. Las llamadas internas son extremadamente baratas.

Antes de comer, llego al pueblo al que me dirigía: Tilarán. Muy grata sorpresa. Nada más bajar del bus noto una atmósfera superagradable que me invita a quedarme más de un día. Calles anchas, limpias, situada a 500 metros sobre el nivel del mar, con una brisa que se agradece y un ambiente muy familiar en la calle. Están en fiestas, y entre hoy y mañana hay un raid a caballo alrededor del lago. En toda Costa Rica, pero sobre todo en esta zona noroeste, el caballo se sigue utilizando y es parte de la identidad del pueblo. Se usa y se festeja, al estilo de los rodeos norteamericanos.

Me permito un agradable hotel en el centro del pueblo: jardín interior, galería con vistas a los volcanes Tenorio y Miravalles, habitación con baño privado, agua caliente, ventilador y televisión por cable. Muy limpia. Y todo ello sin tirar la casa por la ventana: tras un regateo me sale por doce euros y medio.

Hablo con un guía y con el responsable de un hotel de la zona para ir al cerro Chirripó y ambos coinciden en que el tiempo no es excesivamente malo, en que el camino se encuentra bien, no tiene pérdida ninguna, y por consiguiente no se necesita guía para subir. Además, puedo contratar un porteador que me dejaría toda la carga más pesada en el refugio que está antes de la cumbre. Esto me anima mucho, y por enésima vez vuelvo a cambiar de opinión y decido subir al cerro.

Por la tarde asisto a la eucaristía en la Catedral de Tilarán. Mucha gente, de todas las edades. Parece claro que a este país no ha llegado la secularización que tenemos en Europa. La gente mantiene un sentimiento religioso muy grande, independientemente de la iglesia a la que pertenezcan. Hay templos por todas partes.


21 de Septiembre

Me levanto de un excelente humor. A ello contribuye creo esta ciudad, y también el sol radiante que luce por la mañana. Me hubiera gustado quedarme a ver la llegada de los jinetes del raid que empezó ayer, pero tengo que salir temprano a San José para preparar todo para la caminata del Chirripó, y el viaje dura cuatro horas. Me despido con pena de esta ciudad.

En el camino vamos bajando suavemente hacia el oeste, dejando las colinas para llegar a una zona más llana, cercana a la costa del Pacífico, y desde ahí girar al sur para luego subir a la meseta valle donde está San José. El paisaje es parecido: verde y fincas, como hasta ahora. Esta es una zona de bosque seco.

Llego a San José y me empiezo a debatir conmigo mismo si subo o no al famoso cerro Chirripó. Tras horas de duda, tomo la decisión definitiva y es que NO. Llamo y cancelo los compromisos que tenía. Razones: subir era más una cabezonada que otra cosa. No me apetece subir solo en estas condiciones. Aunque los lugareños digan que es fácil, no me fío mucho de ellos teniendo en cuenta las anteriores experiencias. El tiempo sigue siendo muy inestable con continuas lluvias y tormentas. No creo que el sendero, y más en día laborable, esté muy concurrido que digamos. Son casi cuatro mil metros y eso siempre entraña un cierto riesgo, y no parece que haya guía que le apetezca demasiado. En esas condiciones, cualquier contratiempo que se produzca puede ser muy desagradable.


22 de Septiembre

Me levanto temprano como casi siempre. Voy a dedicar el día en San José a hacer gestiones y visitas varias. Empiezo cambiando dinero en una casa de cambio, que parece que roban menos que en los bancos, y después me persono en las oficinas de las Líneas Aéreas de Costa Rica a reconfirmar el vuelo de vuelta...

Entro en una buena librería del centro a husmear y ver como anda la cosa por aquí. Agrada ver que está muy bien surtida, y que no es la única ni mucho menos en la ciudad. Siempre que viajo a algún lado me gusta profundizar en la cultura de ese pueblo, ya que entiendo que viajar no es sólo ver cosas, sino sobre todo abrirse a nuevos paisajes y nueva gente, tratando de que te enriquezcan, de que amplíen tu horizonte y en definitiva, tratando de conocer más a fondo aquello que se visita. Creo que es la forma de respetarlo y quererlo más, y de que el patrimonio de los diversos pueblos pase de alguna forma a ser parte de ti. En esta misma línea visito una tienda de artesanía que recoge obras de distintos artistas de pueblos indígenas.

