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Bandera del Pakistán

PAKISTÁN

Diario de un trekking al campo base del K2

José Antonio García Moreno
Published on Travel date: 2004 | Published on 01/02/2005
Last updated: 04/2022
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Introducción

Pakistán es un país y un conglomerado de pueblos que se encuentra ciertamente en el ojo del huracán de la situación conflictiva que hoy vivimos: enfrentamiento con la India por Cachemira, vínculos religiosos y tribales con el fundamentalismo islámico que tiene gran presencia en la vecina Afganistán, en Asia Central y en el mismo Pakistán, dictadura del general Musharraf, contradicciones inmensas dentro del mismo país; por un lado, aliado de los Estados Unidos y beligerante en contra de Al Qaeda, y por otro cuna de militantes de estas organizaciones en las madrasas o escuelas coránicas que se extienden por todo el país.

La estructura tribal es en muchas ocasiones más fuerte que el Estado, y solucionar los conflictos entre los diversos grupos utilizando la violencia es moneda corriente.

El objetivo más importante de este viaje es alcanzar el campo base del K2, la segunda montaña más alta del planeta. Eso supone una caminata de 15 días, ida y vuelta, en una región muy concurrida de montañeros, pero muy remota en cuanto a opciones de servicios.

Necesariamente hay que llevar guía, cocinero, porteadores y todo el material necesario para acampar y cocinar. Y eso sólo se puede hacer contratando una agencia especializada. Puedes escoger una agencia española, que te organiza el viaje desde casa, o una local.

Nosotros hemos escogido la segunda opción por varias razones. Te sale más barato, ya que la agencia española al final lo que hace es conectar con una local, con lo que eliminas ese intermediario, te ahorras la comisión.

Además, de esta forma llevamos organizado lo más estrictamente indispensable, montándonos el resto a nuestro aire.

Por otra parte, no ha sido difícil: buscando en guías de viaje especializadas y en Internet, nos pusimos en contacto con una de ellas, con la que hemos contratado la parte de pateo de este viaje y los traslados al punto de partida y final.

Puede haber motivo de cierta desconfianza contratando a distancia, pero las fuentes de información son buenas y sólo hemos tenido que adelantar una mínima cantidad de cien dólares para la reserva de un vuelo interno y el permiso de trekking.


RUTA DE ISLAMABAD A ASKOLI (KARAKORAM)

1 y 2 de Septiembre

En torno a las nueve de la noche despega de Fuerteventura el avión que nos lleva a Londres para desde allí dar el salto a Pakistán.

Escribo estas líneas en el avión, un poco antes de aterrizar en Londres sobre la una de la madrugada. El vuelo a Islamabad no sale hasta mañana a las cinco de la tarde, por lo que nos disponemos a pasar una estupenda noche en algún rincón del aeropuerto de Gatwick. Así que, extendemos el aislante en el suelo y hasta mañana!

Al día siguiente desayunamos en un McDonald's, y a primera hora nos subimos a la guagua que nos ha de llevar desde Gatwick al aeropuerto de Heathrow al módico precio de 15 libras por persona, o sea, algo más de 20 euros.

El recorrido dura una hora, y nos permite acercarnos, siquiera fugazmente, al paisaje de Inglaterra. Hace un día apacible y soleado y desde la ventanilla nos deleitamos con la campiña: suaves colinas y terreno ondulado marcado por bosquetes entre los que destacan las tierras no arboladas: prados verdes donde pacen las vacas y parcelas ya amarillas donde están recogidas las espigas del cereal recién segado. Entre los árboles acierto a distinguir pinos silvestres, robles y algunos bosques de preciosos abedules. El cielo azul blanquecino deja pasar un sol algo melancólico, que refuerza la sensación de sosiego que este entorno transmite.

Y en seguida a hacer tiempo en el aeropuerto y a esperar a que salga nuestro vuelo. A primera hora de la tarde, mi compañero majorero Antonio y yo, nos encontramos en el aeropuerto con el viejo amigo Alfredo que viene desde Madrid. Juntos tomamos el vuelo nocturno de siete horas y media, con British Airways, a Islamabad. Mientras volamos sobre Rusia, al sur de Moscú, y más en concreto a la altura de Tula, es hora de intentar dormir un poco.

Duermo poco y siento cierta excitación: una pequeña pantalla va reflejando el recorrido que hacemos: el mar de Aral, Taskhent, Bujara, Samarkanda... Son nombres de leyenda y apetecería decirle al avión que bajara un momento y nos concediera unos días al menos en esos lugares de Asia central, llenos de historia y de evocaciones de un pasado fantástico y con un presente conflictivo y difícil: son los nuevos países desgajados de la antigua Unión Soviética.


3 de Septiembre

A las cinco y cuarto de la mañana llegamos a Islamabad. Tenemos que esperar más de una hora en el control de pasaportes, pero es normal. Recogemos las mochilas, que afortunadamente no se han perdido, y nos reciben en el aeropuerto para ir al hotel.

Nos instalamos en el hotel. Islamabad es una pequeña ciudad de menos de 400.000 habitantes, que no responde para nada a la idea preconcebida que uno puede tener de lo que se puede encontrar por estos parajes. En realidad, la capital de este país es un invento relativamente reciente, de los años sesenta, y fue diseñada expresamente para eso, en la línea de otras experiencias semejantes como Brasilia. Trazado rectilíneo, grandes manzanas o cuadras residenciales alrededor cada una de ellas de un mercado o centro comercial donde se concentran todas las tiendas, edificios de a lo sumo dos alturas, excepto en la zona reservada a los hoteles de lujo y los edificios más importantes de la Administración, como el parlamento o la residencia del Presidente, grandes avenidas y muchas zonas verdes.

Me llama especialmente la atención este último aspecto: por todas partes árboles, parques y jardines, hasta el punto de que a veces no sabes si estás en una ciudad o en el campo, porque en muchos casos, los edificios no comienzan al lado de la calle, sino bastantes metros más atrás, con lo que no los ves. Esta dispersión supone que, aunque no haya muchos habitantes, las distancias se hacen muy largas, con lo cual Islamabad no es una ciudad para callejear, sino para desplazarse en vehículo.

Una vez instalados en el hotel, por cierto bastante confortable, nos disponemos a hacer una primera gestión con el fin de inscribirnos como transeúntes en la embajada de España. No parece que vaya a haber ningún problema, pero estamos en una zona muy inestable, y caso de que hubiera algún contratiempo, siempre es bueno que tengamos esa referencia. Lo que parece una gestión sencilla, se convierte pronto en algo más complicado de lo previsto. La ciudad está totalmente tomada por las fuerzas de seguridad, hay soldados y policías por todas partes, en algunas avenidas cada cien metros, y la obsesión por la seguridad es enorme, lo cual es un claro síntoma de la mar de fondo que hay. Si entras a cualquier edificio oficial u hotel importante, el control es exhaustivo, incluyendo la revisión de los bajos del vehículo, y bloques de hormigón en la puerta para evitar los atentados con coches bomba.

Teniendo en cuenta este decorado de fondo, la embajada se encuentra en el llamado enclave diplomático, junto a la mayoría de ellas, y entrar a ese enclave es bastante complicado. No puedes ir en taxi y no hay guaguas. Es un lugar cerrado, rodeado de barreras y policías. Hay que entrar en una pequeña guagua especial, siendo antes cacheado y teniendo que dejar fuera los bolsos en una especie de consigna al efecto. Tras esto, conseguimos llegar y realizo la dichosa inscripción, no sin antes esperar un buen rato a que aparezca el funcionario de turno, que no obstante, nos trata amablemente.

Hay veces en que uno se encuentra en determinadas regiones o zonas y se siente, sobre todo si eres extranjero, en territorio comanche, con una sensación indefinible pero muy real de que hay que estar alerta. Escribo esto al quinto día de nuestra estancia y nada de esto se siente aquí. Tanto de día como de noche se puede uno encontrar tranquilo y la inmensa mayoría de los gestos y actitudes de los paquistaníes con que nos encontramos son amables y amistosos hacia nosotros.

Recuperamos nuestros trastos y cambiamos unos euros, no muchos, a rupias, que es la moneda local. El cambio es muy favorable en el sentido de que nos va a permitir que salga todo muy barato. Y después, intentamos volver a pie a nuestro hotel. Como es natural, calculamos mal la distancia, nos perdemos, y volvemos a la conocida situación de dar vueltas y más vueltas, al mediodía, bajo un sol achicharrante y empeñados en no optar por la solución más sencilla en estos casos que es coger un taxi y decirle a dónde queremos ir. Por supuesto preguntamos a los amables viandantes que nos encontramos, y éstos nos indican cómo se va a dónde han entendido que vamos, que desde luego es un sitio al que no vamos. Hay que tener en cuenta que la mayoría del personal habla urdu y que saben todavía menos inglés que nosotros.

Tras un buen rato damos con el hotel, y no satisfechos con la anterior experiencia, la volvemos a repetir a la hora de buscar un restaurante para comer que venía señalado en una de nuestras guías. Al final, tampoco comemos en el que buscamos, pero al menos es bueno y tiene aire acondicionado, lo cual es de agradecer. Durante los tres días que permanecemos en Islamabad, la meteorología ha sido similar: cielo despejado, sin viento, humedad pero no excesiva y calor, entre 23 y 36 grados.

Aprovechamos la tarde para visitar la mezquita de Shah Faisal, el edificio quizá más destacable y representativo de esta ciudad, que se encuentra en las afueras. Al fin nos decidimos por lo más sensato, que es tomar un taxi. Existe transporte urbano de guaguas y de minivan más pequeñas, pero son más complicadas de utilizar a la hora de averiguar sus recorridos y destinos.

Los taxis son casi todos pequeños Suzukis y además extremadamente baratos. Un recorrido normal sale por unos cuarenta céntimos de euro, y uno más largo en ningún caso llega al euro.

La gran mezquita es un edificio interesante, muy grande (parece que es la mayor de Asia) y algo pretenciosa. De construcción moderna con un edificio central rodeado de cuatro altos minaretes y un complejo de edificios adosado. Sobre fondo de colinas y rodeado de una gran explanada.

Primera experiencia con este pueblo muy gratificante. El templo y sus alrededores está lleno de gente y nos permiten entrar. Somos los únicos occidentales, pero nos reciben con curiosidad y cordialidad. Muchas personas nos saludan muy amablemente, otras nos desean la bienvenida a este país y otras incluso nos piden que nos hagamos juntos una foto.

Pasamos la tarde en la mezquita. Hay que tener en cuenta que, al contrario de lo que ocurre en las iglesias cristianas, muchos templos musulmanes, al igual que los hinduistas, no son sólo lugares de oración y celebración, sino sitios de encuentro, donde la gente y las familias se reúnen, se sientan al fresco y charlan de sus cosas.

Esa noche cenamos con el amigo de la agencia del pateo en un restaurante de la zona acomodada de la ciudad. Terminamos este primer día con muchas ganas de dormir, sobre todo tras dos noches (aeropuerto y vuelo) casi en blanco.


4 de Septiembre

Hoy cambiamos de decoración completamente, e iremos a visitar la vecina ciudad de Rawalpindi. Se encuentra sólo a unos quince kilómetros de Islamabad, ya en la provincia del Punjab, y es el asentamiento que ya existía antes de la construcción de la nueva capital que sustituyó a Karachi en esas funciones.

No es excesivamente grande, ya que no sobrepasa el millón de habitantes, pero responde mucho más al modelo de población de este país. Podríamos decir que, si Islamabad es la burocracia y la presencia patente del estilo de vida occidental, Rawalpindi (o Pindi para abreviar) es el bazar.

Hay industrias en los alrededores, pero Pindi vive para y por el comercio. Los jardines han desaparecido, las calles son más estrechas y abigarradas, abundan las callejuelas, las casas de no más de dos pisos muestran en general un aspecto destartalado provocado por la ausencia de mantenimiento. Muchas de esas calles son el bazar. La parte baja de las casas es el negocio abierto a la calle, uno lindando con el otro, sin espacios de fachada o portales a nuestro estilo- Normalmente el negocio es familiar y la casa en la que se sitúa es la familiar. La disposición de los puestos en estos bazares es, al igual que en los zocos, por gremios. En una calle están los zapateros, más allá los sastres, detrás los carniceros y así podemos seguir enumerando múltiples oficios que aquí todavía se desarrollan artesanalmente: joyeros, ceramistas, fruteros, trabajadores del cuero, vendedores de especias, electrodomésticos, utensilios de cocina, tapiceros, carpinteros...

