El último hito del sistema de transporte del gigante asiático, y uno de los grandes sueños de los dirigentes del paÃs, se hizo realidad el pasado 30 de junio. Y volvió a sorprender al mundo. Los 1.318 kilómetros del trayecto entre PekÃn y Shanghai quedan reducidos a 4 horas y 48 minutos, seis horas menos que hasta ahora. La lÃnea se convierte asà en el mayor proyecto de tren de alta velocidad del globo, y consolida a China como el paÃs con la red de alta velocidad más extensa del planeta, alcanzando ya los 8.300 kilómetros.
La nueva espina dorsal que vertebra el milagro económico chino es un tren CRH380BL, el cual alcanza sin esfuerzo los 300 kilómetros por hora de su tÃmida velocidad de crucero. Los asientos de cuero rojo de la primera clase podrÃan competir perfectamente con los de cualquier business del cielo: se convierten en una cama, cuentan con una pantalla plana para ver la televisión en directo o pelÃculas a la carta, y quien quiera puede acceder a Internet a través del wifi del tren.
Pero todos estos lujos están al alcance de unos pocos. Cada tren va equipado con 28 butacas de primera, a un precio que supera el del billete en clase preferente de las aerolÃneas. Nada menos que 1.750 yuanes (casi 200 euros) por trayecto, un tercio de los ingresos anuales medios que percibe el agricultor chino, que también tendrá difÃcil acceder a la segunda clase, cuyas generosas butacas cuestan 935 yuanes (algo más de 100 euros), e incluso a la tercera, que, con un precio de 410 yuanes (50 euros) en los trenes más lentos, le supondrá casi un 10% de sus ingresos anuales. Sin duda, el elevado precio de los billetes se ha convertido en la principal crÃtica que está recibiendo la nueva lÃnea de alta velocidad.
Porque, aunque las autoridades ya han señalado que las tarifas definitivas vendrán determinadas por la demanda, tal y como prevé hacer también Renfe en España, lo cierto es que el viaje no resultará mucho más barato que el avión, medio con el que pasa a competir. Además, los 90 convoyes que circularán en ambos sentidos entre la capital polÃtica y la económica del paÃs provocarán que se reduzca la cadencia de los trenes tradicionales, más lentos y económicos, que son los que la mayorÃa de los ciudadanos aún pueden pagar. «Está visto que ahora también el ferrocarril está solo al servicio de los ricos aunque lo pagamos todos», se queja un usuario de la lÃnea habitual en la estación de Shanghai. Asà es el comunismo chino del siglo XXI.