Tras un buen rato en esta tienda de artesanía, visita al Museo del Jade. Se trata del único museo que existe del jade precolombino americano que se trabajó desde el año 500 antes de Cristo hasta el 800 después de Cristo, y aún después de que se extinguió el jade en Costa Rica, hasta la llegada de los conquistadores españoles. Disfruto de los colgantes, las esculturas, en fin, del jade hecho belleza. Otro aliciente de este museo es que se encuentra en lo más alto de un edificio desde el que se contempla toda la ciudad de San José, extendida a los pies de las montañas. Unos pocos edificios altos, y lo demás construcciones de no más de dos o tres alturas. Una ciudad agradable.


23 de Septiembre

Viaje muy pesado de casi cinco horas al Parque Nacional Manuel Antonio. No llegué a tiempo del primer exprés y el que he tomado para continuamente.

Ya en el último tramo de este viaje, puedo hacer una constatación: este es un país que se puede recorrer perfectamente en coche alquilado, y desde luego trae mucha cuenta si se viaja en grupo. Las carreteras son buenas y llegan a casi todos los sitios de interés, están bien señalizadas, y la forma de conducir de los ticos no es exactamente europea, pero es bastante aceptable.

La primera parte del viaje a Manuel Antonio, en la costa central del Pacífico, transcurre por una muy bonita y revirada carretera montañosa, que atraviesa valles angostos, quebradas profundas y laderas empinadas, a medias repartidas entre bosque y prados donde pacen las vacas. Un poco antes de llegar al Pacífico, la carretera pasa junto al Parque Nacional Carara. Rodeado de zonas de cultivo y pastoreo, es un oasis para la fauna salvaje. Es el bosque lluvioso tropical más septentrional de la costa pacífica, en plena zona de transición a los bosques secos tropicales situados más al norte, y que no he podido ver en este viaje.

Desembocamos en la costa, en una zona verde y abrupta con pequeñas playas. Poco a poco la costa se hace más plana y aparecen grandes plantaciones de palmeras de vez en cuando. Y en seguida se ve que estamos en lugares turísticos. En este sentido, esta infraestructura está mucho más desarrollada en la costa pacífica que en la atlántica: villas, apartamentos, cabinas, hoteles, actividades lúdicas... La última población grande antes del Parque y del pueblito de Manuel Antonio es Quepos.

Llego a Manuel Antonio lloviendo a cántaros y localizo las cabinas en que me alojo. La mía tiene siete camas y, naturalmente, estoy yo solo, tanto en la cabina como en el hotel. Me siento en la galería a la que dan las habitaciones. Son las cuatro de la tarde y cae el diluvio universal sobre el jardín, muy guapo por cierto, y sobre toda la zona.

Paseo bajo la lluvia y ceno un pescado muy rico frente al mar. Afortunadamente el dueño me deja un paraguas.


24 de Septiembre

Como amanece casi despejado, desayuno temprano, hago compra en una pulpería, y me dedico a recorrer los senderos del Parque Nacional de Manuel Antonio. Es un pequeño espacio protegido con bellas playas tropicales, en una costa escarpada, y a cuyas orillas llegan los bosques. Tiene también promontorios con vistas al océano y una abundante vida salvaje. Posee además dos cosas que hacen cómoda e interesante la visita: por un lado una estupenda red de senderos, bien acondicionados y señalizados; por otra, es visitado por mucha gente, con lo que los animales están más habituados a la presencia humana y, por consiguiente, se dejan ver con más facilidad.

Hoy veo aves, monos carablanca, un lagarto muy grande y otros más pequeños de colores muy bellos, un pequeño venado llamado cabro de monje y un par de coatíes, eso creo que son. Parece ser que pasé al lado de un perezoso, pero no lo vi, lo cual tampoco es de extrañar, teniendo en cuenta mi extraordinaria agudeza visual.

Por la tarde doy una vuelta por la playa del pueblo.


25 de Septiembre

Desayuno en un sitio con una muy buena relación calidad precio. Como en toda zona turística que se precie, aquí está todo mucho mas caro que en las partes que podríamos llamar normales del país. Dentro de eso es el mejor sitio de por aquí, que, como no podía ser menos, he encontrado en el último día de mi estancia. Por la mañana voy al pueblo de Quepos, a nueve kilómetros. Nada de especial, pero aprovecho para reservar el billete de bus para mañana, ya que en este lugar puede haber problemas con las plazas.