En cuanto al ambiente urbano y el tráfico, son impactantes. Todo tipo de vehículos ocupan las calles: viejos turismos, taxis destartalados, camiones, guaguas, bicicletas, motocarros, rickshaws (motocarros-taxi), carros tirados por caballos, carros y carritos arrastrados por personas, motos y cualquier cosa que se pueda mover por una calle. Naturalmente, todos pretenden pasar a la vez por el mismo sitio, y los pollos que se montan, sobre todo en los cruces, son de órdago. Por supuesto, como en todas partes, hay normas no escritas que permiten que no se produzca el colapso definitivo, pero no tienen nada que ver con las nuestras. Normalmente, el primero que llega ocupa el mínimo espacio disponible y es el que avanza un poco más, y se anuncia tocando la pita continuamente y pegando un acelerón detrás de otro. Ni que decir tiene que el resultado es un estruendo continuo en la calle y una gran contaminación por humos, por los acelerones y por la vetustez de los vehículos.

Como se puede uno imaginar, cruzar la calle es una aventura que exige más atención que escalar el K2, pero con un poco de práctica, llega a resultar divertido en el caso de que llegues a contarlo. Contra lo que pudiera parecer, no se puede cruzar a toda leche para así intentar evitar que te atropellen. No eres tú el que tiene que esquivar a los artefactos que comparten la calle contigo, sino que son ellos los que lo harán tras un cálculo instantáneo que afortunadamente da resultado. Así que, receta para cruzar una calle en cualquier ciudad de esta superpoblada Asia: poner el pie en la calzada, superar la aprensión, no dudar nunca, porque podría ser fatal, y mantener constante la dirección y el paso, que ha de ser lento y cadencioso. Eso permite a los artefactos y a sus conductores hacer el cálculo a distancia y decidir por dónde te van a esquivar. Aunque parezca que no, da resultado.

Dedicamos el resto del día a la inmersión en este gran bazar, y a la caída de la tarde regresamos a nuestro provisional hogar en una tranquila zona de Islamabad. Nuestro anfitrión nos lleva de nuevo a la zona pija de la ciudad, a cenar a un restaurante afgano que por supuesto se llama Kabul y está especializado en asaderos o barbacoas.


5 de Septiembre

Hoy toca una visita a un bazar cercano. Al final del día Malik se empeña en sacarnos a cenar, esta vez sí al Marriott. Como todos los hoteles de lujo del mundo, con un toque oriental por la indumentaria del personal, parcialmente de estilo Paquistaní, la decoración y la comida. Por lo demás, elegancia, buenos modales, gestos calculados y a la vez espontáneos....

Y hablando de calle, no he dicho nada todavía del paisaje humano que en ellas se encuentra. Creo que es mejor describir el paisaje de Rawalpindi y de los otros pueblos que hemos visto, porque Islamabad es como un Pakistán aparte. Lo primero que llama la atención es que prácticamente no se ven mujeres. He visitado unos cuantos países más de confesión musulmana, pero en ninguno este fenómeno ha llegado al extremo de aquí. Las pocas mujeres que ves de vez en cuando, van vestidas siempre de largo y siempre con la cabeza cubierta. Algunas, pocas, llevan el gurka, ese traje que sólo deja una rejilla para ver. Otras, más abundantes, llevan la cara tapada, normalmente con velo y embozo negro, dejando al descubierto solamente los ojos. El resto, quizá una leve mayoría, sí lleva la cara descubierta, con trajes en general de colores oscuros y discretos. Las únicas mujeres vestidas con telas parecidas a los saris indios, con vivos colores, sin velo, y que resaltan enormemente su belleza, las he encontrado naturalmente en el Marriott, entre la clase dirigente, que siempre está más liberada de prejuicios, y que puede vivir sin ellos incluso en las sociedades más cerradas.

Lo segundo que me llama también la atención es la uniformidad en el vestido de los hombres. Muy pocos visten a la manera occidental, en su totalidad en las grandes ciudades. El traje universal es un pantalón ancho y una especie de camisa-túnica que está abierta sólo en la parte de arriba, normalmente con cuello y que llega más o menos hasta la rodilla, con dos aberturas a ambos lados que suben aproximadamente hasta la cintura. Y normalmente, sandalias de cuero. El color predominante es el blanco o el crema, aunque se ven también de otros. Por último, hay una gran variedad de tocados que me parece que tiene mucho que ver en ocasiones con el grupo étnico al que pertenecen y en otras con la edad. En cuanto al rostro, una gran mayoría llevan bigote, y muchos barba. Pelo negro, y algunos pelirrojos.


6 de Septiembre

Hoy nos ponemos en marcha por carretera, iniciando un periplo que nos llevará al comienzo de nuestra caminata hasta el campo base del K2. Ya estamos pues en manos de la agencia que contratamos para estos servicios y que incluye todo lo necesario para llevar a buen fin esa empresa: transporte, alojamiento, guía, cocineros y porteadores. Si no es con esa infraestructura sería imposible llevarla a cabo. Hay que tener en cuenta que son doce días de caminata, 144 kilómetros de recorrido, y 2.300 metros de desnivel desde el punto más bajo al más alto. Dificultad añadida es que todo el pateo se desarrolla en altura y en alta montaña, con los problemas de aclimatación y salud que eso puede levar. El punto de partida está situado a 3.000 metros sobre el nivel del mar y el más alto del recorrido a 5.135 metros.

Salimos de Islamabad, y poco a poco nos vamos introduciendo en un mundo de montaña que no nos va a abandonar en muchos días. En total somos un grupo de diez clientes: tres españoles, tres británicos, dos alemanes, un eslovaco y un ruso. Todos ellos viajan solos de forma independiente, y sus edades son de lo más variopinto, desde poco más de veinte años hasta algo más de sesenta. Curiosamente, tampoco ninguna mujer ha contratado esta caminata en nuestra salida. Supongo que lo que hemos comentado antes influye en esta circunstancia.

La primera parte del viaje, hacia el norte siempre, discurre por zonas de montañas no muy elevadas, con el verde como color preponderante. Se alternan zonas de bosque con otras de prados dedicados al ganado, sobre todo vacuno, o campos de cultivo, en los que abunda el millo y algún cereal, preferentemente trigo.

Al principio el tráfico es intenso y abundan las poblaciones. Pero a medida que vamos subiendo, las montañas se van empinando, y el paisaje se vuelve más agreste. Desde poco después de salir, estamos circulando por una carretera mítica: es la Karakoram Highway (KKH) que atraviesa el final de la cordillera del Himalaya y la del Karakoram hasta llegar a la ciudad de Kashgar en la provincia china de Xingiang, a través del Kunjerab Pass, un collado situado a 4.730 metros de altitud, y que se encuentra en la frontera chino pakistaní. En territorio de Pakistán son ochocientos kilómetros, más sencillos al principio y que siguen después los cursos de los ríos Indo primero y Hunza después.

Recorrido tranquilo y, a mitad del viaje, nos encontramos de pronto con el río Indo. Accedemos a él desde la parte alta del monte, teniendo una visión fantástica del mismo. Discurre encajonado entre montañas que aquí ya se mueven entre los tres y cuatro mil metros y que caen impresionantes y verticales sobre el pequeño valle del río, que discurre majestuoso por el fondo. Su color, como casi todos los de esta tierra, es difícil de definir. Es una mezcla entre verde muy tenue y gris ceniza. En este momento estamos al final del verano y por tanto fluye con un caudal más bajo, dejando ver en sus riberas multitud de playas de tierra muy fina y color ceniza claro.

Todas estas aguas bajan turbias, turbulentas, arrastrando sedimentos y piedras en su recorrido. La verdad es que el Indo fascina, pero al mismo tiempo impone, impresiona, y al menos a mí me produce una sensación de miedo, de naturaleza salvaje que no va siendo fácil encontrar en nuestro mundo desarrollado y transformado. El río transcurre a nuestro lado, a veces manso, en amplias ensenadas, a veces, cuando las montañas se aprietan, ruge furioso formando rápidos, remolinos y con un sonido que se sobrepone al del motor del coche y sobrecoge.

Digo que transcurre a nuestro lado, pero no siempre. La carretera, de pronto, se empina buscando como hacer un hueco en la montaña que cae a plomo sobre el río. Lo encuentra discurriendo a veces en la pura roca, estrecha, sin barreras ni quitamiedos, con el río varios cientos de metros más abajo, al que a veces es preferible no mirar para que no se te pongan los pelos como escarpias.

La KKH es una carretera desde luego no apta para miedosos. No siempre caben dos vehículos, sobre todo teniendo en cuenta que circulan muchos camiones, y al cruzarse, el que va por el lado del abismo se acerca a unos pocos centímetros del fin y hace que uno ruegue porque no ceda. En teoría, la KKH está asfaltada, pero los numerosos desprendimientos y corrimientos de tierra hacen que a veces esté muy deteriorada, lo que la hace todavía más peligrosa. Y hay que tener en cuenta que estamos en época seca. No quiero ni pensar lo que debe de ser circular por estas carreteras en tiempo de lluvia o de nieve.

Antes de acabar la jornada se hace de noche, y ya entrada la misma llegamos a Chilas, una ciudad con un buen hotel y magníficas vistas al río, donde hacemos noche antes de continuar nuestro camino.


7 de Septiembre

Nos despertamos tempranito y nos apostamos a continuar nuestro camino hasta Skardú. Otro día completo de carretera por paisaje encajonado entre montañas y cada vez más majestuoso y espectacular. Atrás hemos dejado la provincia de Punjab, y hemos atravesado parte de la provincia Fronteriza del Noroeste. Nos encontramos ya en el territorio denominado Áreas del Norte, que junto con el de Azad Jammu y Cachemira no son provincias, son territorios con menor autonomía y con gran control del gobierno central. Estamos en Cachemira, la región disputada con la India, con una superficie aproximada de 83.000 km2.

Nada más salir de Chilas, hacemos una muy breve parada junto a la carretera para contemplar unas antiguas pinturas y grabados en la roca: estupas, budas y otros tipos de simbología, nos recuerdan pasados tiempos de presencia del budismo.

La carretera continúa ahora hacia el este, siguiendo el curso del Indo, que ya aquí se convierte en la frontera entre las dos grandes cordilleras que determinan la orografía de la parte oriental de estas Áreas del Norte: hacia el este, a nuestra derecha, surgen las últimas y fastuosas estribaciones del Himalaya y a nuestra izquierda, es decir, hacia el norte y el oeste, el Karakoram. El tiempo sigue espléndido, y nos va a permitir disfrutar de la visión de dos platos fuertes en el día de hoy; de dos montañas que son un mito entre escaladores y amantes de la naturaleza sin más: el Rakaposhi (7.788m) y el Nanga Parbat (8.125m). En seguida, un encuentro majestuoso: el Indo vuelve a girar hacia el este, para buscar el nacimiento en el Tibet, más allá de las dos grandes cordilleras que atraviesa. Por el norte se le une el río Hunza, que da nombre a su valle, quizá y por las referencias que tengo, uno de los más bellos del mundo y un oasis de fertilidad en medio de estos gigantes de piedra. Por ahí sigue la KKH camino de China y que en esta ocasión abandonaremos para seguir acompañando al Indo.

El monte Rakaposhi se yergue hacia el norte, sobre el valle del Hunza. El Nanga Parbat es la punta de lanza del Himalaya, que no puede terminar con mayor esplendor. Casi lo podemos tocar junto a la carretera. En una zona en que el Indo se ensancha y se abre a un pequeño valle en que la luminosidad se hace más intensa y los colores naturales se acentúan: el gris del río, el azul del cielo, el oscuro de los montes, al fondo se nos muestra la cordillera del Rakaposhi y la montaña que le da nombre. Singularidad de esta montaña: tiene la mayor caída o desnivel continuo del planeta, desde lo alto hasta el valle de Hunza: más de seis mil metros. En seguida nos despedimos de ese valle y esa montaña.

Por su parte, el Nanga Parbat es muy distinto. Se nos ha asomado un poquito de vez en cuando. Pero nada más abandonar la carretera KKH, tenemos un panorama perfecto: es una gran montaña de la que destacan como dos grandes cimas amesetadas, una de las cuales es la principal, separadas por un collado no muy pronunciado visto desde aquí. Emociona un poco ver tan de cerca y tan bello este monte.

La carretera sigue encajonada en un cañón sin fin cruzando de vez en cuando de un lado a otro del río. Las montañas van tomando un color más oscuro. Karakoram, en turco, significa piedra negra. En esta zona, la mayoría de los puentes son colgantes. Es decir, una serie de cables de acero, que se agarran a estructuras de hormigón situadas en las orillas que sujetan el piso formado por tablas de madera de aspecto bastante frágil, y que se balancea cuando pasas con el vehículo. Solamente puede circular uno por el puente, de manera que cada coche, camión o guagua debe de esperar a que termine de cruzar el que le precede. Es curioso y bastante impresionante atravesar estos livianos puentes con el río normalmente rugiendo entre remolinos a nuestros pies, mejor dicho, a nuestras ruedas.

El tráfico de todas maneras no es muy intenso. Cuando paramos a comer, tenemos oportunidad de ver de cerca y de introducirnos en la cabina de uno de los múltiples camiones que circulan por las carreteras de este país. No suelen llevar remolque, ya que con él no podrían circular por estos caminos estrechos y sinuosos. Pero los camiones en Pakistán no son como en todas partes: por el contrario, ponen una nota de color y de creatividad, absolutamente kistch por otra parte. En origen el camión es normal, pero su propietario precede a vestirlo. Primero envuelve la cabina en otra cabina superpuesta de madera, pintada y decorada con múltiples motivos, normalmente florales y geométricos, abriéndose esta sobrecabina hacia delante, por encima de los cristales como si fuera una inmensa visera. Lo mismo hacen con la parte delantera de la cabina en la zona del radiador. Por todas partes cuelgan cadenitas, campanillas, flores de plástico. Y dentro de la cabina es lo mismo: tienen un ambiente irreal. Forrada de tela como de terciopelo, con corazones, fotos de artistas, flores, creando un recinto extraño al tiempo que acogedor. Algunas guaguas van decoradas de la misma manera.

A primera hora de la tarde llegamos a los alrededores de Sakardú, la capital de Área del Norte y de la región de Baltistan en que nos vamos a mover a partir de ahora. Tras horas de desfiladeros y valles angostos, de súbito las montañas parecen apartarse a ambos lados para dar paso a un valle amplio que tiene casi cuarenta kilómetros de largo y diez de ancho, y un aspecto algo irreal, alfombrado por dunas de arena grisácea. Estamos a 2.290 metros sobre el nivel del mar, y sin embargo el aspecto del valle, de su centro, es desértico. Es verdad que en los márgenes y laderas hay vegetación y algunos bosques, pero no llueve mucho ni en éste ni en otros valles de la zona. Tenemos al sur el Himalaya y al norte el Karakoram. Las lluvias en esta zona se producen fundamentalmente por los monzones que entran en la península indostánica desde el sur. Antes de llegar aquí se encuentran con la formidable barrera del Himalaya que las corta el paso. En lo alto de las montañas se agarran las nubes y llueve y nieva, pero llegan con mucha dificultad al fondo de los valles.

En seguida nos desviamos algunos kilómetros para llegar a Kachura, entre bosques y algún lago, donde pasaremos dos noches en el camping que aquí tiene situado, con buenas instalaciones, la agencia con la que hemos contratado. Vistas sobre el valle y las montañas que se cierran verticales e imponentes ya cerca de nosotros, y vistas sobre un lago rodeado de casas de aspecto chino que son un hotel. Bueno, un horror y horterada de hotel.

Arreglamos antes de dormir los últimos asuntos que quedan pendientes con Malik, como completar el equipo de alta montaña que llevamos alguno de nosotros y que no pasa el examen al que es sometido. Aquí no es barato alquilar equipo de montaña. De todas maneras es una tranquilidad e incluso puede ser una buena alternativa si uno no quiere hacer una gran inversión en ropa en el caso de que no frecuente habitualmente sitios de mucho frío. Nuestra primera idea es que Malik nos está asustando un poco con el frío, para hacer negocio, pero más adelante comprobaremos que, sobre todo cuando estábamos en lo más alto, le dimos buen uso al material.

Nos disponemos al final a pasar la noche en la caseta que será nuestra casa en los próximos días. Es alta, amplia y cómoda, ya que entre la tienda de campaña y los avances cabemos muy bien nosotros y nuestros equipajes. Mañana nos quedaremos aquí, para las últimas compras e ir acostumbrándonos a la altura.


8 de Septiembre

Este día lo dedicamos a dar una vuelta en Skardú. Es la capital del Baltistan, zona conocida como Pequeño Tibet, donde en algunos lugares todavía se habla el tibetano clásico, y que permaneció budista hasta el año 1500. Esta región no termina aquí, y los baltís también viven en la Cachemira india, al otro lado de la línea de control, en la actual región de Ladakh. Los baltís, pequeños de estatura, son una mezcla entre tibetanos y mongoles, y habitan sobre todo en las zonas rurales de la región.

Skardú es también el punto de partida de todas las expediciones de escalada y trekking que se desarrollan en este extremo nororiental del país. Dispone de todos los servicios y del único aeropuerto de la zona.

Así pues, estamos en el corazón del Karakoram. A título de ejemplo, aquí encontramos más de 160 cimas que superan los siete mil metros de altura, cinco de las cuales superan los ocho mil metros, y por los valles, en las profundidades de las cordilleras, discurre asimismo una importante red fluvial, como el Chitral, el Hunza o el Shiok, confluyendo todos en el río Indo.

En este escenario se va a desarrollar nuestra caminata, en su mayor parte en terreno protegido comprendido en el Parque Nacional del Karakoram Central, que comprende los glaciares Baltoro, Biafo, Hispar y sus tributarios, y la joya de la corona, el K2.

Skardú es un pueblo junto al Indo, pero no en sus orillas, ya que se distribuye a ambos lados de una avenida principal que lo recorre en toda su longitud y en la que se encuentran los bazares y servicios necesarios, excepto por cierto el acceso a Internet. Es posible conectarse en las ciudades de cierta importancia sin mayores problemas y a precio muy asequible, unos 20 céntimos de euro la hora, pero aquí todavía no ha llegado el invento. En este pueblo se puede encontrar todo tipo de material de montaña, normalmente de segunda mano.

Como nuestros móviles no tienen cobertura en esta ciudad, aprovechamos para hacer alguna llamada a casa desde un locutorio. Por todas partes los hay, y las llamadas internacionales resultan también muy baratas.

Después de comer damos una vuelta más por el pueblo, en el que destacamos un amplio campo para jugar al polo, parte de la herencia británica en este país junto con el críquet, un pequeño fuerte en la roca, del siglo XVII y una pequeña mezquita con cúpula y minaretes de colores. A media tarde regresamos al camping, ya con ganas de iniciar la aventura.


9 de Septiembre

Muy tempranito nos levantamos y nos dirigimos al motel K2. Allí nos despedimos del jefe de la agencia, Malik, y nos encontramos con las personas que van a hacer posible el recorrido. El guía Musa, al que ya conocimos en Islamabad, es a partir de ahora el responsable de la expedición y la persona que tiene la capacidad de decisión, tanto sobre los viajeros como sobre los trabajadores. Como todos los que ejercen este oficio está acreditado como guía oficial por el gobierno de Pakistán, lo cual garantiza la preparación suficiente para llevar a buen puerto la tarea. Saludamos a los cocineros, que son tres. El principal, que a su vez es el segundo de a abordo, y otros dos ayudantes. Después saludamos y nos encontramos también con los 26 porteadores. Tono amable y cordial.

En seguida nos distribuimos en los Toyotas. Los diez extranjeros, nos acoplamos mal que bien, más mal que bien, en los dos primeros. Otros dos llevarán respectivamente el equipaje y a todo el personal, que cabe en un solo Toyota gracias a que, en vez de ir sentados como nosotros, van todos de pie en la caja de la camioneta. Muchos de los porteadores nos acompañarán hasta el final, pero algunos de ellos regresarán escalonadamente a medida que se vayan consumiendo las provisiones.

Nos ponemos en marcha, ya que nos esperan 100 km hasta el comienzo del trekking en el pueblo de Askoli, los primeros veinte más o menos todavía asfaltados, y el resto por pista de tierra. Unas cinco o seis horas de traqueteo.

Al salir de Skardú, abandonamos a nuestro ya viejo compañero, el Indo, lo cruzamos por uno de los puentes más largos que nos encontraremos, y giramos hacia el norte, buscando el cauce del río Shigar, que seguiremos. Antes de encontrarlo, atravesamos una amplia y reseca meseta, con aspecto desolado y deshabitado. La primera parte del valle del río Shigar, está formada también por una amplia meseta, de unos cuatro o cinco kilómetros de ancho. El río discurre a nuestra izquierda, pero no lo vemos porque la meseta está más alta. Cada pocos kilómetros pasamos por poblados con modestas casas de adobe, entre las que, de vez en cuando, llama la atención la presencia de chalés que podríamos decir, para entendernos, que son como los nuestros, supongo que de la gente importante de la zona, que en todas partes existe.

Con mucha frecuencia nos cruzamos en la pista con niños de todas las edades que van y vienen de las escuelas, que abundan a lo largo de la carretera. En zonas remotas y pobres como ésta siempre es estimulante y esperanzador ver como los niños, además de otros quehaceres como cuidar el ganado, acuden a esos motores del desarrollo y de la cultura que son las escuelas. Los chicos llevan un uniforme sencillo de camisa azul y pantalón oscuro. El de las niñas me llama la atención. Todas, hasta las más pequeñas, van vestidas con una túnica azul celeste y un velo blanco que les cubre la cabeza, y cae por los hombros y la espalda..

La imagen es bastante bucólica, pero por primera vez desde que estamos aquí veo en este recorrido algo que es muy frecuente en muchos países en vías de desarrollo y que me produce malestar y disgusto. Por esta pista pasan bastantes extranjeros, todos los montañeros que se dirigen al corazón del Karakoram. Los críos lo saben, y a nuestro paso nos saludan practicando, sin saberlo siquiera, algo tan penoso como la mendicidad. Esto quiere decir que algunos idiotas que viajan se quedan tan contentos dándoles chucherías y algunas monedas a los chavales, pensando seguramente en lo buenos que son y en como ayudan a estos pobres niñitos. Con estas actitudes se falsea la posible relación más enriquecedora que puede darse en los viajes entre personas diferentes, y se favorece que nos vean a los viajeros como una especie de cajeros automáticos ambulantes que hay que exprimir todo lo posible. Si uno quiere echar una mano a gente que vive en peores condiciones que nosotros, siempre se puede colaborar con organizaciones, escuelas o entidades que trabajan por el desarrollo de estos pueblos, pero no socavando la dignidad de los mismos y convirtiendo a sus hijos en pequeños mendigos.

Más o menos a mitad de camino, el panorama vuelve a cambiar ya definitivamente. El valle se estrecha y encajona, y volvemos a circular pegados a otro río turbulento, el mencionado Shigar y el Braldo cuya ribera tomamos cuando dejamos de caminar hacia el norte y nos dirigimos hacia el este.

Todavía encontramos algunos pueblos a ambos lados del río. Cada vez menos y cada vez más pequeños. Son como pequeños oasis verdes, a veces con cultivos en terrazas que trepan hasta alturas inverosímiles, y en los que abundan el millo y el trigo, abonados con estiércol de animales y personas. Poco arbolado. Estamos rondando los tres mil metros de altitud y sólo se distinguen pequeñas masas boscosas muy de vez en cuando y aprovechando grietas en las laderas, abrigadas y húmedas. En esta zona, el límite de los árboles está a unos 3.300 metros de altitud.

A primera hora de la tarde, llegamos a Askoli. Desde aquí ya no hay pistas ni pueden continuar los vehículos río arriba. Es el final de los motores y el comienzo de la caminata. Este pueblo está situado en una zona un poco más amplia del valle del Braldo. Se encuentra a unos treinta minutos andando, ya que no acampamos en él aunque disponga de zona de acampada, sino en la parte baja, muy cerca del río, en una pequeña explanada.

Instalamos las tiendas de campaña y dedicamos el resto de la tarde a dar una vuelta por los alrededores. Cruzamos el río para echar un vistazo a un pequeño pueblo que está en lo alto, que se llama Kurpe, para de paso calentar y estirar las piernas. Como de costumbre, hay que cruzar por un puente colgante, pero a éste le faltan bastantes traviesas, sobre todo en los extremos, y donde faltan no te puedes agarrar al cable porque todavía está muy alto para que lleguen las manos. Naturalmente se mueve como un demonio.