En varios hoteles ondea la bandera arco iris, que como se sabe, significa que los clientes homosexuales son bien recibidos. Costa Rica es uno de los países que está abriendo espacios de libertad, y en que las personas homosexuales, lesbianas o bisexuales pueden vivir y expresarse sin esa asfixia.

La playa de Manuel Antonio está enmarcada por dos verdes promontorios y con cinco islotes a unos cientos de metros de la orilla. Hay que señalar que las costumbres playeras son universales, como tantas cosas: tablas de bodysurf, de surf donde hay suficientes olas... Pasa un ultraligero sobrevolando la costa. En definitiva, si andas bien de dinero, aquí tienes todas las atracciones que quieras.


26 de Septiembre

Regreso de nuevo y final a la base de operaciones en San José, a través de un paisaje moteado de cafetales. Día que dedico a las últimas gestiones y a organizar los dos próximos días antes del regreso a España.

Comida en McDonald's (con perdón). Ya en el albergue, al fin me doy gel de aloe vera en las múltiples picaduras y mordidas de bichos.


27 de Septiembre

Permaneceré en San José haciendo escapadas de un día. Hoy lo dedico a visitar el Parque Nacional del Volcán Poás, al que se puede acceder cómodamente en transporte público.

De camino al volcán, encontramos de nuevo grandes plantaciones de café, que tiñen el paisaje de ese verde brillante y muy oscuro que caracteriza a esta hermosa planta. Tras pagar la correspondiente tasa de siete dólares que está estipulada para cada día de visita en los parques nacionales, llegamos a destino. Es interesante comentar que al principio de llegar al país o al preparar el viaje, choca bastante que los precios de algunos productos o servicios de referencia están expresados en dólares: entradas a parques nacionales, alquiler de vehículos, tarifas de hoteles... Esto no quiere decir que no se pueda pagar en colones que es la moneda nacional, y de hecho, en la práctica, casi siempre los pagos son en esta moneda. Lo que se pretende al fijar los precios en dólares es conseguir una cierta estabilidad y constancia de los mismos. Debido a que el colón se deprecia casi todos los días un poco con respecto a la moneda de referencia en la zona que es el dólar, se tendrían que actualizar las tarifas cada poco tiempo para que los ingresos reales no disminuyeran. De esta manera, cada día se actualiza automáticamente el precio en colones de acuerdo a su tipo de cambio con el billete verde. Esto en Europa nos suena muy extraño, pero es muy frecuente en países con monedas y economías débiles y por consiguiente muy dependientes de las grandes potencias económicas.

En cuanto al hecho de que se cobre por disfrutar de la naturaleza, que es patrimonio de todos, creo que es muy discutible. Este fenómeno de todas maneras es mucho más común en los países en vías e desarrollo, que aprovechan la llegada de los turistas para llenar un poco sus arcas. De todas formas, los residentes pagan mucho menos: en torno a un euro y medio.

Desde luego, los amantes de la observación de los volcanes en actividad, difícilmente encontraran otro sitio en que puedan disfrutar de ellos con más facilidad y variedad. A diferencia del Volcán Arenal, que visité anteriormente, y cuya cima es la parte pequeña del cono volcánico, el Poás es un volcán activo con varias depresiones en forma de caldera en su interior. En el fondo del cráter principal se forma una laguna, rica en azufre y ácidos. Hay otro antiguo cráter sin actividad y uno más ocupado por una laguna cuyas aguas son frías y de origen pluvial. La guagua llega hasta más o menos un kilómetro de distancia del cráter. Es tiempo es lluvioso, con muchas nubes y nieblas, y siempre existe la posibilidad de no ver absolutamente nada. Hay que tener en cuenta que estamos a 2.700 metros sobre el nivel del mar.

Al llegar al mirador, justo en el borde del cráter, el espectáculo es fantástico. Es una caldera enorme, que ya sólo por su dimensión sobrecoge: 1.5 kilómetros de diámetro y 300 metros de profundidad. El bosque consigue llegar casi hasta el mismo borde de la caldera, pero a partir de ahí es el reino de lo mineral, con los colores de las calderas volcánicas activas: amarillo suave del azufre, ocre o negro de las rocas eruptivas, paisaje retorcido y dramático, fumarolas que emiten vapor de agua y gases sulfurosos. Y en el fondo una laguna burbujeante de la que sale también una gran fumarola. Se oye el ruido de ese burbujeo. El color de la laguna es de un verde azulado muy claro que marca un espléndido contraste con los tonos de alrededor. La niebla entra y sale del cráter como Pedro por su casa, haciendo que a cada minuto la obra de arte que nos regala la naturaleza sea diferente y a la vez la misma...Cambia la dirección del viento y, al empujar las fumarolas hacia donde nos encontramos, se siente el olor del azufre.