Unos 150 metros ladera arriba está el pueblo. Parece que no hay nadie, pero en seguida se nos acercan varias personas que nos saludan cordialmente y aprovechan para hacernos la radiografía de rigor. Esta es otra de las características que nos une a todos los humanos, sin distinción de razas, culturas ni religiones: en todos los pueblos pequeños se practica ese deporte que se llama cotilleo.

Termino la jornada visitando el pueblo de Askoli, que me recuerda un poco a los asturianos. Casas, aquí muchas de piedra, con estancias para las personas y graneros. Huyo precipitadamente del lugar ante la avalancha de niños pidiendo rupias y en el camino me invitan a comer unos guisantes directamente desde la mata en el campo en que están cultivados. Accedo con gusto y regreso al campamento.

Por cierto, algunas mujeres en los campos que rodean el pueblo. Cara descubierta y trajes de colores vivos, azul y rojo, y cabeza cubierta pero levemente.


TREKKING AL CAMPO BASE DEL K2 (I): RUTA DE ASKOLI A CONCORDIA

10 de Septiembre

Iniciamos el trekking. Normalmente, salvo la última etapa al campo base del K2, seguimos una rutina similar. Nos levantamos temprano, como a las seis o seis y media de la mañana, desayunamos, y en torno a las siete y media empezamos la caminata. El sendero a seguir está normalmente bastante bien marcado. Únicamente en los tramos que realizaremos sobre el glaciar es fácil despistarse en algunas ocasiones por lo complicado y pedregoso del terreno. Pero no hay problema, ya que, aunque cada uno suele ir caminando a su aire, como en el grupo somos muchos, siempre hay algún compañero o porteador a la vista que te devuelve al buen camino si hace falta.

El recorrido sigue en una primera parte, antes del glaciar, las orillas del río Braldo, que resulta de la unión, un poco más arriba, de los ríos Dumordo y Biaho. Este último es el que seguiremos, siempre hacia el este, hasta encontrarnos con la morrena del glaciar Baltoro, de donde nace. En la primera parte, seguimos siempre la margen derecha del río por sendero bien pisado y marcado. A veces nos encontramos algún espolón rocoso o promontorio, a los que se agarra el camino en subidas y bajadas que pondrán a prueba la fortaleza de nuestras piernas. Otras veces caminamos por el mismo lecho del río, que en esta zona es relativamente ancho. Podemos hacerlo porque estamos al final del verano y la corriente está en su momento más bajo. Para época de deshielo, siempre hay alternativa sin bajar hasta el río. Estos tramos son bastante fáciles pero incómodos, ya que hay que caminar sobre la arena gris que ya hemos descrito y los pedruscos que forman el fondo del cauce.

Y a ambos lados, una sucesión de cadenas montañosas de más de seis mil metros de altura. Son montañas jóvenes, todavía en formación, y por tanto escarpadas y con formas bellísimas. Picos suspendidos en el vacío, aristas como sierras de cuchillo con el abismo a ambos lados, glaciares de todos los tamaños que caen por las laderas cuya verticalidad se lo permite, nieve y hielo perpetuos en las cumbres. Paredes de roca desnuda en las que ni siquiera puede agarrar el hielo por su enorme desnivel.

Durante todo el camino, nos acompañará un cable telefónico que seguirá más arriba que nosotros, hasta la última base permanente del ejército de Pakistán, situada en un collado fronterizo con la India, que se encuentra nada menos que a seis mil metros de altitud.

A lo largo de nuestra caminata, vamos a encontrar cuatro o cinco puestos militares, discretamente situados. Tiendas de campaña, alguna pequeña construcción de piedra, y, más arriba, una especie de iglús metálicos. Casi siempre, a un lado, hay una pequeña explanación del terreno que funciona como helipuerto. De hecho, casi todos los días del pateo, tendremos oportunidad de ver algún helicóptero militar sobrevolando el valle.

Retomando lo que decía al principio de la rutina diaria, salimos temprano y caminamos entre cinco y ocho horas diarias, dependiendo de la etapa a recorrer. A eso hay que sumarle las pequeñas paradas intermedias y, a eso del mediodía, una parada más larga para comer. A este efecto, nos reagrupamos todos en alguna zona de acampada intermedia o simplemente en algún lugar en que podamos coger agua. La comida suele consistir en sopa caliente, algo de queso, una especie de frutos secos, galletas y té. Da energía para seguir, pero tiene el inconveniente de que, entre que nos agrupamos, montan las pequeñas cocinas y preparan la comida, a veces pasan dos horas, con lo cual te enfrías y luego te cuesta más seguir.

Tres cosas, además de lo que acabo de decir, destaco de la caminata de hoy. En primer lugar un precioso paso por un espolón de roca negra que se sumerge en el río e impide el normal discurrir del sendero. Éste pues continúa literalmente tallado en la roca. Subida de más de cien metros, fastuosa vista desde arriba y de nuevo empinada bajada. Sobre todo las subidas, mejor hacerlas al golpito, o culé culé como dicen por aquí, ya que la altura se empieza a notar.

Segunda cosa. Al poco de salir se incorpora por nuestra izquierda a nuestro valle el glaciar Biafo, cuya morrena tenemos que atravesar. No es tan duro como lo será el Baltoro, pero se hace muy incómodo, ya que hay que atravesar el caos de piedras de todos los tamaños y sedimentos que forman la morrena. Si giráramos a la izquierda, siguiendo este glaciar, estaríamos haciendo otro de los grandes trekkings de esta zona, el que atraviesa en doce días de caminata los glaciares Biafo e Hispar, a través del collado de Hispar La, que separa a ambos. Nosotros seguimos el nuestro, y paramos a comer nada más atravesar la morrena, en la zona de acampada de Korophon. Un bosquete muy agradable de árboles pinchudos, que son como las acacias africanas, y unos arbustos cuyo nombre desconozco, y que tienen unos pequeños frutos redondos de color naranja que son comestibles. Tienen un sabor suave y a la vez algo ácido.

Y tercera cosa a destacar. El final de la etapa lo paso bastante mal y llego muy cansado a la zona de acampada de Jula. Además de las dificultades del terreno que he señalado, acuso el calor que ha hecho, sobre todo al final de la etapa, a primera hora de la tarde. El tiempo sigue espléndido para la contemplación, pero excesivamente cálido para los que somos más bien amantes del frío.

Tenemos al final que remontar el río Rumordo como un par de kilómetros en busca del puente que lo cruza. Hasta hace poco se atravesaba con un cable a guisa de tirolina que te llevaba de una a otra ribera, sistema éste que se usa cada vez menos al ir proliferando los puentes.

Tras cruzarlo, llegamos al campamento. Paso el resto de la tarde contemplando el paisaje de ensueño que se nos ofrece, culminado al fondo por una torre rocosa puntiaguda, el Bakhor Das o Velo de la Novia, que hace referencia al manto blanco que la cubre, que se yergue magnífica sobre el río y que nos contempla, amable e inmaculada, desde sus todavía no conquistados 5.810 metros.


11 y 12 de Septiembre

El día siguiente transcurre apaciblemente entre la zona de acampada de Jula y la de Paiju, distantes unos 16 km. El camino discurre de forma similar al día anterior pero, allá en lo alto, al fondo del valle, empezamos a vislumbrar uno de los gigantes que nos acompañará cuando lleguemos a Concordia: el Gasherbrum IV, de 7.860 metros. Y también, un poco más adelante, a nuestra derecha, aparece la cordillera de los Masherbrum, que discurre bella y con un asombroso número de cumbres en la misma dirección oeste este en que vamos nosotros, y acariciando el valle por el que discurrimos con una sucesión continua de ramificaciones, que van dejando sus glaciares junto a nuestro río, alimentando su caudal y su juvenil e impetuoso discurrir entre estas obras de arte de piedra y hielo.

A la caída de la tarde, me alejo un poco del campamento para disfrutar una vez más de la sinfonía de nuevos colores y contrastes que nos ofrecen los últimos rayos del sol. La piedra, que normalmente es más bien oscura, refleja estos rayos y adquiere un tono dorado y a la vez tenue, en contraste con el blanco del hielo que deja de brillar como cuando el sol está en lo alto pero que se muestra más puro y más presente en un cielo que empieza a oscurecer su azul. Y todo esto, en el marco del valle que desaparece ante la noche que se anuncia, hace que pueda sentir algo de la grandeza y de la paz que esta tierra transmite cuando muestra, como hoy, su cara amable y apacible.

Estamos en Paiju, a 3.450 metros, que es el último campamento antes de penetrar en el glaciar Baltoro, y por lo que se ve y lo que ha oído, el más concurrido de todo el recorrido. Aquí para prácticamente todo el mundo, los que bajan y los que subimos, que permaneceremos aquí un día completo, además del de la llegada, para aclimatarnos mejor a la altura y prepararnos para la parte más exigente que nos queda. Hay otros grupos de montañeros, y, en los campamentos que hemos ido dejando atrás, o en el mismo camino, hemos encontrado a más gente. Pero de todas formas, no demasiada.

Todavía tienes la sensación de que estás recorriendo un territorio prácticamente virgen. El norte de Pakistán aún no es víctima del turismo masivo, y sigue siendo una joya a descubrir. Además, estamos al final de la temporada de trekking en estas latitudes, que va de principios de junio a finales de septiembre, y la de escalada ya terminó.

El área de acampada se encuentra en una especie de brecha en la ladera, y abrigada por un singular bosque de árboles como las acacias, alguno de ellos centenario, y que no deja de ser una rareza en estas alturas.

Los campamentos están situados en lugares en los que hay pequeñas mesetas o altozanos, normalmente a varios niveles, ya que la verticalidad está presente en todo el recorrido. De todas formas hay que distinguir los campamentos que están en las laderas de los que se sitúan directamente sobre el glaciar. En los primeros, la única construcción que suele haber es una pequeña casa de piedra, donde viven las pocas personas que guardan la instalación. El agua no es problema, ya que baja por todas partes, así que la canalizan y dirigen a pequeños depósitos, desde donde se conduce a tomas de agua que están en la zona de servicios. Los servicios consisten en unas cabinas que a decir verdad no pegan mucho con el paisaje, pero que se agradecen. En unas está la taza del inodoro, que cae a un pozo negro, En las otras no hay nada, porque son las que se usan como ducha. Y en ambas, un gran balde que llenas previamente en la toma de agua y uno pequeño, con el que te lavas o haces lo ya sabido.

Aprovechamos para estas duchas el momento de la llegada, que es cuando más calentitos estamos, porque es fácil suponer que estamos en el paraíso de los amantes de los baños helados. Hay también lavabos al aire libre, que sirven además para lavar la ropa. La verdad es que es muy chulo lavarte los dientes en un lavabo con vistas estereofónicas. Hay también en torno a diez tiendas de campaña, con capacidad para dos o tres personas, permanentemente montadas, que se alquilan a montañeros que nos las lleven, o que tengan que separarse del grupo por algún problema. Y en algunos campamentos hay también dos o tres casetas grandes que pueden servir como cocinas o comedores. Y esto es todo. No parece mucho, pero cuando llegas cansado cada día, te encuentras realmente a gusto y seguro, en definitiva, encuentras un pequeño hogar antes de seguir adelante.

Los que se encuentran sobre el glaciar directamente, no tienen ningún tipo de servicio. Son unas zonas acondicionadas para colocar las casetas. En algunas existen las permanentes, en otras, nada. El agua no es problema, aunque normalmente la hervimos o la potabilizamos con pastillas.

Todos estos lugares rivalizan en cuanto a la belleza del entorno, pero si algún lector se anima a hacer este recorrido, trate de pasar una noche en el campamento de Urdukas, a 4.050 metros, ya en la zona del Baltoro pero fuera de él. Algunas partes del camino he intentado mostrarlas, o al menos sugerirlas en parte. Esta no. Si pueden, vengan y vean por qué valen la pena determinados esfuerzos. Hay cosas, momentos, encuentros, paisajes que no se pueden contar. Pues bueno, Urdukas es uno de ellos.

Quiero destacar que, en todo nuestro recorrido, no hemos visto demasiados animales. Las condiciones ambientales extremas de este territorio no hacen la vida especialmente fácil, aunque también es verdad que la fauna nos suele ver antes a nosotros, y el grupo es grande. Lo que sí abunda es el cuervo.

Sorprendentemente, incluso en la zona más alta en que hemos estado, abundan los gorriones. De los demás habitantes de esta tierra, sólo menciono un solitario mamífero que recorre sus valles y que, cómo no, está en peligro de extinción; el leopardo de las nieves. No lo vi, pero emociona saber que todavía quedan supervivientes y que quizá los que recorremos su hábitat tratando de ser respetuosos con él, y de paso dejamos unos cuantos euros, estemos contribuyendo a que no desaparezca.

Dedicamos el día de aclimatación a descansar y a hacer algún recorrido tranquilo por la zona, Nos acercamos, yendo por el lecho del río y regresando por la ribera, al encuentro de la avanzadilla frontal del Baltoro. En busca del nacimiento del Biaho, trepamos por el muro de rocas de la morrena hasta ver cómo mana de las entrañas del glaciar surgiendo de una pequeña cueva. La morrena está formada por piedras de todos los tamaños, entre las que abundan los grandes bloques, que se mantienen en un equilibrio muy inestable.

Al caer la noche, somos testigos mudos de un ritual que los porteadores realizan siempre en este campamento, que es de alguna forma el último lugar antes de introducirse en una naturaleza salvaje e imprevisible: tienden una lona en el suelo, y se colocan todos juntos sentados sobre ella. Son por lo menos treinta o cuarenta porteadores. Allí permanecen más de una hora. A veces en silencio, A veces cantando uno de ellos, otras cantando todos y dando palmas. El tono es sobrio y solemne, y creo que realmente se trata de un ritual.

Se preparan para entrar en el glaciar, donde en cualquier momento se pueden torcer las cosas, y la reunión sirve para retomar energía e invocar a los espíritus y las fuerzas de la naturaleza, con el fin de que nos sean propicias y nos permitan volver sanos y salvos a nuestros hogares.

En ese canto, en medio de la oscuridad y de la noche, resuenan las creencias y sentimientos ancestrales de este pueblo, de amor y a la vez respeto por ese mundo natural con el que viven fundidos, y que no es sólo un reto deportivo o un bello espacio natural, sino un espacio animado, misterioso y a la vez cercano.

Y tras la solemnidad, la juerga. En un extremo del campamento siguen cantando y bailando ritmos populares hasta bien entrada la noche. Es una música repetitiva, que va creciendo en intensidad con el ritmo marcado por instrumentos de percusión, que en este caso no son otra cosa que los barreños o baldes que se encuentran más a mano.


13 de Septiembre

Hoy vamos a introducirnos en el valle ocupado por el glaciar Baltoro y que nos va a conducir a nuestro destino final, en el lugar llamado Concordia, uno de los parajes más fascinantes del planeta: allá el Baltoro confluye con otros tres: el Godwin-Austen, que viene del K2, el Upper Baltoro y el Vigne. Con 62 km de largo nuestro Baltoro es el tercer glaciar más largo de todo el Karakoram.

Salimos del campamento que se encuentra como a una hora de camino. Lo que vemos es la morrena del glaciar que ocupa la totalidad del valle. De uno de sus costados, de una especie de cueva, nace ya bramando el río que sigue el valle, con caudal y fuerza suficientes como para que sea imposible cruzarlo a pie.

La morrena del glaciar es un amasijo de piedras, tierra y todo tipo de materiales que va arrancando del lecho de valle en su avance, Nos introducimos en él, y el camino sube y serpentea entre este laberinto de roca. Pronto estamos sobre el mismo glaciar, que por cierto no se parece nada en su aspecto al de los otros más pequeños glaciares que bajan por los valles circundantes con su típico color blanco azulado. Esto es así porque bajan en valles muy estrechos y empinados. El Baltoro sin embargo es un viejo coloso que discurre por un valle ancho y por tanto casi no te das cuenta de que estás sobre él. A lo largo de los siglos ha acumulado en su superficie toneladas de piedras, roca y materiales diversos, también procedentes supongo de los derrumbes de las montañas que lo flanquean.

Dentro del laberinto de roca hay como paredes interiores, sobre todo en grandes hoyos, en que aflora el hielo puro, ya que por su verticalidad no retienen ningún sedimento. En el fondo de esos hoyos hay muchas veces lagunas de color verde muy oscuro, sobre las que caen piedras continuamente. De vez en cuando, emerge de algún agujero un río tumultuoso, que al poco vuelve a desaparecer. Nunca había disfrutado de un paisaje así.

En cualquier caso hay que ir con cuidado. De vez en cuando afloran grietas profundas en las que más vale no caerse. Este es quizá el mayor peligro de los glaciares. Ahora no hay problema porque las ves, pero cuando están nevadas por encima o algo heladas, las grietas no se ven pero están. Imagino que caminar por aquí en esas circunstancias tiene que ser todavía más sobrecogedor.

En cuanto a las montañas que circundan este recorrido son estereofónicas. Una recomendación: si alguien ama la naturaleza en estado puro, véngase por aquí. Sus ojos y sus sentimientos tendrán una riqueza muy difícil de encontrar en ninguna otra parte. No hay manera de describir lo que los ojos ven. Las montañas que van abrigando al glaciar y que aparecen por todas partes, en cada recodo, se sitúan ya entre los seis mil y siete mil metros, absolutamente empinadas. Cumbres en pico, aristas imposibles durante decenas de kilómetros, laderas verticales de roca pura que ni la nieve pueden sostener.

Paramos a comer en una zona de acampada que se llama Khumburse, a 3.800 metros de altura. Los colores limpios y nítidos. Seguimos con un tiempo inmejorable: ni una nube, calorcito en el día y frío pero no exagerado por la noche. Azul intenso del cielo, marrón oscuro de las torres de roca, blanco impoluto de la nieve y negro intenso de los cuervos que cruzan el cielo.

Nuestro glaciar sobre el que confluyen otros dos, al fondo una mole de la cordillera de los Gasherbrum, y en la plaza, dos de las manifestaciones montañosas más fascinantes: las Trango Towers y la Catedral. Las Trango Towers son un amasijo de docenas de torres puntiagudas y verticales, flaqueadas por dos glaciares. La Catedral es una inmensa masa de roca lisa que culmina en una especie de meseta, abrazada por picos a ambos lados. El que pueda, que venga y lo vea.

El guía ha decidido que ganemos un día en el recorrido con el fin de poder estar durante toda una jornada en Concordia, el lugar que ya he mencionado antes. Además, adelantar un día es tener más posibilidades de buen tiempo. Hasta ahora ha sido un privilegio, porque todo el tiempo que llevamos en la cordillera, el cielo ha estado totalmente despejado, y hemos podido disfrutar al máximo del paisaje. Pero en cualquier momento puede cambiar, cerrarse las nubes y no ver nada. Por eso todos acordamos esa modificación.

Bueno, a dormir, que mañana nos espera otra dura jornada.


14 de Septiembre

Esta noche por primera vez se ha dejado sentir el frío. Por la mañana al despertar y en los primeros momentos de la caminata, los arroyos y lagunas que se forman en el glaciar están helados.

El sendero hoy se desarrolla íntegramente sobre el Baltoro. Son sorprendentes las cosas que puede tener un glaciar. Según caminamos, de pronto emerge un río de no se sabe dónde con unos colores entre blanco del fondo y verde esmeralda oscuro, que cuando corre es absolutamente transparente. Te encuentras con multitud de pequeños nacientes que te están invitando a beber sin parar. Siempre nos dicen que no es muy prudente, porque el estómago puede dar la lata, pero no nos resistimos a beber esa agua alguna vez. De pronto, al entrar en el pedregal, emergen como montañas de más de treinta metros de altura, de un blanco compacto más parecido al de la sal que al del hielo, aunque evidentemente es hielo.

En algunas zonas, el hielo supera a los sedimentos y lo tenemos que cruzar, al principio con una cierta aprensión ya que no llevamos crampones, pero que sorprendentemente está como poroso y no se escurre nada. Es más fácil darse un batacazo con el barro negro, que también abunda. No hay vegetación. Realmente hasta que no pasas días encima del hielo no te puedes hacer idea del microcosmos que estas formaciones naturales encierran. El sendero discurre casi en su totalidad sobre el mismo glaciar, lo que hace que sea muy incómodo, con continuas subidas y bajadas, a veces con barro, a veces con piedras que hay que sortear, o en el borde de una caída de bastantes metros a un río o un lago.

De las montañas de alrededor destaco a nuestra derecha el Masherbrum, con 7.821 metros, que se yergue en forma piramidal, completamente cubierto de nieve y glaciares, en medio de la cordillera a la que da nombre y que flanquea nuestro paso. Al fondo uno de los Gasherbrum, que son cuatro, el mayor con más de ocho mil metros cerrando el valle por el que mañana giraremos para encontrar el K2.

Tomamos algo en la última zona de acampada con algún equipamiento. A partir de ahora y al menos durante cinco días, dormiremos directamente sobre el glaciar. Hoy, a primera hora de la tarde, y tras cinco horas de caminata, nuestros porteadores montan el campamento en medio del glaciar. No puedes montar en un sitio plano, porque lo único plano es hielo. Así que, hay que recubrir de piedras el suelo helado y montar las casetas encima. Eso quiere decir que se te pueden clavar los pedruscos en los riñones y que el frío puede ser bastante respetable.

Nuestras tiendas quedan precariamente instaladas, y los porteadores, cocineros y guía, duermen en una especie de corrales de piedra, cuyo fondo también llenan de lajas y cubiertos con una lona. Supongo que están acostumbrados, pero las condicones son bastante precarias.


15 de Septiembre

Afortunadamente, venimos bien equipados y hemos dormido aceptablemente. Nos levantamos temprano, cuando todavía hace bastante frío. Lo primero de todo, el desayuno: una especie de sopa de cereales, de sabor un poco indefinible, parecido al frangoyo canario. Después un crepe redondo y trozos de chapati, que es como una torta plana y equivalente a nuestro pan. Tortilla, nocilla de chocolate, mermelada, huevos duros y te caliente o leche en polvo, cacao en polvo o nescafé, a elección. Lógicamente se hace un poco monótono, ya que todos los días es lo mismo, pero no hay más remedio que habituarse ya que son doce días sin posibilidad de avituallamiento. En cualquier caso, parece suficiente, ya que en las caminatas no estoy teniendo grandes problemas.

Ya ayer aparecieron por primera vez algunas nubes en lo alto, y hoy empiezan a aumentar de tamaño alrededor de las montañas. La gente de aquí dice que a veinte días de buen tiempo, que más o menos ya han pasado, suceden otros siete de mal tiempo.

Seguimos caminando hasta otra zona de acampada donde tomaremos un te y unas galletas para reponer fuerzas. Únicamente en alguna ocasión hemos sentido un pequeño y pasajero dolor de cabeza, pero parece que la altura nos está respetando y creo que en eso también tiene mucho que ver el entrenamiento a lo largo del año. Doce días de caminata a más de tres mil metros de altura y en condiciones precarias, no se pueden improvisar. Durante el año hay que patear habitualmente, y complementar la preparación física con otras actividades como gimnasio, natación y cosas así. De lo contrario es muy fácil que tengas problemas, independientemente de la edad que tengas.

Es sabido que, caso de persistir los síntomas del mal de altura, es indispensable bajar y perder metros lo antes posible. Estos síntomas, en su fase leve, son los que nuestros compañeros y nosotros mismos hemos sentido hasta ahora: dolores de cabeza, malestar, inapetencia, mareos... Más preocupante es si aparecen los vómitos y las nauseas, y definitivamente peligrosa la posibilidad de embolia pulmonar o derrame cerebral. Normalmente, estos síntomas más graves se desarrollan a alturas mayores, más o menos de seis mil metros en adelante, pero no se pueden descartar a alturas menores.

Al final del día el cansancio se va haciendo notar, el camino sigue casi todo el rato cuesta arriba y dar un paso se hace algo más complicado de lo habitual, pero al final llegamos a Concordia sin mayores contratiempos. Eso sí, el tiempo ha ido cambiando, las nubes se han hecho más abundantes, y han caído algunos copos de nieve. Al llegar, y mientras los porteadores montan el campamento, el frío arrecia, el viento se levanta, el sol desaparece y, tras los días apacibles que hemos tenido, empezamos a sentir la otra cara de la montaña, que ahora empieza a mostrársenos brava, dura, invitándonos a tomar precauciones, y proporcionándonos nuestra pequeña dosis de sufrimiento y hasta de inquietud. Pero es una cara que te abre otras perspectivas, que te cambia el paisaje a la vez que lo difumina, que hace que las montañas y los horizontes jueguen contigo al escondite a cada momento, pero que te pone delante una nueva manifestación de la belleza de nuestro planeta que vale la pena saborear.

Cenamos lo de costumbre: sopa, arroz, pasta, alubias pequeñas, algo de carne en lata, puré de papas, etc. y unos postres gelatinosos estilo pudín completamente indefinibles.