Recorro varios senderos que atraviesan el bosque circundante, el último de ellos a paso ligero ya que tengo encima la tormenta nuestra de cada día, y no me apetece mucho que me parta un rayo. De vuelta a San José en el bus (aquí todo el mundo lo llama así y no guagua) voy a cenar en un agradable paseo bajo la lluvia y bajo el paraguas, claro.


28 de Septiembre

Amanece caluroso el último día de mi estancia en Costa Rica, y hoy voy a ir de turista total. He contratado un tour para visitar la Reserva Privada del Teleférico del Bosque Lluvioso: transporte, guía, comida y transporte en el teleférico incluidos. La figura de protección que se conoce como reservas privadas responde a una iniciativa conservacionista que no es nada frecuente en el mundo o, al menos, yo no la conozco de otros lugares. Consiste en terrenos extensos de propiedad privada, y que, por medio de esa iniciativa, pretenden conservar y acercar la naturaleza a los visitantes y, en muchas ocasiones, a los investigadores. Son explotaciones y, en definitiva, negocios, pero que complementan la iniciativa pública de protección de espacios naturales. Hay un marco regulador estatal, pero es la iniciativa privada la que promueve, gestiona y financia las reservas.

Esta en concreto protege un ecosistema de bosque lluvioso, lindante con el gran Parque Nacional Braulio Carrillo. Algunos senderos y un puente colgante que se mueve más bien poco. Pero lo más novedoso e interesante es un teleférico que además ha sido instalado y funciona con el mínimo impacto medioambiental. Las cabinas son unas cestas abiertas, cubiertas con un toldillo, y que recorren silenciosamente el bosque. Unas veces van pegaditas a la tierra, y otras, aprovechando de forma ingeniosa los desniveles del terreno, a más de cuarenta metros de altura. Como los árboles mayores de este bosque miden alrededor de cincuenta metros, eso quiere decir que puedes experimentar una sensación única y fantástica, que es recorrer el dosel, la parte superior del bosque, contemplando desde arriba como se destaca la vegetación y se desarrolla la vida. Esto es imposible de apreciar lógicamente cuando caminas a ras de tierra. Las vistas son espectaculares, y aprecias detalles como la forma estrellada perfecta que, vistos desde arriba, tienen los grandes helechos. Además, los guías que te acompañan son competentes y ayudan a interpretar lo que estás viendo y recorriendo. En definitiva, un buen final para este viaje.

Además, consigo ver algunos animales con los que no había tenido el gusto de encontrarme hasta este momento: unos perezosos reposando en el tronco de un árbol, unos pequeños y preciosos tucanes, una rana verde claro, una gran araña zampándose una cigarra, y una víbora de color marrón llamada bocaracá, que en la antigua lengua aborigen de la zona significa beso de la muerte. Termino esta excursión con un atardecer con vistas de la montaña y las nubes jugando con ellas digo de verse.


29 y 30 de Septiembre

Tras cordiales despedidas del Costa Rica Backpackers, de su personal, e intercambio de direcciones de correo, parto para el aeropuerto. San José me despide con una mañana apacible y soleada. En la autopista, el correspondiente atasco de cualquier lunes a primera hora en las entradas a la gran ciudad. El aeropuerto de San José es pequeño, funcional y bien organizado. Me despido también del país desayunando su plato estrella: gallopinto con huevo, tortilla y café negro.

El trayecto de regreso es el mismo que el que me trajo aquí: San José, Caracas, Madrid, Fuerteventura.

Escribo estas últimas líneas ya en casa, bajo el sol de Fuerteventura, y contemplando mi querido valle de Pájara. Lo bueno que tiene terminar un viaje como éste es que, a partir de mañana, empezaré a soñar con la próxima aventura, mientras trato de vivir, también con ese espíritu, el día a día.

Así que, como se dice allá: pura vida.


Relat d'un viatge a Costa Rica - José Villén [2009]
Viatge solidari a Costa Rica. Pura vida!!! - Conxita Tarruell [2007]
Viatge a Costa Rica - Eduard Giménez [1999]
COSTA RICA - Guia i relat d'un viatge a Costa Rica - Yolanda & Toni (Viatgeaddictes) [1999]