Mañana tenemos que hacer una dura caminata de ida y vuelta al campo base del K2, pasando por el del Broad Peak, de unas ocho horas de duración, llegando a los 5.135 metros de altura, que es el techo de nuestra expedición. Antes de dormir nos reunimos con el guía, que no se muestra muy optimista al respecto. El tiempo está inestable, el barómetro está bajando, y si se confirman esas condiciones, no podremos subir. Quedamos en que, en torno a las cinco de la mañana, él oteará el horizonte y decidirá si subimos o no. Con esa incertidumbre nos metemos en la caseta a las siete de la tarde. En plena naturaleza no hay más remedio que adaptarse a los ciclos solares y además hay que reponer fuerzas del desgaste realizado cada día. El día empieza a clarear en torno a las cinco de la mañana y oscurece definitivamente a las seis y media de la tarde.


16 de Septiembre

La noche anterior hemos quedado con el guía en que si ve que es posible subir al campo base nos despertará muy temprano; si no, lo hará más tarde. Pasa la hora y no nos llama, así que eso quiere decir que hoy nos quedaremos todo el día en Concordia para intentarlo mañana.

Al abrir la caseta vemos que durante la noche ha caído la que puede ser la primera nevada de la temporada. Unos tres o cuatro centímetros, que son suficientes para cubrirlo todo de blanco. Hace frío, pero no excesivo. Lo que ocurre es que, cuando se levanta el viento, la sensación térmica se acentúa. Durante el tiempo que hemos estado por aquí arriba no creo que hayamos registrado una temperatura inferior a unos siete grados bajo cero.

Concordia es quizás uno de los paisajes de montaña más impresionantes que se pueden contemplar. Es como una enorme plaza natural de varios kilómetros de diámetro cuya base es íntegramente glaciar cubierta en parte por sedimentos o morrenas y gracias a lo cual es posible caminar y montar las casetas sin necesidad de tener que usar crampones o tener que estar directamente sobre el hielo. Hemos situado nuestro campamento justo en el centro de esta gran plaza.

Hacia el este el gran circo se cierra por la cordillera de los Gasherbrum, que corren muy aproximadamente de norte a sur. La plaza está abierta a los otros tres puntos cardinales. Al norte, de donde viene el glaciar Godwin Austen se encuentra la montaña que ha sido nuestra principal atracción. el K2, que con sus 8.611 metros es la segunda montaña más alta del planeta. Porte piramidal, se yergue majestuosa ya prácticamente al alcance de la mano.

Ayer, al llegar, ya la pudimos contemplar casi al completo, sólo con algunas nubes abrazándola, y hoy la puedo ver de nuevo pero sólo en parte, esquiva, como queriendo esconderse de nosotros y mostrándonos que no es muy favorable a entregarse, así sin más. La impresión que produce no es de impacto novedoso. Hemos visto tantas veces esta montaña en fotografías o en programas de televisión que narran las aventuras que en ella han tenido los escaladores, que lógicamente deja una sensación de déja vu. Pero sí produce una emoción intensa de encontrarse en uno de los lugares míticos y difícilmente accesibles. Montaña además de bella, dura. Entre las más difíciles de ascender, y una de las que más vidas se ha cobrado, junto al Nanga Parbat, entre aquellos que han osado desafiarla y llegar hasta su cima.

Casi todo el tiempo que hemos estado aquí, se nos ha mostrado evasiva, dejándose vislumbrar brevemente entre los jirones de nubes que la acompañan. No así las otras grandes alturas que nos rodean, que en un momento o en otro se nos han mostrado en todo su esplendor.

Hacia el nordeste, otro gigante, el Broad Peak, de preciosa cima aplanada, mejor dicho, con dos cimas aplanadas con un pequeño collado en medio. La cumbre principal nos contempla desde sus 8.047 metros. Nos cuanta nuestro guía que es uno de los ocho miles más accesibles, y que él lo escaló hasta una buena altura, pero sin llegar a coronar. Si seguimos bajando hacia el sur por el este de la plaza, otra magnífica montaña con cima en forma de pico perfecto. Es el Gasherbrum IV, con sólo 7.980 metros, y que constituye el final de la familia del mismo nombre, que continúa hacia el sureste. Los dos primeros miembros de esta familia, que no podemos contemplar porque les ocultan sus hermanos menores, superan también los ocho mil metros.

Al sur se abre el glaciar Upper Baltoro, que se cierra en la lejanía por otra cordillera presidida por el Chogolisa, con más de 7.600 metros. Si antes de llagar a esa cordillera giráramos hacia el sureste, llegaríamos en poco tiempo al glaciar Siachen, por donde pasa la línea de control que hace las veces de frontera entre la India y Pakistán, y que ha provocado varias guerras, afortunadamente de baja intensidad, desde que fue establecida de manera provisional en 1947, fecha de su independencia. De hecho, estamos en una zona restringida, y se necesitan permisos especiales para visitarla. A lo largo de todo nuestro recorrido abundan los campamentos militares, estando situado el último de ellos en un collado a seis mil metros de altura.

Al suroeste se abre otro más pequeño pero no menos agraciado glaciar, el Vigne, que da acceso a un mítico collado de montaña, el Gondogoro La, que algunos de los miembros de nuestra expedición, armados de crampones y piolets querían cruzar, y que no podrán hacer porque el otoño ya está cercano y el paso se convierte en un lugar muy peligroso.

Flanqueando este glaciar, al suroeste y el más cercano a nosotros, el Pico Mitre, con sus 6.015 metros de altura y, en mi opinión, el más bonito de cuantos nos rodean. Es una aguja perfecta que sube de sur a norte de forma ondulada y que me entusiasma con su apostura y su juego entre el blanco del hielo y el oscuro de la roca. Así son todos estos montes. Y al oeste, majestuosos, los más de sesenta kilómetros del Baltoro, que acabamos trabajosamente de recorrer.

El día transcurre en este escenario sin hacer nada. A veces frío por el viento, a veces acariciados por rayos de sol que asoman con mucha timidez entre las nubes, y en definitiva, entregado a una actividad muy poco frecuente pero muy estimulante: la contemplación sosegada de lo maravilloso que es nuestro mundo, y al mismo tiempo la sensación de comunión con esa naturaleza que se nos entrega con todo su esplendor.

Mañana queremos tocar al coloso, pero eso significa ocho horas de caminata, veinte kilómetros de recorrido de ida y vuelta, y quinientos metros de desnivel arriba y después abajo.


TREKKING AL CAMPO BASE DEL K2 (II): REGRESO A SKARDÚ. LAHORE y RAWALPINDI

17 de Septiembre

El día amanece un poco mejor que ayer así que, tempranito, emprendemos la caminata. De entrada pienso en abandonar nada más empezar, ya que los primeros quinientos metros son muy expuestos: hay nieve y hielo y tenemos que caminar por filos con caídas por laderas heladas a ambos lados. Cualquier resbalón puede ocasionar un serio problema, pero afortunadamente esto no dura mucho.

La base del K2 se encuentra diez kilómetros más allá, al fondo de un valle que ocupa en su totalidad el glaciar Godwin Austen. Es casi todo él blanco, es decir, con el hielo descubierto, pero afortunadamente está recorrido por una línea no muy ancha en que éste está cubierto por piedras y demás, lo que nos permite caminar sin equipamiento especial.

La marcha se hace fatigosa ya que vamos a superar los cinco mil metros de altura, y las piernas llevan ya unos cuantos kilómetros encima. Como a mitad de camino pasamos por el campo base del Broad Peak, que se nos deja ver resplandeciente casi toda la mañana. El K2 permanece oculto por las nubes mostrándonos solamente su base. Al final llegamos a ella. El valle que traíamos termina justamente al lado de la montaña, y el glaciar gira a la derecha por un nuevo y estrecho valle, formando un paisaje de pequeñas montañitas de hielo, que por decenas se yerguen como si fueran casitas de los gnomos o duendes del bosque.

Hemos cumplido con uno de los objetivos fundamentales de este viaje. El campo base, que no es más que la zona del glaciar más cercana a la montaña, está ahora completamente vacío. Ya ha terminado la temporada en que se puede escalar, no así en los dos meses pasados en que esto ha debido de estar muy concurrido. Este año se ha celebrado el cincuentenario de la primera ascensión a este pico, y eso ha provocado una afluencia mayor de lo habitual.

Es realmente excitante poder tocar con la mano esta montaña. Pero la verdadera impresión que me causa es precisamente pensar en cómo es posible que haya tanta gente que tiene las narices de atreverse a empezar desde aquí a intentar cubrir los más de tres mil quinientos metros que quedan hasta la cima.

Y a la hora de iniciar el regreso al campamento de Concordia, experimento la otra cara de la montañas: el sufrimiento. Ya en los últimos metros antes de llegar al campo base me encontraba con los primeros síntomas de una temida situación cuando se practica cualquier deporte. Ante mi desolación, tomo conciencia de que sufro una monumental pájara. O sea, que me he desfondado, que me faltan las fuerzas, y lo que es peor, que aquí no me puedo quedar, sino que, sí o sí, tengo que regresar a Concordia. Y eso, en el estado en que me encuentro, significa cuatro horas al menos de caminata pasándolo muy mal.

Esto quiere decir que el paisaje desaparece, y que sólo puedes concentrar tus fuerzas en dar el siguiente paso y en mirar dónde pones el pie. Este regreso se me hace eterno, pero consigo llegar al campamento completamente agotado: con mareo, dolor de cabeza y demás síntomas que yo sé que no son de la altura, al menos no directamente, sino del cansancio.

Me acuesto obviamente hecho polvo, pero con la enorme satisfacción de haber estado en un lugar largamente soñado. Merece la pena pagar un precio.

Nos quedan todavía cinco días de caminata de regreso. Mañana aproximadamente ocho horas. Los dos siguientes seis, y los otros dos entre cuatro y cinco de andar.


18 al 21 de Septiembre

Conseguimos hacer todo el grupo los cinco días de bajada sin mayores contratiempos, hasta llegar a la zona de acampada de Askoli donde nos esperan los 4x4 que nos llevarán de vuelta a Skardú.

La convivencia con los más de veinte porteadores ha sido excelente y muy cordial (mejor en mi opinión que la que hemos tenido con nuestros colegas europeos). A pesar de que hablan todavía menos inglés que nosotros, desde el principio han abundado las sonrisas, los guiños de complicidad, los encuentros de nuestras manos, y los gestos solidarios y de ánimo cada vez que coincidimos con ellos a lo largo de las caminatas.

Los cocineros son los segundos en jerarquía y los que tienen una convivencia más estrecha con el guía, durmiendo incluso en la misma caseta como dije antes. Su forma de vestir es igualmente desenfadada, y la convivencia con ellos ha sido igual de interesante que con los porteadores. Lógicamente se encargan de cocinar y de todo lo referente a la alimentación, que preparan en unas cocinas portátiles bastante antiguas y que funcionan con keroseno. Afortunadamente no se emplea madera que es muy escasa por estos pagos.

Por último reseñar que Musa, nuestro guía, ha desempeñado perfectamente su trabajo, que no es fácil. Lidiar con muchos porteadores y cocineros, con un grupo de europeos más o menos caprichosos, con un jefe de la agencia que ejerce obviamente como tal, y con toda la burocracia que llevan estas expediciones, tiene su mérito. Musa ha desempeñado su trabajo con eficacia y discreción, dándonos sensación de tranquilidad y seguridad en todo momento, y esto hace que esta persona permanezca como uno de los recuerdos importantes que seguro seguiré teniendo cuando el tiempo vaya pasando.

Más que el K2 y que toda la belleza de la naturaleza, quedará en mí la belleza del encuentro entre las personas. Son momentos que hacen cada viaje, cada pequeña aventura, única e irrepetible.

Así que, buen final para la caminata, Esa misma tarde llegamos a Askoli y nos felicitamos mutuamente por haber cumplido nuestro objetivo. Antes de descansar, un ritual que no me gusta nada, pero que es indispensable en este tipo de trekkings: la propina. Aunque pagas el paquete completo a la agencia, al final es prácticamente obligatorio el ritual de dar una gratificación a porteadores, guía y cocineros. Proceso engorroso y desagradable. Nos tenemos que poner de acuerdo entre los viajeros en la cantidad, sin puntos de referencia muy claros. Y tras la cena, todos los porteadores se sitúan en círculo alrededor de la tienda que nos sirve como comedor y el portavoz del grupo va dando la gratificación uno a uno a todos los trabajadores. No puedo evitar sentirme muy incómodo y hasta avergonzado en estas situaciones. Nunca sabes si lo que has dado es correcto, y te quedas con el mal sabor de boca. Además, me parece que lo que hay que hacer es pagar salarios justos y dejarse de estos números, pero en fin, así funcionan las cosas aquí y en España, en el sector relacionado con el turismo. Naturalmente, los porteadores que han llevado la mochila grande de cada uno de nosotros nos piden más, y naturalmente les decimos que no. Pero en fin, la ceremonia, afortunadamente es corta.

Felices y con 145 inolvidables kilómetros más en nuestras piernas, descansamos la última noche en caseta de este viaje.


22 de Septiembre

Nos levantamos pronto para abandonar definitivamente el valle del río Braldo, que más arriba se llama Biaho, y más arriba todavía es el glaciar Baltoro. El día amanece como todos los que nos han precedido en la bajada: fresco, con nubes que muestran y ocultan las montañas, y muy de vez en cuando un pequeño chaparrón, arriba de nieve, y aquí abajo, a 3.000 metros, de agua.

Los jeeps nos esperan y nos subimos en ellos para volver a recorrer los cien kilómetros de pista encajada entre los cerros que nos separan de Skardú. Afortunadamente los días que han pasado desde que la recorrimos en sentido inverso no ha debido de llover demasiado y se encuentra más o menos igual. Alguna preocupación teníamos de que pudiera haber algún corte por deslizamientos, o de que estuviera embarrada, con lo que habríamos tenido que hacer mayor acopio de valor del que se necesita normalmente para recorrerla.

Sin mayores contratiempos llegamos a Skardú a la hora de comer. Esta vez no nos alojamos en el camping de la agencia, como a la venida, sino en el Motel K2. Éste tiene algo de mítico porque es donde se suelen alojar las expediciones que vienen a escalar el K2 y las otras montañas de la cordillera. Sus pasillos están llenos de pósters y fotos con mensajes y firmas de los grupos de montañeros que han pasado por aquí, entre los que no faltan los españoles, con Juanito Oyarzabal y compañía a la cabeza.

El hotel se encuentra a las afueras de Skardú, es muy confortable y tiene unos preciosos jardines con césped abiertos al río Indo y a los cerros que circundan este valle, dejándose ver asimismo los restos del antiguo fuerte de la ciudad. Delicioso lugar para una buena ducha, una buena comida y una agradable estancia tras los duros días que acabamos de pasar. Lástima no poder estar algún tiempo más aquí para leer un rato y saborear este sosiego, pero la reserva del avión para regresar a Islamabad es para mañana por la mañana, así que intento disfrutar de todos estos lujos aunque sea de forma comprimida.

Aprovecho la tarde para comprar una alfombra muy bonita en la tienda de artesanía que hay en el hotel. Las alfombras son uno de los productos artesanos más interesantes de este país, y se pueden comprar con una muy buena relación calidad precio, con lana de Cachemira o con lana normal de esta tierra. No podemos olvidar que estamos en el corazón de una de las grandes rutas comerciales de la historia: la ruta de la seda. También es este último un producto muy interesante de comprar y que se vende por todas partes en tiendas especializadas.

Finalizamos el día con una cena en casa de Musa, nuestro guía. Vive en un pequeño pueblo llamado Suretka, a unos 10 km al sur de Skardú, en un bonito valle río arriba del mismo nombre. Tras dejar a nuestra vera un lago de aguas verde oscuro con una isla boscosa en medio, llegamos al pueblo a la caída de la tarde. El sol está oculto por las nubes y hace frío. Suretka es un buen ejemplo de los poblados rurales de esta zona. Un pequeño puñado de casas, de adobe y también de piedra, con algunas fachadas pintadas de blanco, lo cual no es muy frecuente. Junto al río, pero en un altozano por encima de él. Este altozano, además del pueblo, alberga también los prados donde pasta el ganado vacuno, y el formado por unos ejemplares propios de aquí, mezcla entre el yak y la vaca, llamados dzos. Obviamente, pequeños campos de cultivo. En las cercanías, se ven grandes cantidades de leña ya cortada de los bosques cercanos, que servirán para alimentar el fuego de los hogares en invierno. Como en muchos lugares de este territorio de montaña, no hay luz, ni teléfono, ni agua canalizada.

Nos acostamos con una pequeña preocupación: mañana volaremos a Islamabad desde Skardú. Hay un solo vuelo al día que viene previamente de la capital. Tiene que atravesar estas tremendas cordilleras para aterrizar, pero como el aeropuerto tiene muy pocos medios de ayuda a la navegación, la aproximación a la pista es visual. Esto quiere decir que, si el tiempo es malo, es posible que el avión no pueda entrar. Y si no entra, tampoco sale, con lo que tendríamos que meternos en una guagua que tarda entre 20 y 24 horas en hacer el trayecto que volando dura menos de una, y además, eso nos trastocaría los planes para el resto del viaje.


23 y 24 de Septiembre

Afortunadamente amanece bien el día. Algunas nubes en las montañas, pero en el amplio valle de Skardú, que es donde se encuentra la pista, el cielo está despejado. Así que nos dirigimos al aeropuerto para regresar a Islamabad y seguir con la última etapa de nuestro viaje. El aeropuerto es un poco extraño ya que la nueva pista se encuentra a varios kilómetros de la Terminal, en el centro del valle y rodeada de dunas de arena.

Así pues, nos subimos a nuestro Boeing 737 de la PIA (las líneas aéreas de Pakistán) con la ilusión de extasiarnos con la contemplación de estas cordilleras desde un poco más arriba de sus cumbres. Si hay suerte con el tiempo, éste es un vuelo espectacular, pero, lamentablemente, esa suerte no nos acompaña. La mayor parte del macizo montañoso está cubierto de nubes. En algún claro puedo vislumbrar no obstante esa joya escondida. El laberinto de sierras y picos, al principio vestidos íntegramente de blanco, y a medida que volamos hacia el sur, empezando a mostrar su roca oscura. En muchas de las zonas cimeras, se ven los circos glaciares desde los que descienden las lenguas que nos han acompañado en nuestro camino. Redondos, compactos, y de un blanco intenso y precioso. Cuando vamos más hacia el sur, y la nieve y el hielo van desapareciendo, estos circos se convierten en lagunas verdes, que contrastan con la austeridad y severidad de la roca circundante.

Sobresaliendo del mar de nubes, como si de ellas naciera, sobresale la imagen imponente del Nanga Parbat, que ya vimos al llegar a esta tierra. Cuando llegamos más o menos a la mitad del vuelo, y ya nos acercamos a la geografía mucho más llana donde se encuentra situada la capital, vuelvo la vista atrás y, con la última contemplación del coloso, me despido con un pizco de emoción del que ha sido mi hogar en los últimos quince días.

Islamabad nos recibe tal y como la dejamos. Con esos días calurosos de 36ºC, sus noches también cálidas pero agradables, y el cielo prácticamente sin nubes. Nos alojamos en el mismo hotel en que ya estuvimos, donde por cierto tenemos con su personal la única discusión seria que hemos tenido en todo el viaje, porque pretenden cobrarnos un poco más de lo que habíamos acordado. Tras el pollo correspondiente, al final se arregla. Después de comer, algunas compras, cambio de dinero, lavado y arreglo general.

Al día siguiente cumplimos con el último trámite del trekking, en este caso burocrático. Junto con el guía y con Malik, el responsable de la agencia, nos tenemos que personar por la mañana en el Ministerio de Turismo, ellos y los de nuestra expedición que hemos regresado aquí. Se trata de dar las últimas explicaciones al funcionario de turno de cómo fue la cosa, trámite que nos lleva su tiempo.

Después de comer, dedicamos la tarde a descansar y a sacar los billetes de la guagua que al día siguiente nos va a llevar rumbo a Lahore. Previamente hemos comido todos juntos en el último acto con nuestra agencia. El balance de sus servicios no puede ser mejor: profesionalidad, eficiencia, seriedad y una excelente relación calidad precio. Así que si alguien que lea estas líneas quiere hacerse un buen trekking por el norte de Pakistán, desde nuestra experiencia le recomiendo que contrate con la agencia Adventure Travel.


25 de Septiembre

Tempranito tomamos la guagua rumbo a Lahore, que se encuentra a 275 km al sureste de Islamabad, muy cerca ya de la India, y que es la capital de la provincia del Punjab. Esta ciudad ya es más representativa de las grandes aglomeraciones urbanas que se encuentran en esta superpoblada península indostánica y sus alrededores: cinco millones de habitantes.

Lahore es también la capital cultural y artística de este país, y, en este momento, es asimismo uno de los lugares más tranquilos desde el punto de vista de la seguridad. Desde hace más de mil años esta ciudad ha sido una encrucijada en las grandes rutas comerciales entre el subcontinente indio y Asia Central, lo cual está en el origen de su riqueza cultural, pero también de su historia turbulenta, que ha hecho de ella un enclave varias veces destruido y otras tantas reconstruido. La época de mayor esplendor de Lahore se desarrolla cuando es el centro del Imperio Moghul, entre los siglos XVI y XVIII. Gran parte del patrimonio arquitectónico y de los jardines que adornan la urbe, son de esta época.

La primera sorpresa agradable que nos llevamos es el impecable estado de la guagua y el servicio a bordo que nos atiende. Las guaguas que hacen recorridos cortos o urbanos son bastante incómodas y suelen ir atestadas de gente. Pero en los largos recorridos entre grandes ciudades, al menos en éste que nosotros hemos hecho, el servicio es homologable con cualquiera de los mejores de nuestro país, si bien es verdad que hemos escogido la opción más cara, es decir, algo más de cinco euros. A cambio, asientos anchos y cómodos, aire acondicionado, televisión con auriculares individuales con lo que no tienes que soportar el sonido de una programación que no te interese, y catering a bordo servido por una amable y discreta azafata. El catering, lo normal: sándwich, galletas y refrescos. Asimismo, prensa a bordo. Por tanto, las cinco horas que dura el viaje se hacen muy llevaderas.

Segunda sorpresa: la carretera que une Islamabad con Lahore es una autopista perfectamente asfaltada y señalizada con tres carriles en cada sentido y muy poco tráfico. El paisaje es apacible.

Nada más llegar a Lahore vamos al hotel National, bien situado en el centro, no muy limpio pero sí bastante confortable, y además a buen precio, como todo en este país. Para hacerse una idea, paso a enumerar lo que cuestan las cosas o servicios que uno normalmente utiliza. La habitación de un hotel similar al nuestro, triple, con baño, televisión satélite, aire acondicionado, ventilador y nevera, nos sale por unos veinte euros. Una comida en condiciones en uno de los muchos restaurantes decentes que nos encontramos, no llega a los tres euros. Y comer en un hotel de cinco estrellas de las grandes cadenas internacionales, no pasa de los diez euros.

Para moverse por las ciudades lo mejor es hacerlo en taxi. Las guaguas no suelen llevar carteles y es muy difícil con el idioma aclararse de adonde van. Siempre hay que regatear en los taxis, pero un recorrido urbano te puede salir por entre cincuenta y setenta céntimos de euro. En Lahore, te tomas una Coca-Cola en una terraza de la calle por unos quince céntimos de euro. O sea, que por menos de treinta euros al día te puedes recorrer el país como un pachá.

Nada más tomar contacto con esta ciudad, hay algunas cosas que me llaman la atención. En primer lugar, la contaminación brutal. El tráfico es endiablado. Coches no hay demasiados, pero a cambio las calles están todo el día ocupadas por miles y miles de motocarros y de motocicletas de baja cilindrada. Además del ruido continuo, la antigüedad y la falta de puesta a punto de la inmensa mayoría de los vehículos, hace que los gases se posen como un casquete permanente sobre todos nosotros, haciendo el ambiente muy insano, por lo menos durante los días en que permaneceremos aquí, en que el tiempo es muy estable y sin viento. Por cierto, el taxi que nos encontramos aquí es habitualmente un motocarro o rickshaw.

Un segundo aspecto a resaltar es que el paisaje humano varía un poco con respecto al que nos habíamos encontrado hasta ahora. Se puede uno encontrar por las calles a más mujeres, y a un cierto número de hombres vestidos a la manera occidental, posiblemente signo de un lugar más cosmopolita.

Por otra parte, es en Lahore donde vemos la persistencia de uno de los mayores problemas de las poblaciones de los países en vías de desarrollo: la ausencia de saneamiento y de un adecuado servicio de recogida y tratamiento de residuos. Gran parte del alcantarillado discurre a cielo abierto por las calles, con los problemas de olores y salubridad que son fáciles de imaginar. Para los que estamos de paso, se trata simplemente de una cuestión molesta y desagradable, pero pasajera. Para las personas que viven aquí, un problema de primera magnitud que impide una mínima calidad de vida. A esto hay que añadir la basura que se encuentra por todas partes, más visible y sangrante en las zonas céntricas en que el tejido urbano es muy compacto, y hay pocas zonas verdes o espacios abiertos.

Por otra parte, el ambiente humano no lo experimento en absoluto como poco acogedor o amenazante. Los días que estamos aquí paseamos por todas partes, de día y de noche, y en todo momento hemos seguido contando con la amabilidad y cordialidad de este pueblo.

Dedicamos la tarde a pasear por el centro de Lahore. Se ve que estamos en una antigua ciudad, con edificios de piedra de la época de los británicos o reflejo de antiguas glorias pasadas. De todas formas, para contemplar la arquitectura local cuando vas paseando, hay que hacer un esfuerzo, porque la animación callejera y comercial, el bullicio urbano, te envuelven de tal manera que te olvidas de mirar hacia arriba de vez en cuando.


26 de Septiembre

Vamos a estar dos días completos aquí, en Lahore, y la mañana la vamos a dedicar a recorrer la Ciudad Vieja. Está situada a los pies del Fuerte y rodeada toda ella por una muralla de unos nueve metros de alta, franqueable a través de trece grandes puertas.

Esta zona de Lahore fue construida en su mayor parte en la época moghul. En su casi totalidad es un laberinto de calles y callejuelas, bulliciosas las primeras, sorprendentemente tranquilas las segundas, en algunos de cuyos tramos se pueden cruzar dos personas con dificultad, debido a su angostura. El aspecto general ciertamente evoca su pasado esplendor, pero también su actual decadencia. Algunas construcciones conservan bellos azulejos con motivos florales, aquí y allí surgen casas de piedra con celosías en sus ventanas o con balcones de madera labrada, que recuerda a la arquitectura hindú.

Escondida en un rincón de una calleja inverosímil aparece una gran puerta, también labrada, de madera, que da paso a un antiguo palacio que parece recordar con nostalgia y resistiendo aún en pie viejos tiempos gloriosos. De vez en cuando, una pequeña mezquita, apenas perceptible, arropada por las casas en que hay que investigar para encontrar el hueco por el que acceder al templo. Y de cada casa, de cada comercio, de cada recoveco de esta ciudad, nos llegan los rumores de la vida que bulle en su interior, ajena completamente a nuestro deambular.

Pasear por la ciudad vieja, como por cualquier zoco de una población como ésta, es estar atento a esos pequeños fogonazos de vida, que sólo podemos vislumbrar, pero que están ahí para que seamos capaces de emocionarnos con ellos, de incorporarlos de alguna manera a nuestra vida y de esa forma aprendamos a respetar a los demás y a ser tolerantes. Pasamos junto a la Sunehri Masjid, o mezquita dorada. Está cerrada, pero podemos contemplar sus tres cúpulas doradas, en forma de bulbo, que apenas emergen de las casas que la rodean.

Sí entro en la mezquita de Wazir Khan, con largas galerías interiores, una plaza para las abluciones con azulejos en tonos verdes, y un pequeño lugar para la congregación, donde algunos hombres duermen sobre las acogedoras alfombras. También cierto aire decadente, que por momentos se transforma en misterioso.

Terminamos esta mañana visitando una de las joyas arquitectónicas de Lahore, y también del mundo islámico, la mezquita Badshahi. Terminada en 1676 es una de las mayores del mundo. Tiene cuatro minaretes de arenisca roja, tres grandes cúpulas de mármol, y sobre todo un amplio patio con capacidad nada menos que para sesenta mil personas. Damos un tranquilo paseo por este recinto. Gente rezando, familias visitando el templo y admirando su arquitectura, y haciéndose las fotos de rigor que todos los turistas se hacen, nos hacemos, en los sitios que quedan como de postal, y, aquí sí, algún visitante extranjero, con sus pantalones cortos cubiertos grotescamente por un pañuelo, por aquello de los rigores indumentarios que se exigen en los templos. Y algún que otro encuentro fugaz y como siempre amable y cordial con algunas personas que se detienen a intercambiar unas pocas palabras con nosotros.

Nos sentamos un rato en el suelo para hacer tiempo hasta la hora de la comida, y para disfrutar del lujo de no hacer nada y de ver pasar el tiempo y a las personas en un lugar bello y acogedor, y a la vez extraño.

A unos 25 km de Lahore, junto a un pequeño pueblo llamado Wagah, está el único paso abierto por carretera para cruzar entre Pakistán y la India, camino en este último país de Amritsar, la capital de Cachemira en aquél lado. Ya el hecho de que sólo haya un paso en los 2.912 kilómetros de frontera entre ambos países, es sintomático de la tensión en la que viven.

Pero es que además, en este lugar, la tensión se escenifica varias veces al día con un ritual idéntico que se desarrolla en la misma línea. Nosotros asistimos al último de la tarde de hoy, que es domingo, y por tanto con bastante concurrencia de gente. Hay que indicar que, aunque Pakistán es un país islámico, la fiesta semanal no es el viernes sino el domingo. A ambos lados de la raya fronteriza dos puertas metálicas que permanecen abiertas durante el día para permitir el paso de personas y vehículos.

Y comienza el espectáculo. A ambos lados se sitúan militares en traje de gala, o sea, charreteras, grandes gorros y plumas y penachos a go-gó, que representan durante más de media hora un ritual, en mi opinión lamentable, de nacionalismo visceral y agresividad hacia el vecino. Ora caminan con paso marcial y señalando amenazadoramente hacia el otro país, simulando que van a invadirlo, parándose en seco justo en la frontera. Ora retan a los militares del otro lado a que se atrevan a entrar en éste para que disfruten del jarabe de palo que les espera. Otras veces gritan marcialmente, siendo coreados de inmediato por dos o tres centenares de personas que se encuentran a cada lado, y que entonan cánticos y consignas nacionalistas. Al terminar el número, se arrían simultáneamente las banderas, y también a la vez, se cierran las cancelas metálicas dando literalmente un portazo, indicando bien a las claras que no se quiere saber nada del indeseable vecino.

La verdad es que este ritual parece que se ha convertido más en una atracción turística al estilo de los cambios de guardia en los palacios de los reyes europeos que en otra cosa. De hecho, a pesar de los cánticos y la exaltación, no se aprecia tensión en el ambiente, y cuando todo acaba, los jóvenes y las familias regresan tranquilamente, no sin antes tomarse un aperitivo en alguno de los chiringuitos que al efecto están instalados junto a la carretera, y disfrutando por cierto de un atardecer sereno en el paisaje llano, verde y rural que nos rodea. Nos subimos bien apretujados al motocarro que nos devuelve desde este tranquilo atardecer al bullicio, el ruido y la contaminación de Lahore.

Por cierto, que no fue muy sencillo llegar hasta este punto. En Lahore intentamos coger una guagua que se supone que nos iba a traer a la frontera. Nos dirigimos al efecto a una estación de autobuses: una gran explanada, en la que se apilan decenas de vehículos de transporte de todos los tamaños y pelajes, en medio de un follón de gente de mucho cuidado. Las guaguas no llevan escrito el destino, y las que sí, están en urdu, con lo cual no nos enteramos de nada. Coger un vehículo de largo recorrido es relativamente fácil, porque salen de lugares muy localizados, que son bien conocidos de la gente, y hay taquillas en las que te aclaras bien. Pero los pequeños recorridos son más complejos. Las guaguas van abarrotadas, el cobrador vocea los destinos, y el número de éstos es muy variado.

Como podemos, preguntamos que cuál es el bus que nos puede llevar a Wagah, en la frontera con la India. Al final, nos subimos a uno, y tras más de media hora de trayecto, nos damos cuenta de que, como era de esperar, vamos justo en dirección contraria. Inmediatamente los viajeros que nos rodean y que se han dado cuenta de la situación, ponen todo su interés en echarnos una mano, a pesar de la enorme dificultad de entendernos. Hablo de los viajeros, ya que las viajeras son pocas, y, en estas guaguas, van separadas en un compartimento situado en la parte delantera. Tras muchos esfuerzos conseguimos explicarnos y la gente hace lo propio con el cobrador. Éste nos hace pues bajar, nos deja una nota escrita en el billete para que no nos cobre nada la siguiente guagua, y nos deja junto a una parada en que cogemos el vehículo que desde allí nos deja más cerca de la frontera. Así lo hacemos y terminamos el accidentado recorrido en el motocarro que nos devolvería al hotel al final de la tarde.

Una vez más la hospitalidad y la solidaridad de este pueblo que hace lo posible por echarte una mano, y que te permite sentirte relajado en vez de agobiado, y gozar de estas aventurillas que son parte de la sal de todo viaje.


27 de Septiembre

Por la mañana, hacemos una visita detallada al Fuerte, varias veces destruido y reconstruido. Pertenece también a la época moghul, como gran parte de esta antigua ciudad, y como otros monumentos notables de la zona, como el Taj Mahal en la India. El conjunto es una sucesión de palacios, estancias y jardines, donde residían los emperadores.

Es un grato recorrido por un monumento al que el paso del tiempo y la falta de conservación ha convertido en un reflejo se lo que realmente debió de ser. No obstante, vale la pena pasear por él y rememorar, mientras al fondo se escucha el ruido de la gran ciudad, lo que debió de ser la vida de la realeza en tiempos pasados. Me gusta especialmente el Diwan-i-Aam o corte de la Audiencia Pública. Es un precioso balcón que da a una galería cubierta donde el emperador realizaba sus audiencias públicas, recibía a los visitantes oficiales y presidía las paradas militares. Arcos apuntados, arquerías que son filigranas, y espacio fresco abierto a un gran jardín que me proporciona refugio, aunque sólo sea por un rato, del sol que cae a plomo.

Por la tarde, nos asomamos a la zona más nueva, moderna y comercial en sentido actual de la ciudad: el Mall y Gulberg Boulevard. Nos pegamos un palizón a andar de tomo y lomo, ya que aquí, el abigarramiento de la ciudad vieja es sustituido por avenidas amplias, espacios abiertos, y alternancia de zonas residenciales, de oficinas y comerciales. Deambulamos por alguno de los centros comerciales, al estilo en principio de los nuestros, pero que conservan las particularidades gremiales en cuanto a la distribución. Cada sector, teléfonos móviles, ropa, joyería, calzados, tiene juntos todos los comercios que venden ese producto.

Terminamos el día cenando en un buen restaurante local, con una deliciosa y bien especiada comida. No en vano, la gastronomía es uno de los grandes atractivos de esta urbe.


28 y 29 de Septiembre

Llega la hora del regreso. Volvemos a Islamabad en tren, en un compartimento de la clase superior. No hay que abandonar este país sin hacer un recorrido sobre algunos de los doce mil setecientos kilómetros de vía férrea que tiene y que cubren bien gran parte del mismo.

De nuevo, agradable sorpresa. Vagón climatizado, picnic para comer, prensa y refrescos. El paisaje desfila a modo de despedida. Contemplo ya con un poquito de nostalgia, los pueblos que se suceden a menudo detrás de la ventanilla, en muchos de los cuales, junto a las casas, hay grandes charcos o lagunitas donde retozan a sus anchas los corpulentos y fuertes búfalos.

Llegamos a la vieja y monumental estación de tren de Rawalpindi, con fachada similar a la de un fuerte de la época británica, y en taxi de nuevo a nuestro hotel-base. Tarde de recogida y últimos paseos. Rica cena, unos buenos helados en un local de la zona pija de Islamabad, que por cierto es el único lugar donde chicas y chicos jóvenes, vestidos a la occidental pasan el rato juntos, y fin del viaje.

La vuelta es similar a la ida. Vuelo de British Airways con cambio de avión en Londres. Sobrevolamos en seguida las impresionantes montañas peladas del Pamir, ya en Afganistán, y sus valles profundos.

En Londres, esta vez el enlace es inmediato, y nos permite volver a disfrutar, fugazmente, de la campiña inglesa en un día tranquilo y con unas pocas gotas de lluvia, antes del reencuentro con el sol y el viento de Fuerteventura, con la satisfacción de tener dentro de mí algo de un pueblo hospitalario y de un paisaje que invita a volver.


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